“A los chicos hay que elogiarles el esfuerzo”
Fue una de las mayores referentes educativas de la Argentina y pionera en innovación, creatividad y neurociencias en ese terreno, a nivel latinoamericano. Bióloga y doctora en Educación por la Universidad de Columbia, murió la semana pasada, a los 49 años. Dejó libros, investigaciones y discípulos que continuarán una obra que ayuda a adaptar las estrategias de enseñanza al vértigo tecnológico, las amenazas y los desafíos de la actualidad. En 2018 estuvo en Tucumán y concedió esta entrevista a LA GACETA.
Por Nora Lía Jabif para LA GACETA
La casa de Melina Furman está revuelta. Cronómetero en mano, los mellizos Ian y Galo alientan cada uno a sus respectivas candidatas: dos lombrices serprentean sobre el posaplatos que emula una pista de carrera “de lombrices”. Le habían preguntado a su mamá cuán rápido va la lombriz. Melina, que es bióloga (UBA), doctora en Educación (Universidad de Columbia), investigadora del Conicet, profesora en la Universidad San Andrés y directora de la colección “Educación que aprende”, de editorial Siglo XXI, es de las que concilian el hacer con el decir.
Así es que Ian y Galo supieron de primera fuente cuán rápido va la lombriz. Como supieron, también, que no hay que tener una gran estatura física para ser “héroe de la patria”, conclusión a la que llegaron cuando, en el Museo Histórico, constataron que la cama de San Martín era “muy cortita”. Y las anécdotas podrían llenar esta página, pero también se pueden conocer en “Guía para criar hijos curiosos (Ideas para encender la chispa del aprendizaje en casa)”, que escribió Melina para transmitirles a padres, madres, tíos, abuelas y demás, que, como ella dice, el misterio del aprendizaje es una aventura sin fin. Y que cuando llegan los hijos, los nietos, esa es LA oportunidad para que nosotros, aquellos adultos que habíamos perdido la capacidad del asombro, recuperemos la mirada del niño. Por eso, no es caprichoso que el prólogo de este libro inspirador arranque con una estrofa de “Luca”, la canción de Herbert Vianna (de la banda brasileña “Os paralamas...”) que dice así: “Abre los ojos para ver el mundo/Todo es nuevo para tus ojos nuevos/Hijo, madre, padre, rocío de la mañana/Todo es nuevo para mis ojos viejos” (Buscar el tema en youtube, para que la experiencia se complete).
En rigor, Melina Furman nunca tuvo ojos viejos. Ya era una bióloga promisoria en la UBA y en Fleni que trabajaba en “neurociencia bien básica” cuando decidió que lo suyo no eran las ratas de laboratorio, sino la Educación en Ciencias.
Confluencia
Parte de una corriente que lideran nombres como los de Adrián Paenza y Diego Golombek (y que integra el tucumano Alberto Rojo, entre unos cuantos otros), Melina ya viene trabajando desde hace décadas en esta línea en la que confluyen las Neurociencias con la Psicología Cognitiva y las más novedosas tendencias en Educación. De hecho, más de una vez visitó Tucumán colaborando con algunos de los diversos proyectos que intentan darles aires nuevos a “la escuela”. Y ahora volvió, como colaboradora de Planea (Nueva Escuela para adolescentes), que desarrolla el gobierno tucumano con Unicef. Esa visita fue la “excusa” para hablar de su flamante libro, “Guía para criar...”, una mañana casi primaveral , con chicos revoloteando, en el patio de la escuela de Comercio Miguel Lillo, en Yerba Buena.
- Hace 10 años estuviste en Tucumán, con un programa, Sangari, que, al parecer, no prosperó. Parece que en la Argentina estamos siempre volviendo a empezar...
- El gran desafío del sistema educativo es salir del piloto. Eso que nos pasa en todas las áreas como país, y educación es el extremo.
- Ahora volviste con un plus a tu curiosidad genética. ¿Te cambió la llegada de tus mellizos?
- Mucho, como mamá, una se da cuenta que hay un montón de decisiones que una tiene que tomar todo el tiempo, en modo supervivencia, en un maremoto de emociones; y yo, como mamá que venía de la Educación empecé a sentir que hay muchas ideas de la educación que venían bien, que podían dar buenas pistas para la crianza, y que no eran tan obvias y empecé a ver que sería bueno contarlas.
- ¿Por ejemplo?
Por ejemplo, cosas que salen de las investigaciones, de las mamás, de los papás, madrinas, tías, abuelas. Elogiamos mucho a los nenes para que se sientan confiados: “sos un genio, sos reinteligente”, y lo que muestran diversas investigaciones es que si vos les elogiás el talento, el chico busca cosas más fáciles, para ir a lo seguro.
- ¿Hacia dónde dirigir el elogio, entonces?
- Elogiar el esfuerzo, premiar el esfuerzo: “practicaste mucho, cuánto que trabajaste para llegar a esto..”. Si premio el esfuerzo, y si valoro eso, los chicos empiezan a manejar la frustración y siguen eligiendo cualquier cosa que los desafíe. Transparentar que los logros en la vida son difíciles, y que vale haberlo intentado.
- Otro tema en la agenda de preocupaciones es la tecnología...
- A todos nos preocupa, cuando yo era chica el cuco era la tele. Me acuerdo de mis papás no me dejan ver tanta tele, y había poquita. Pero ahora la pantalla es más ubicua. Hay investigaciones que nos aportan datos interesantes para entender, por ejemplo, cuando uno mira la tablet o las redes, y y te aparece un “me gusta”, o estás con un videojuego y pasás de pantalla y te dan un premio, o cuando te aparece un mensaje nuevo en el celular, se enciende en el cerebro algo que se llama el circuito de recompensa que libera un neurotransmisor que se llama dopamina, y es un flash de dopamina en el cerebro.
- Como la adicción a las drogas...
- A las drogas, a las hamburguesas. ... Y no lo podemos resistir, estamos “cableados” para no resistirnos a eso. Primero hay que saber que mucha pantalla nos genera adicción, tanto a grandes como a chicos.
- ¿Qué hacer entonces?
- Creo que hay dos cosas: encontrar maneras de que haya tiempos limitados, y que haya otras recompensas, para que la tecnología no ocupe tanto espacio; y la otra es que no toda la tecnología es lo mismo. Y que no es lo mismo chicos consumidores de tecnología que hacedores de tecnología; que no es lo mismo jugar un videojuego que crearlo y programarlo; y eso es lo que estamos haciendo justamente. Cómo puedo crear un videojuego que jueguen cientos de chicos. Es, por ejemplo, el caso de Planea, en Tucumán. Y los chicos, cuando experimentan, empiezan a decir ¡la escuela está buena! Y obvio que está buena. Que la tecnología les ofrezca ser hacedores, no consumidores pasivos, genera situaciones más complejas que el candy crash, por ejemplo, que genera adicción. Por ejemplo, desde programar con lenguaje para niños hasta programas en los que los chicos pueden crear música, crear películas. Actividades en las que tienen que hacer un trabajo intelectual. Esa es una de las claves.
- Ante esa invitación a jugar, a experimentar, ¿no hay riesgo de abandono del esfuerzo por aprender lo teórico y lo conceptual?
- Ese saber hacer, si no va de la mano de la comprensión profunda del conocimiento, del contenido conceptual, es una cáscara vacía. De hecho, sabemos, por todas las investigaciones acerca de cómo aprendemos, que uno no aprende habilidades sin conocimiento conceptual. Tienen que estar amalgamados, porque, realmente, no las aprendemos en el vacío. El libro habla un poco de eso, de cómo generar comprensión profunda en los chicos a partir de su curiosidad, desde las preguntas que hacen. Como si fueras tirando de la punta del ovillo y abriendo eso a conocimientos profundos. Pero no quiere decir que no haya momentos de parar la pelota y de reflexionar sobre lo que hicimos, sobre qué aprendimos, cuáles fueron las estrategias. En otras áreas, fuera de la programación, hay aprendizaje más conceptual. Otro tema son los números. En casa, siempre trato de ayudarlos a comprender qué significan los números y las cantidades buscando relacionarlos con cosas que ya sepan. En el libro yo doy este ejemplo: si leemos que un leopardo corre a 80km/h, lo comparamos con la velocidad de un auto cuando va rápido por la autopista, y con la velocidad a la cual los seres humanos podemos correr. ¿Es más rápido o más lento que un auto? ¿Y que una bici? ¿Y que nosotros? ¿Quién ganaría en una carrera?
- ¿Por qué dejamos de ser curiosos cuando adultos? ¿Qué dicen las neurociencias al respecto?
- Creo que todos somos curiosos; pasa que, a medida que vamos creciendo, nuestro lóbulo frontal - que es el área del cerebro más racional, más de toma de decisiones, de funciones ejecutivas- se va desarrollando; cada vez somos más analíticos, y eso hace que esa visión más holística se vaya diluyendo, a medida que aprendemos a ser más “efectivos” en este mundo. Y vemos que la vida nos va pasando como un tren por encima; y se nos va durmiendo esa curiosidad tan abierta. Pero, eso es lo que se trata de recuperar.
© LA GACETA
PERFIL
Melina Furman nació en 1975. Era licenciada en Ciencias Biológicas (UBA), doctora en Educación por la Universidad de Columbia, investigadora del Conicet y profesora de la Escuela de Educación de la Universidad de San Andrés. Dedicó sus investigaciones al proceso de generación de entornos que potencien el pensamiento curioso, crítico y creativo desde el jardín de infantes hasta la vida adulta. Creó la asociación Expedición Ciencia y condujo el programa La casa de la ciencia para el canal de TV Paka Paka. Fundó el curso “El mundo de las ideas” y organizó los eventos TEDxRíodelaPlata. Murió la semana pasada, a los 49 años. Entre sus libros se destacan La ciencia en el aula, Ciencias naturales: aprender a investigar en la escuela y Cómo criar hijos curiosos.