El presidente Javier Milei viajará a Nueva York el sábado para dirigirse por primera vez a la Asamblea de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Lo acompañarán el ministro de Economía, Luis Caputo; la canciller, Diana Mondino, y la secretaria general, Karina Milei.
No se espera que se produzcan contactos formales con la Casa Blanca o con el FMI. De hecho, el país anfitrión está organizando un cocktail para el lunes a la tarde, después de los discursos del secretario de la ONU, António Guterres, y del presidente Joe Biden, pero Milei aún no confirmó si irá. “Va a ser una visita institucional a la ONU”, dijeron en el entorno del jefe de Estado.
El Presidente dará un mensaje crítico del rol de los organismos internacionales frente a los Estados. En particular, contra iniciativas como la Agenda 2030, especialmente cuestionada por el Gobierno. El primer mandatario descree de los objetivos enmarcados en ese programa, que incluyen la promoción de la igualdad de género y la lucha contra el cambio climático. En cambio, considera que las intervenciones de las organizaciones multilaterales debe acotarse, lo más posible, a las relaciones crediticias. De todas formas, equilibraría ese posicionamiento con una alusión directa al “sometimiento” que supuestamente ejerce China sobre el organismo, un pasaje que representaría un guiño a los intereses de EE.UU. en América Latina, según publicó Infobae en un informe especial desde ese país.
En el centro de poder de EE.UU. no acuerdan con la mirada de Milei sobre la Agenda 2030 (una iniciativa que promovieron desde 2015 y aún defienden). No obstante, relativizan el impacto de las diferencias sobre temas ambientales o sociales en el vínculo bilateral. Lo que les importa, en definitiva, es que la democracia se mantenga firme, frente al caos en Venezuela; que no se profundice la relación con China -más que la presencia militar, los inquieta la comercial y financiera-; y tener garantizado el acceso a recursos naturales, especialmente los minerales críticos (“litio” y “cobre” son palabras muy repetidas en los comandos de decisión norteamericanos).
Así, siguen los detalles de las medidas y conocen al dedillo, en tiempo real, cómo salen las votaciones en el Congreso sobre temas vinculados a la economía -por ejemplo, la recomposición jubilatoria y su posterior veto, o la letra fina del Presupuesto-. En contacto con el equipo económico, con quien tienen una relación fluida, perciben las obvias dificultades para lograr apoyo político, pero las consideran entendibles para la fuerza de un “outsider” y relativizan sus consecuencias. Reconocen la baja de la inflación y el cumplimiento de las metas fiscales, pero tienen dudas sobre la fecha para la salida del cepo, sobre el supuesto plan para dolarizar la economía, y sobre la hoja de ruta para el año que viene. En resumen, dudan sobre la sostenibilidad del plan.
Aunque los ocupan, los detalles no los “preocupan”. Lo que más les interesa es la orientación de la receta económica, en el sentido más amplio. Por ahora, proclaman un apoyo claro, pero exigen mayor claridad a futuro. En Gobierno responden con un concepto amplio: “Nuestro plan a futuro es hacer a la Argentina más libre, el crecimiento y la sostenibilidad van a venir de ahí”.