Tango con sustancia en el impecable recital de Esteban Morgado

El guitarrista lidera un compacto y talentoso cuarteto, que recorrió sin pausa temas propios y clásicos en versiones originales. Interacción

ESTEBAN MORGADO CUARTETO. Un magnífico y dialogado concierto en una sala Orestes Caviglia repleta. ESTEBAN MORGADO CUARTETO. Un magnífico y dialogado concierto en una sala Orestes Caviglia repleta.

La espera valió la pena, con creces. En un día inhabitual por donde se lo mire, Esteban Morgado llenó la sala Orestes Caviglia con su propuesta tanguera contemporánea ante un público deseoso de los sonidos que prometía, en una acabada demostración de talento, ingenio y riesgo. Debía presentarse en el Septiembre Musical el 6, pero el paro aeronáutico forzó a reprogramar su recital; nada pudo opacar la reconstrucción de un vínculo que circuló festivo entre escenario y platea.

Desde el primer acorde, se robó el aplauso. Sus cómplices fueron Diego Pojomovsky (su iniciático momento solista con el bajo de cinco cuerdas despertó sorpresa y admiración por igual), Walter Castro en bandoneón y Quique Condomí en violín (oficia de personaje cómico por momentos con sus comentarios, aportes y gestos). Eficientes, eficaces y atentos a sus indicaciones como director: una mano alzada, un gesto mínimo, un cabeceo casi imperceptible eran órdenes a cumplir para que todo suene de la mejor manera, y vaya si lo consiguieron.

Morgado destila simpatía. Luego de la introducción, sonríe y saluda a los presentes con genuina satisfacción; es respondido desde las butacas consolidando de entrada un ida y vuelta que no se romperá hasta el final, casi dos horas después. Intercala con naturalidad temas propios con otros de compositores tradicionales de la edad de oro del tango, versionados a su estilo de guitarrista eximio pero no petulante: se sabe virtuoso, lo demuestra, pero no hace gala de ello. Está al servicio de la música y del cuarteto, no del lucimiento personal.

Desafía al público a reconocer los acordes -a su estilo, obvio- de “un muy conocido tango” y ofrece como premio una cena en casa de su amiga-víctima, la doctora Adriana Di Cola. Nadie acierta con “Por una cabeza” (habilita primera intervención de los bailarines Delia Agüero y Carlos López), y todos ganan en risas. Y así discurre la noche, con bromas, comentarios, contextualizaciones (como la selección de temas de Ennio Morricone para “Cinema Paradiso”) y posiciones políticas claras dichas como al pasar, pero que calan hondo y dejan evidente su distancia con el ideario de Javier Milei.

Así, aparece un 2x4 con sustancia y posicionamiento: cuando anuncia su tema dedicado al Pebete (milonguero porteño), pide que tras una melodía se digan ciertas palabras como “cipayo”; y al presentar su “Milonga de la puteada” (sic, con algunos condimentos del candombe) habla de “los precios por las nubes”, la proliferación de “DNU y Ley Bases” y pide por más presupuesto universitario. Desde los asientos se convalida sus planteos.

Clásicos

Tras un recorrido por composiciones excelsas de su autora, vuelven los clásicos con la voz de Mariela Acotto. El disfrute revuela la sala con tangos tradicionales de claro contenido dramático, que tan bien le caen a la intérprete. Y luego sigue el recorrido, saltando entre autores y épocas, con más presencias salpicadas de los bailarines y la cantante. Uno de los puntos más altos de la noche fue cuando vocalista y músico hicieron “Desencuentro”, con Morgado acompañándola en soledad con su guitarra, sin que hiciera falta nada mas. Una orquesta suena en sus manos, en una espiral creciente hasta el cierre con “ni el tiro del final te va a salir”, seguida de una ovación y un pedido de bis. El bajista le guiña el ojo a su director, dándole vía libre a “una más” con Acotto.

El tobogán desliza las emociones hacia el cierre. Se saborea cada canción sabiendo que viene el final. Y el plus del recital deja al líder otra vez solo: arremete con Ástor Piazzolla destacando que unió “dos hermosas palabras: libertad y tango”, y trascartón comienza -obviamente- “Libertango” con una extensa introducción que arranca con flamenco y luego deriva en acordes de “Todavía cantamos” de Víctor Heredia (nuevos y agradecidos aplausos) hasta llegar a la composición elegida original; después se suma el resto del cuarteto, y suenan como muchos más de los que están. Imposible no despedirlos de pie. El maestro y sus discípulos han dado clase.

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