Por Marie Miy
Los cuentos de Marcos Agüero funcionan como aberturas a espacios cotidianos y cálidos, al mismo tiempo que extraños. En sus relatos dibuja mujeres que estuvieron a punto de tocar a Gardel (“Es como el cristal la risa loca de Julie”), y a hombres de cuarenta y pocos que, aun en la frustración de un taller literario, encuentran pequeños resquicios por donde asomar el cogote (“El cuentista”).
Detrás de lo que podría parecer cotidianeidad aburrida, aparecen tramas de ternura, de seres enamorados en secreto, o atraídos por otras formas de sexualidad. En el fondo, es la ternura de quien parece ser nuevo en un determinado lugar, jugando de extraño, de visitante, a espiar sin tocar, a dibujar genitales soñados que harían tambalear al más macho de los machos.
Es que el narrador, a veces en primera, otras en tercera y hasta en segunda; retrata personajes que se asoman a todos los mundos sin pertenecer a ninguno. Personajes que miran de afuera. Participan por un instante, fugaz, y todo vuelve a una triste normalidad.
¿Es el autor un extraterrestre que se ubica afuera del mundo? ¿Un ser de antenas perceptivas que se desliza en la toma fallida de una fábrica (“Willy”) o se transforma en testigo de lo que un niño está dispuesto a sacrificar por amor (“Brigada A”)? La complicidad con los personajes frágiles de cada cuento permite mirar esas pequeñas historias desde un cristal distinto.
Se trata de cambiar la perspectiva, por un rato aunque sea, por lo que dure la lectura de los siete cuentos de Marcos Agüero, y que la mirada y el foco principal se trasladen hacia esos personajes que, en apariencia, serían nimios y pequeños. Porque aquí los —con regularidad— personajes sin importancia toman aire y valor, abren grande el pecho y la voz para contar los pequeños-grandes actos, amores, incertidumbres y tragedias de su vida cotidiana. Y es esa la magia que despliega, de a cuidadas dosis, Agüero en su atrevido gimnasio escorpiano.
Gimnasio Escorpión
Marcos Agüero
Borde Perdido Editora, 2024
78 págs.