Si las mujeres hubiesen sido consideradas ciudadanas en la Atenas clásica, quizá esta habría sido la defensa de Jantipa. Porque su historia, como la de muchas mujeres de la época, no fue escrita por ella misma, sino por hombres que decidieron cómo debía recordarse. Platón, Jenofonte y otros discípulos de Sócrates la describieron como un obstáculo, una prueba para la paciencia de su marido, una figura destinada a resaltar, por contraste, las virtudes del gran filósofo. Incluso Nietzsche, el gran crítico de Sócrates y Platón, se unió a este desprecio. En su Crepúsculo de los ídolos, escribió: “¿Quién no odiaría a Jantipa?”
¿Y qué sabemos de Jantipa? Que era la pareja de Sócrates, madre de sus hijos, y que compartió su vida con un hombre cuya genialidad no siempre fue compatible con las necesidades de una familia. Que vivió en una sociedad que no daba voz a las mujeres, y que, sin embargo, alzó la suya. Una mujer que, a pesar de las burlas y los prejuicios, se atrevió a reprochar y cuestionar al hombre al que todos admiraban.
Diógenes Laercio señala que en una ocasión Jantipa, harta de la falta de compromiso de Sócrates con el bienestar material de su familia, le arrojó un balde de agua. Sócrates, con su habitual ironía, comentó: “¿No dije que después del trueno viene la lluvia?” (Vidas de los filósofos ilustres, II.36). Cuando sus amigos o discípulos le cuestionaban su pareja, solía decir que si podía soportar a ella podía soportarlo todo. “Los buenos jinetes no eligen caballos dóciles, sino los más indómitos, porque al dominarlos pueden enfrentarse a cualquier reto.” (Oeconomicus, 7.11).Pero debemos retener que no existía tal cosa como una esposa que reproche a un marido, , no había en la democrática atenas lugar para tal cosa. Estas anécdotas, más que desmerecerla, revelan el carácter indomable de Jantipa y su papel en la vida del filósofo. Si Sócrates fue el tábano de Atenas, quizás Jantipa fue el viento que lo mantuvo en vuelo. Y si hubiera tenido la oportunidad de hablar, quizás habría dicho algo como esto:
Dicen que fui una carga para Sócrates. Que lo perseguí con mis gritos, que lo humillé al tirarle un balde de agua en la cabeza, que fui una prueba para su paciencia. Pero, ¿cómo no levantar la voz viviendo con un hombre que pasaba más tiempo en el ágora que en casa? Que no cobraba por enseñar, que despreciaba los bienes materiales, que no veía el hambre de sus hijos. ¿Qué esperaban que hiciera? ¿Callarme como las demás, ser una mascota, una eterna menor de edad? ¿Adorar su genio mientras la familia se quedaba sin pan?
Ellos lo llamaban el tábano de Atenas, y decían que era necesario para despertar a la ciudad. Lo hizo bien, enojó a todos hasta el último segundo con su petulante ironía de “sólo sé que no sé nada”. Pero nadie pensó que yo fui el tábano de Sócrates, la que lo mantenía despierto en su propia vida. Mientras él hablaba de justicia, yo le recordaba las injusticias que sucedían bajo nuestro techo. Mientras él examinaba las almas de otros, yo le exigía que examinara la suya.
Platón quiso borrarme de la historia. Platón, tan dispuesto a escribir sobre los hombres, no encontró espacio para mencionar siquiera a su propia madre. No recuerda Platón que Sócrates era el único de los filósofos que hablaba con las mujeres. yo estuve allí, tanto que me dio el único papel femenino en vivo de su obra.. En el Fedón, me muestra llorando, como si mi dolor fuera una interrupción no deseada. Me apartó de la escena, como si mi amor y mi duelo no fueran importantes. Estuve cuando Sócrates vivió y cuando murió. Lloré porque sabía lo que vendría: la idealización, la estatua de mármol, la leyenda. Sabía que borrarían lo humano, y conmigo, todo lo que lo hacía real.
No soy la villana de esta historia, como quisieron pintarme. No fui una carga, ni un obstáculo, ni una prueba de paciencia. Fui su compañera, su igual en fuerza, su mayor desafío. Fui el viento bajo las alas del tábano. Porque incluso los grandes necesitan que alguien los ancle a la realidad. Y yo fui esa persona. Si Sócrates fue el hombre que todos admiran, es porque tuvo a mi voz, mi amor y mis reproches para guiarlo. Si lo odiaban -porque era insoportable- también tengo la culpa. Así que juzguen si quieren. Pero recuerden esto: incluso el más grande de los filósofos necesitó a alguien que le dijera lo que no podía ignorar. No hay Sócrates sin Jantipa, no hay tábano sin viento. Después del viento, vendrán las nubes, los truenos y el agua, elemento indómito que renueva, purifica y libera la vida.