Soy paciente

Por Fernando Sánchez Sorondo para LA GACETA.

Soy paciente
09 Febrero 2025

Siempre lo digo: tengo más años de terapia que de vida. Y aunque alguna vez, medio enojado, en un poema llamé a los psicoanalistas “amigos ortopédicos”, les debo mucho de mi actual salud mental, que no es absoluta, pero sí llevadera.

Conozco a los psicólogos desde el diván, las sesiones cara a cara, los grupos terapéuticos, la terapia de pareja; conozco a los freudianos ortodoxos y a los no tanto, a los gestálticos, los transpersonales, los sistémicos, los cognitivos, los jungueanos, los logoterapeutas, los neurolingüistas, hasta a los lacanianos… De hecho, para mi suerte –y la suya, no tanto- he terminado casándome con una psicóloga.

Y el mío no es un conocimiento teórico: lo he encarnado. A propósito, tengo una anécdota divertida y esclarecedora: en una de mis innumerables internaciones -de joven fui adicto a la metanfetamina- me hice amigo de un compañero de habitación. “Luis Lino Oscar Mandado”, siempre decía su nombre completo. Vaya un homenaje en su querida memoria.

El hecho es que un fin de semana nos permitieron salir y lo llevé a casa de mi padre, que cumplía años. Estaba Ernesto Sábato. Mi amigo empezó a perorar acerca de la locura y de las distintas escuelas de terapia y lo hizo con tanta vehemencia que Sábato le preguntó:

-Dígame, ¿usted es psiquiatra, médico?

-No –contestó-, yo soy enfermo.

Parafraseándolo, diría que yo también. Que buena parte de lo que sé, lo sé como enfermo, como paciente. Una verdadera maestría, casi un doctorado. En camino a la recuperación plena –eso espero- y en buena medida gracias a los terapeutas.

Tuve la suerte de encontrarme con profesionales ideales, casi santos. Pienso en la tan genial como poco ortodoxa Sofía Navón, por ejemplo, que me perseguía por las calles en su auto hasta que accedí a atenderme con ella. Llegó a alojarme en su casa, conseguirme trabajos y no cobrarme las sesiones cuando estuve en la mala. Fue quien me sacó de las drogas (mi padre acudió a ella luego de saber que había logrado curarle una parálisis histérica a una conocida de la familia).

Pero debo confesar que más de un terapeuta, sobre todo en sesiones de pareja, se quedó dormido. Cómo lo aburriremos, pensaba yo, y lo absolvía.

Y también viví una experiencia insólita, que recuerdo con ternura. Acababa de publicar mi primer libro –Por orden de azar- y una empresa ubicada en Mendoza, como parte de una campaña publicitaria institucional, nos había invitado a varios escritores jóvenes a esa provincia. En el tren de la ida hice amistad con Alejandra Pizarnik, mayor que yo, quien, seguramente al verme más chico, tímido y –como luego le comenté- muy deprimido, me propuso cederme su sesión de la semana siguiente nada menos que con Enrique Pichon-Rivière (gesto que seguramente sólo en esa época y entre esos personajes podría darse). Además, yo era muy amigo de su hijo Marcelo, escritor y periodista.

Y allí fui el día indicado. Era un departamento que todavía recuerdo, ubicado en un piso alto en la calle Melo. Toqué el timbre, esperé largamente y de pronto apareció una señora vestida con delantal que me dijo:

-El doctor no lo va a poder atender, le pide que lo disculpe.

Estaba yéndome con el ánimo por el suelo a través de un pasillo cuando, ya casi al borde del ascensor, oigo que se reabre la puerta que se me había cerrado y aparece la figura del propio Pichon diciéndome:

-Venga por favor, venga, pase…

Entré, nos sentamos y enseguida empezó a contarme:

-Disculpe, no voy a poder atenderlo… ¡estoy muy deprimido!… Pero no quería dejar de verlo… mi hijo Marcelo me trajo su libro y me interesó… sobre todo por el tema del azar. Pero como le decía ¡estoy tan deprimido! Me echaron de todas partes, de la televisión, de mi columna en el diario… en fin…

Y siguió enumerando pálidas… Al rato terminamos juntos compartiendo desasosiegos en una pizzería… ¡y guardo, sin embargo, el mejor y más agradecido de los recuerdos! Una gran persona, un verdadero pionero de la psicología argentina y un ser humano excepcional me había hecho mucho bien, además, por su humilde afecto y su amorosa fraternidad.

© LA GACETA

Fernando Sánchez Sorondo - Escritor. A los 20 años ganó el Premio Nacional de Literatura con su libro “Por orden de Azar”. Su obra, conformada por más de 20 libros –novela, cuento y poesía-, fue traducida al portugués por Santiago Kovadloff, al francés por Horacio Salas y al inglés por Norman di Giovanni.

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