
A sólo 50 metros de la plaza principal de El Mollar, en “El Edén de las Alturas” cada plato y cada taza transmiten un mensaje. Sus dueños, Anita Solås y Jan Skrøvje llegaron a Tucumán con una misión: compartir su fe y construir comunidad.
Hace cuatro años en plena pandemia abrieron este rincón nórdico en los Valles Calchaquíes. Pero la historia empezó mucho antes.
El viaje de Anita y Jan
“Soy hija de misioneros”, cuenta Anita, de 56 años, en diálogo con LA GACETA. Y añade: “Mis padres llegaron a Argentina en 1972 desde Noruega, cuando yo tenía tres años, y nos establecimos en San Miguel de Tucumán.”
En 1986, en un campamento de iglesias en Mandal, al sur de Noruega, conoció a Jan. “Yo era parte del equipo de trabajo del campamento pero era del sur del país, a unas cinco horas de distancia de donde nos encontramos”, cuenta él. Ella tenía 17 y el 20 años.
Un año después de conocerse se casaron, y aunque para Jan Argentina era un destino desconocido, para Anita significaba volver a su hogar. “Mis padres trabajaban acá, entonces vinimos juntos como misioneros. Primero estuvimos en Yerba Buena y después llegamos a El Mollar”, dice.

Hace 24 años compraron un terreno y comenzaron con una carpa, que se transformó en una pequeña habitación. Cuatro años más tarde, inauguraron la iglesia.
“Somos parte de la Asamblea Evangélica Libre. No tenemos imágenes, seguimos el evangelio”, explica Jan a la vez que resalta que lo importante es la acción. “No basta con decir ‘Dios te bendiga’. Hay que hacer realidad la palabra”, afirma.
El edén de las alturas
El nombre del café tiene un simbolismo especial. El Edén es según el Génesis, el jardín donde Dios puso al hombre después de haberlo creado a partir del barro. “Todo lo que entra de dinero en el café va para la iglesia”, dice Jan.
El menú combina influencias nórdicas y argentinas. Las recetas llevan historia, cultura y un propósito. “Es nuestra manera de seguir la misión, de servir y dar. Desde la fe, pero también desde la mesa”, menciona.
La cafetería, al igual que la iglesia, se construyó de a poco. “Todo este edificio es de madera. Fuimos avanzando paso a paso. En la pandemia no podíamos salir, el bar estaba cerrado, así que en vez de esperar, empezamos a trabajar. Fue un éxito y todo se hizo en poco tiempo”, recuerda Jan.
Él tenía experiencia. “En Noruega trabajé como carpintero, construía casas. Es mi profesión”, dice. Por eso la madera, los detalles y el diseño llevan su sello.

Anita lo había soñado desde siempre. “Siempre quisimos tener una cafetería, pero lo hicimos con la guía de Dios. No podríamos haberlo logrado solos”, reflexiona.
Raíces en dos mundos
El Edén de las Alturas es también una historia de familia. “Tenemos cuatro hijos. Tres nacieron en Tucumán, uno en Noruega y hoy dos de ellos viven allá. Una de nuestras hijas ahora viaja a España en misión y la otra esta aquí junto a nosotros, ya que trabajamos en equipo”, cuenta Anita.
Ella aprendió a hacer pastelería desde chica. “Mi mamá me enseñó. Nunca fui a una escuela, aprendí mirándola, ayudándola. La cocina era un espacio de unión familiar. Así crié a mis hijos, con una mezcla de dos culturas. Aunque nací en Europa me crié acá por lo que me siento más tucumana que noruega”, destaca.
En el café esa fusión se siente en cada rincón. “Muchos muebles vienen de nuestra familia, del otro lado del mundo. Sofás, mesas, escritorios, cada cosa tiene un significado”, comenta.
Algunas tradiciones, además, siguen intactas. “Así como acá el 25 de mayo hay locro, nosotros tenemos la Lapskaus, un guiso similar. Y siempre hubo cosas amasadas en casa. Mi mamá hacía rollos de canela y azúcar”, rememora.
Algunas materias primas también llegan desde Noruega. “Traemos cardamomo y una canela más oscura, con un sabor distinto. Además un ingrediente especial para elevar la masa, que acá no conseguimos”, cuenta Anita.
Entre sus especialidades, se resalta la estrella, una delicia de almendras y crema pastelera que deben preparar desde cero. También realizan una torta de coco con pasas de ciruela y crema de leche, sin merengue ni dulce de leche, ya que este último no es parte de la repostería tradicional noruega.
No obstante, encontraron la forma de fusionar ambas culturas con la tarta “Edén”, que combina manzanas - típicas en la gastronomía nórdica- con dulce de leche.
Turismo y comunidad
A pesar de la fuerte presencia turística en El Mollar, la cafetería se ha ganado también a los locales. “Me sorprendió cómo les gusta. Durante el año, casi solo tenemos gente de acá y nos hacen encargos”, dice Anita.
A su vez, turistas de Estados Unidos, Japón y Alemania también han dejado sus mensajes en su libro de visitas.
La idea del café nació de una observación de Jan quien notó que en esa localidad no había un lugar para merendar para la gente que estaba de paso hacia Tafí del Valle.
“Pensé: ‘¿por qué no aprovechar el turismo y trabajar con eso?’”, se dijo y hoy el proyecto ha significado una oportunidad de generar empleo para la comunidad.

“Todos los que trabajan acá son de la zona”, destaca Anita.
Mensaje que trasciende
Sobre la entrada de la cafetería hay una frase que resume su filosofía: de dos patrias un mismo corazón.
Jan explica su significado: “Argentina es una mezcla de nacionalidades, y siempre ha recibido bien a la gente de afuera. Acá nos han acogieron con los brazos abiertos. Y nosotros quisimos devolver algo de eso, al crear un lugar que no solo sea un negocio, sino un espacio de paz”.
Para ellos, la cafetería es más que un sitio donde se sirve café. “No queríamos solo un lugar para ganar dinero. Queríamos que sea un lugar bendecido, donde la gente pueda venir a encontrar tranquilidad. No es solo el sabor de la comida o la calidad del café, es una experiencia completa: lo que ves, lo que sentís, el ambiente, todo tiene que encajar”, observa Jan.
Como aquel campamento en Noruega donde se conocieron. Como la iglesia que levantaron con esfuerzo. Como lo es ahora El Edén de las Alturas, un rincón donde las culturas se entrelazan entre tazas de café y pastelería. (Producción periodística: María del Carmen Garzón Príncipi)