
El 9 de febrero de 1975 el Ejército Argentino desplegó un vasto operativo con el fin explícito de destruir un pequeño frente de guerrilla rural creado por el Partido Revolucionario de los Trabajadores‒Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP): la llamada Compañía de Monte «Ramón Rosa Jiménez», que operaba desde principios de 1974. El 5 de febrero de 1975, a través de un decreto, la presidenta constitucional María Estela Martínez de Perón había ordenado al Comando General del Ejército la ejecución de «las operaciones militares que sean necesarias a efectos de neutralizar y/o aniquilar el accionar de elementos subversivos que actúan en la provincia de Tucumán». En una primera etapa, al frente de las operaciones militares estuvo el general Adel Vilas, comandante de la V Brigada de Infantería; en diciembre de 1975 y durante dos años, lo reemplazó el general Antonio Domingo Bussi.
Los uniformados delimitaron un «teatro de operaciones» en la llamada «lucha contra la subversión» que abarcó un área del sudoeste provincial e incluyó a la capital, San Miguel de Tucumán. El Puesto de Comando Táctico de Avanzada funcionaba en la ex Jefatura de Policía de la ciudad de Famaillá y, luego de la llegada de Bussi, se trasladó al ex Ingenio Nueva Baviera. Una de las principales Bases Militares –el Comando Operativo- estaba emplazada en el ex ingenio de Santa Lucía y se crearon una serie de Fuerzas de Tareas que se desplegaron en todo el territorio.
Si bien este término forma parte de la terminología militar clásica, el uso de una metáfora dramática (pensar el monte tucumano como un teatro) ilumina un aspecto central del ejercicio del poder: su dimensión expresiva y sus puestas en escena. En Tucumán, el poder militar hizo una gran puesta en escena de una guerra, que combinó distintas formas de represión, acción cívica y psicológica.
Una de las claves de ese «teatro» se basó en un complejo juego de mostrar y ocultar. El Operativo Independencia, por un lado, tuvo una faceta secreta, oculta y negada: la represión en los centros clandestinos de detención. Allí se implementó por primera vez una política institucional de desaparición forzada de miles de personas (ejecutada de manera directa por las Fuerzas Armadas) y significó la aparición de la institución ligada con esa modalidad represiva: los centros clandestinos de detención. Según el último informe del Archivo Nacional de la Memoria (2016), se ha comprobado la existencia de 698 desaparecidos, aunque los organismos de derechos humanos calculan que podrían duplicar o triplicar esa cifra. Entre 1975 y 1983, funcionaron al menos 60 centros clandestinos de detención y espacios de reclusión ilegal en la provincia de Tucumán. Uno de los más importantes ha sido «La Escuelita» de Famaillá, conocido por ser el primero que funcionó en toda la Argentina. En Tucumán el terrorismo de Estado circuló y atravesó literalmente todo el tejido social, especialmente en la zona rural y del sur, donde la mayoría de esta población sufrió en sus propios cuerpos el ejercicio de la represión arbitraria y discrecional por parte del Estado y sus agentes.
Por otro lado, esta campaña castrense tuvo una cara que exhibía, mostraba y espectacularizaba: en los enfrentamientos reales y fraguados; en la aparición de cuerpos masacrados en la vía pública o en el monte tucumano; en los grandes operativos de secuestros y detención de opositores en las grandes ciudades y en el sur tucumano, entre otros. Junto con esta faceta destructiva, el Operativo Independencia también tuvo una faceta productiva: las FFAA asumieron la tarea de disciplinar de la sociedad tucumana, buscando imponer la dominación y el control estatal en un territorio de fuerte conflictividad social y radicalización política producido a partir del cierre de ingenios azucareros luego de 1966.
Gracias al nuevo sistema de rotación –que implicaba el envío de amplios sectores del Ejército en actividad a Tucumán en misiones rotativas de entre 30 y 45 días–, esta zona de operaciones se volvió un espacio de entrenamiento y aprendizaje en términos de adopción de nuevas formas de represión, que se ensayaban por primera vez en la zona de operaciones de Tucumán: la desaparición forzada de personas. Por eso, hemos demostrado que esta campaña militar operó como un potente rito de pasaje a través del cual el Ejército argentino buscó moldear a sus integrantes como parte de un nuevo cuerpo represivo masculinizado: ejercer este tipo de represión como «cosa de hombres». Sobre esa malla de relaciones y a partir de una participación directa en la represión por parte de oficiales y suboficiales, se sustentó el sistema nacional de represión ilegal y se selló el pacto de silencio y de sangre.
Para cerrar, retomaremos un fragmento del diario que escribió Adel Vilas, donde relató su experiencia directa comandando las tropas destinadas al teatro de operaciones del Operativo Independencia. Nos gustaría destacar uno de sus argumentos que, a primera vista, parecería contradecir la centralidad que tenía el monte tucumano en la estrategia represiva:
«¿Por qué los nombrados grupos operativos desenvolvían su acción en el ámbito de la capital, principalmente? Pues porque de las declaraciones tomadas en [el centro clandestino que funcionaba en] Famaillá llegamos a la conclusión de que la base de operaciones del ERP era la ciudad y no el monte como suponían algunos. Sin la cobertura que les daba Tucumán, los campamentos situados en plena selva no hubiesen resistido treinta días de lucha, pero el foco de la infección marxista estaba en San Miguel y resultaba un esfuerzo baldío creer lo contrario. De aquí que mi determinación de incluir en la zona de operaciones a la capital haya sido correcta».
En función de esta apreciación, nos volvemos a preguntar: ¿por qué el monte tucumano fue construido como el centro de la estrategia represiva si, para el Comandante de la V Brigada, el «foco de infección marxista» estaba en la ciudad de San Miguel de Tucumán? La clave de esta respuesta está en el concepto de «teatro de operaciones», con el que las autoridades militares denominaron la zona de donde actuaron. En el sur de Tucumán, el Ejército argentino hizo una gran puesta en escena de una guerra. Para ello, se utilizaron un conjunto de imágenes muy significativas para el imaginario bélico y nacionalista: la movilización de miles de soldados conscriptos, convertidos en protagonistas de la lucha; la apelación a los valores morales del sacrificio de la vida, el heroísmo, la lealtad y el valor; y, la continuidad entre la gesta de la independencia en el siglo XIX y la «lucha contra la subversión» en la década de 1970, entre otras cuestiones. De ahí el lema que pobló las calles tucumanas desde la asunción de Bussi: «Tucumán, Cuna de la Independencia, Sepulcro de la Subversión» y llegaron a publicar un libro de propaganda que retomaba este tópico. A su vez, esta puesta en escena se reveló como la escenografía más propicia para ocultar que, tras las bambalinas, se estaba exterminando y desapareciendo a miles de tucumanos. Allí se pudieron montar y mostrar escenas de una «guerra», muy diferentes a lo que sucedía en los centros clandestinos de detención.
*Autor de “Deseo de combate y muerte. El terrorismo de Estado como cosa de hombres” (FCE, 2023), y editor con Ana Concha de “Operativo Independencia. Geografías, actores y tramas” (Edunt, 2022). Es investigador del Conicet y profesor de la Carrera de Ciencias Antropológicas (Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires) y de la Universidad de Lanús.