Nada más y nada menos que una cuchillada

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Nada más y nada menos que una cuchillada

Ella está sentada de espaldas a la escuela Álvarez Condarco y de frente a la cámara de LG Play, mientras un arbolito proporciona algo de sombra bajo el sol mañanero de Acheral. “Que les revisen las mochilas a los chicos en la entrada”, propone. Así, mezclado con las carpetas, habría ingresado el cuchillo con el que un estudiante agredió a puntazos a un compañero. La de esa madre es una voz que intenta aportar soluciones; soluciones que no están llegando del otro lado del alambrado. En varios países hay detectores de armas en la puerta de los colegios y personal de seguridad puesto a controlar a los alumnos, lo que atempera la violencia intraescolar pero en nada resuelve los problemas de fondo. Como si la institución dijera: si quieren matarse, háganlo afuera, ya no es problema nuestro. Es cierto: la opinión de una madre preocupadísima por lo que está viviendo su pueblo es comprensible y atendible, sobre todo cuando se percibe durante la entrevista que no hay redes de contención, ni siquiera de escucha, que ayuden a esa comunidad educativa a encontrar respuestas. Entonces cada uno, en soledad y como puede, formula vías de acción.

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La escuela como campo de batalla. Así luce durante los 30 segundos que dura el video grabado en la Álvarez Condarco de Acheral. Los protagonistas de la pelea se mueven en un escenario carente de normativas y de límites, como si estuvieran en algún páramo exento de la fastidiosa obligación de imponer reglas básicas de convivencia. El desbande a la vuelta es absoluto, mientras alguien atina a prender el celular y registrar la agresión. Es otro clásico de estos tiempos, esa reacción pavloviana que impone prender la cámara para obtener los 15 segundos de fama implicados en el acto de filmar un hecho -en apariencia- extraordinario. Si ser responsable de un video viral, por más que se trate de un compañero acuchillando a otro, deviene en símbolo de estatus, ¿por qué preocuparse mínimamente por intervenir o, al menos, dar una voz de alerta?

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En ese campo de batalla al que termina reduciéndose la escuela los microestallidos son cosa de todos los días. Sucede que numerosas instituciones saben barrer los problemas bajo la alfombra o están bien entrenadas para impedir que la sangre llegue al río de la opinión pública. El gobernador Osvaldo Jaldo sostiene que lo de Acheral es un hecho aislado dentro de un universo de miles de estudiantes. Es la forma a la que apeló para bajarle el precio al episodio. Tal vez el hecho aislado sea el video que capturó el momento preciso del ataque, mientras por lo general las agresiones -físicas y verbales-, ya sean producto de enconos personales o de bullying liso y llano, no quedan documentadas con semejante nitidez. Pero son los involucrados -docentes, pedagogos, directivos, los propios estudiantes- quienes dan cuenta del estado de situación en las escuelas. Que lo de Acheral no fue un hecho aislado lo están diciendo desde el interior del sistema educativo.

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Apenas viralizado el video se abrió la canilla de los comentarios en medios, redes sociales, foros. Salvo contadísimas excepciones, proliferaron sentencias del estilo los adolescentes son esto, los adolescentes son aquello, los adolescentes son lo de más allá... Aquí conviene subrayar que la adolescencia no es, sino que está siendo. Se trata de subjetividades en plena etapa de construcción, mal pueden darse por completas y cerradas. Y además no existe la adolescencia o una adolescencia; lo que tenemos alrededor son infinitas adolescencias, cada una con su impronta. Como si no existieran adolescentes que practican deportes, cantan, pintan, bailan, programan en la web como si fueran ingenieros, se enamoran, estudian -por supuesto- y agreguemos aquí los mil etcéteras que caben en una cabeza joven y creativa. Y están, a la par, conviviendo con ellos, los que sufren, la pasan mal, no le encuentran la vuelta al presente, quedan enredados en distinta clase de adicciones y terminan en una explosión de violencia. Lo que no quita que ese chico o chica cuente con inquietudes, habilidades o talentos similares a los del resto; de lo que carece es de las condiciones de posibilidad para desarrollarlos y disfrutarlos. Con tanta complejidad de por medio no hay manera de pensar en soluciones simples o lineales. Porque, de nuevo, los adolescentes no son; están siendo.

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Las brechas generacionales existen desde que el homo sapiens empezó a deambular en comunidad. Siempre fue cuestión de tender puentes hasta encontrar la manera de comunicarse, pero ese ejercicio está costando muchísimo en esta brecha del siglo XXI porque la vida digital de los chicos representa un territorio absolutamente desconocido para los mayores. ¿Cómo pueden intervenir los padres en un mundo que ni siquiera imaginan? Hay un muro tecnológico de por medio, muy sólido, así que el esfuerzo debe ser necesariamente mayor. El esfuerzo de recuperar el valor de la palabra, de los espacios de diálogo; de ponerle el cuerpo y la mirada a una conversación que debe ser cara a cara, no por wasap. Son actos de amor que además requieren de tiempo. El pecado es bajar los brazos y dejar de intentarlo, tal vez ante la impotencia que representa no comprender el lenguaje que los chicos están elaborando, los nuevos términos que emplean, ese argot mediado por la vorágine de las pantallas. Siempre se puede, hay que intentarlo, una y otra vez. Hasta que sale.

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Pero sí está clarísima la lógica de las redes, tan comunes a todas las generaciones. La lógica del hate, del insulto, de la crueldad naturalizada. De esas etiquetas hirientes que puede imponer un emoji o un sticker, devenidos herramientas de lapidación social. Cómo obra esto en una subjetividad que no es otra cosa que un work in progress de 13 o 14 años salta a la vista. Si la calle es un campo de batalla -incluida la escuela- es en la web donde se alimenta el rencor y se velan las armas. Da la sensación de que este es un punto sin retorno, reflejado en la agenda de todos los días: nadie baja el tono ni apela a sutilezas porque se percibe como un síntoma de tibieza o de debilidad. La serpiente rompió hace rato el cascarón del huevo.

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Quedó demostrado el fracaso de las medidas extremas y generales. Fue el caso de la ley de las 4 AM, instrumentada en Tucumán a partir del crimen impune de Paulina Lebbos. Lo que generó fue una cultura del after, regida -se caía de maduro- por la ilegalidad. En esa sintonía se inscribieron varias disposiciones de orden represivo, por lo general adoptadas para calmar a la opinión pública tras episodios de violencia que involucraron a jóvenes, adolescentes o niños. Todo esto es más sencillo que transitar el arduo camino de trabajar caso por caso, individualidad por individualidad, hogar por hogar, detectando dónde está el riesgo, haciendo prevención y brindando herramientas para cambiar realidades tormentosas. Es lo más caro, lo más difícil, pero -a fin de cuentas- lo único efectivo.

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Esto implica caminar por Acheral. Para empezar, escuchando a una madre que, con el Jesús en la boca, intenta contribuir para que la escuela del pueblo sea un poquito mejor.

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