
El escritor peruano Mario Vargas Llosa, uno de los más influyentes narradores en lengua española y referente intelectual del liberalismo en América Latina, murió este domingo en Lima a los 89 años. Su fallecimiento no solo marca el final de una obra literaria inmensa —que le valió el Nobel de Literatura en 2010—, sino también de una voz que, sin medias tintas, convirtió su rechazo al peronismo argentino en uno de sus ejes discursivos más persistentes.
“La fuente de todos los males del país es el peronismo”, había sentenciado en una entrevista en 2022, convencido de que ese movimiento político, nacido en la década del '40, había dinamitado las posibilidades de desarrollo de una Argentina que, en su infancia limeña, era vista como un faro de modernidad. “En mi barrio no se hablaba de París, se hablaba de Argentina. Queríamos estudiar en sus universidades, vivir en Buenos Aires. Esa Argentina desapareció”, decía con tono de duelo.
En su cruzada ideológica, Vargas Llosa no ahorraba provocaciones. Defendió la reelección de Jair Bolsonaro en Brasil, apoyó a políticos conservadores en España y fustigó con dureza a líderes latinoamericanos de izquierda, desde Fidel Castro hasta Pedro Castillo. En Argentina, su nombre quedó asociado a una figura incómoda, sobre todo para el peronismo, que lo consideró muchas veces un extranjero entrometido. Sin embargo, sus análisis —polémicos, provocadores, agudos— siempre generaron debate y tensaron la relación entre literatura y política.
La muerte de Vargas Llosa cierra el capítulo de un autor que no sólo escribió novelas como La ciudad y los perros o Conversación en La Catedral, sino que eligió el espacio público como escenario permanente. En él, su antagonista preferido fue el peronismo, al que consideró —hasta el final— no solo un error político, sino una tragedia histórica. Su obra quedará, también, como testimonio de esa visión implacable.