

A la aglomeración diaria, un clásico del aeropuerto de Ezeiza, se le agrega un condimento especial. Hay viajeros que sacaron el pasaje de apuro para llegar a tiempo y brindarle un último adiós, lo más cercano posible, al Papa que se fue. Otros habían planificado unas vacaciones italianas y coincidirán en Roma con los funerales de Francisco. De uno u otro modo, son viajeros tocados por un momento histórico como el que está viviéndose en El Vaticano.
A ellos se suma LA GACETA, por medio de una cobertura que en cierto modo cierra un círculo. Allá por 2013 en Roma estuvo José Názaro, en esos tiempos redactor y hoy secretario de Redacción de nuestro diario. Le tocó asistir a la impactante ceremonia de investidura de -nada menos- un Papa argentino. El primer americano, el primer jesuita. Fueron días de fiesta. Hoy volvemos al mismo escenario, pero en días de congoja y de profunda reflexión.
Aquel Jorge Bergoglio que asomaba al balcón portando una tímida sonrisa y saludando a la multitud con un “¡buonasera!” descansa hoy en un sobrio ataúd de madera. Lejos de la pompa y del boato principesco, tanto en el instante de su transformación en Papa como en este adiós que el mundo le brinda con sincero pesar. Miles de fieles desfilan por la plaza de San Pedro rumbo a la basílica, movidos por la necesidad de sentirse cerca -por última vez- de un hombre que les llegó al corazón.
El jueves por la tarde LA GACETA ya estará en Roma, tras un periplo vía Frankfurt por la aerolínea Lufthansa. Será el momento de brindar las primeras impresiones de la ciudad, de su ritmo frenético hoy atemperado por el luto. Y de una primera aproximación al Vaticano, por supuesto, allí donde hoy está escribiéndose la historia. El viernes, último día del masivo velorio, aflorarán más emociones; mientras que el sábado será el turno de la misa de despedida, ceremonia a la que asistirán líderes de todo el planeta. Y quedará una cobertura más, inédita: el primer domingo sin Francisco. Todas las plataformas de LA GACETA están al servicio de este esfuerzo periodístico.
Mientras la cristiandad se aboca a rezar por el buen descanso de Francisco -tal como él lo reclamaba una y otra vez- en el seno de la Iglesia Católica es indisimulable el interés que genera la sucesión. Son días de intensas reuniones, de mensajes cruzados -mayormente a través de los medios- y de una danza de nombres habitual en esta clase de ocasiones. Se habla de “papabiles” de distinto cuño (conservadores, reformistas, moderados) como si de partidos políticos se tratara. Se sabe que al cónclave, “el que entra Papa sale cardenal”, por lo que los verdaderos candidatos prefieren siempre moverse con discreción.
Pero para esa reunión en la Capilla Sixtina en la que se definirán los futuros pasos de la Iglesia todavía falta. La “fumata blanca” no es en este momento el centro de la discusión; lo que impera es la reflexión en torno al profundo legado que Francisco dejó. De eso da cuenta la vibrante actitud de quienes lo están despidiendo en el corazón del Vaticano.
Roma espera, eterna como siempre. Con su tradición milenaria y el arte que le brota por los poros; con la invasión de turistas que habitan cada rincón a toda hora; y también con el particular carácter de un pueblo del que somos legatarios. En muchos aspectos nuestra identidad bebió de Italia, generaciones de argentinos se moldearon a imagen y semejanza de ese carácter. Y entre ellos estuvo Jorge Bergoglio, el hijo de un inmigrante italiano que llegó a lo más alto: nada menos que a liderar a 1.200 millones de católicos.
Es tiempo de decirle adiós. Y con ojos tucumanos.