
Cada 16 de abril, el santoral católico recuerda a un conjunto de figuras que, con vidas marcadas por la fe, el sacrificio o la contemplación, siguen siendo fuente de inspiración para creyentes en todo el mundo. Entre ellos, destaca Santa Bernardita Soubirous, la humilde pastora francesa que aseguró haber visto a la Virgen María en una gruta de Lourdes, en 1858.
Bernardita, canonizada en 1933, vivió en la pobreza, la enfermedad y el anonimato tras sus visiones. Murió a los 35 años, en un convento de Nevers, y fue enterrada sin pompa. Décadas después, su cuerpo fue hallado incorrupto, y su figura se convirtió en símbolo de fe sencilla y tenaz. Lourdes, el lugar de sus visiones, es hoy uno de los centros de peregrinación más importantes del mundo.
El 16 de abril también se recuerda a San Engracio y compañeros mártires, que murieron en Zaragoza en el siglo IV durante la persecución de Diocleciano. Aunque se sabe poco con certeza histórica, su culto arraigó con fuerza en España, y su nombre sigue presente en iglesias y calles.
Otra figura destacada es San Fructuoso de Braga, obispo y abad visigodo del siglo VII, conocido por su vida ascética y su labor de organización monástica en la península ibérica. Fundador de varios monasterios, dejó una regla monástica que tuvo fuerte influencia en la época.
Completan el santoral San Lamberto de Lyon, obispo del siglo VII, y Santa Kateri Tekakwitha, la primera indígena norteamericana canonizada, aunque esta última suele recordarse en otras fechas en distintas regiones.
Aunque para muchos el santoral es apenas un dato del almanaque, en cada nombre se esconde una historia. En este caso, un mosaico de tiempos y geografías que va de los Pirineos franceses al Ebro romano, de las cuevas de los mártires a los silencios de los monasterios. Un recordatorio de que, más allá de la fe, la historia también se escribe en vidas discretas.