María José Romano Boscarino
Lic. en Economía, Mg. en Políticas Públicas. Asoc. Prof. en el Centro para la Economía del Desarrollo Humano de la Universidad de Chicago
El futuro económico de Argentina depende del desarrollo del capital humano y, en particular, de la inversión en la primera infancia: la etapa de la vida en la que, según la evidencia, se obtiene el mayor retorno por cada peso invertido, tanto en términos económicos como sociales.
Los primeros años son fundamentales para el desarrollo humano. Es la etapa más determinante en la vida de una persona, donde el cerebro se desarrolla rápidamente, estableciendo las bases que definirán su desempeño escolar, laboral y personal a futuro. De allí la importancia de comenzar a promover desde esa etapa habilidades básicas, cognitivas y conductuales, como la atención, la memoria, el lenguaje, el razonamiento, la motivación, la autonomía, el autocontrol y la sociabilidad. Si bien todos los niños necesitan ese apoyo, aquellos que nacen y crecen en situaciones de vulnerabilidad tienen menos posibilidades de recibirlo. Esto impacta en su bienestar individual, en su capacidad futura de romper el círculo de pobreza en el que están inmersos y en sus oportunidades de incorporarse al mercado laboral en la adultez, lo que además se traduce en grandes costos sociales.
La atención a la primera infancia no solo tiene una justificación humanitaria, sino también económica, respaldada por notables investigaciones como las llevadas adelante por el Premio Nobel de Economía James Heckman. Entre sus hallazgos, el profesor Heckman demostró que el impacto de programas de alta calidad dirigidos a niños en situación de desventaja, desde el nacimiento hasta los cinco años, puede generar un retorno anual del 13% sobre la inversión: una tasa sustancialmente mayor que la que pueden ofrecer intervenciones en edades posteriores. En términos simples, es más efectivo y menos costoso prevenir que remediar.
Además, la literatura especializada destaca que, si bien la educación preescolar de calidad es un factor fundamental, también lo es el apoyo directo a las familias. Sobre esto último, el profesor Heckman realizó un estudio que dio seguimiento a una iniciativa de bajo costo llevada a cabo en Jamaica entre 1986 y 1988.
Visitas domiciliarias
La intervención consistía en visitas domiciliarias con sesiones semanales de una hora, en las que se promovía una mejor interacción entre padres e hijos, apoyo nutricional y estimulación cognitiva y social en el hogar. Estaba destinada a niños de entre 9 y 24 meses con retraso en el crecimiento.
Los resultados, medidos 30 años después, fueron contundentes: quienes recibieron el apoyo del programa tenían una probabilidad 26% mayor de obtener un título de educación superior, presentaban salarios un 43% más altos (equiparando a sus pares sin retraso en el crecimiento), y ganancias un 37% superiores que los que no lo habían recibido. Esto, según indica el estudio, probablemente se debió a que esos niños experimentaron aumentos significativos en su coeficiente intelectual y mayor flexibilidad cognitiva, presentaron menos síntomas depresivos, tuvieron menos problemas de consumo de sustancias y menor participación en conductas de riesgo relacionadas con la salud y el trabajo.
A su vez, el programa también impactó en el rol de los padres, quienes comprendieron mejor la importancia de la educación formal y realizaron una mayor inversión en la formación de sus hijos a lo largo del tiempo.
Este es solo uno de los muchos casos evaluados que generan evidencia robusta sobre los grandes beneficios de invertir en los primeros años de vida.
Los contundentes avances en materia económica que se están logrando en nuestro país ofrecen una oportunidad única para pensar el futuro con una visión de largo plazo. La disminución de la inflación y la consecuente caída de la pobreza tienen un impacto positivo directo en el contexto para el desarrollo del capital humano. No obstante, y aunque desde el Gobierno Nacional ya se están realizando esfuerzos en materia de primera infancia, los gobiernos en todos los niveles y la sociedad en su conjunto deben comprender la importancia y la necesidad de aprovechar la orientación que ofrece la evidencia, priorizando la asignación de recursos hacia programas destinados a las familias y los más pequeños.
Los niños son nuestro mayor activo. Su bienestar y desarrollo son las claves para establecer los pilares que sostengan y consoliden el proyecto de país próspero que tanto anhelamos.




















