

Son las 19.30. El cielo está cubierto por un manto gris de nubes. Todavía no cayó ninguna gota, pero la amenaza de lluvia está latente. No es casual que, en las inmediaciones del Monumental José Fierro, haya vendedores de capas plásticas. Cubren lo justo como para resistir el agua en las tribunas, aunque aún no hay señales de que un chubasco arruine la previa de los hinchas de Atlético.
La mayoría no está conforme con el presente del “Decano”, pero sienten que el duelo frente a Independiente puede marcar un nuevo comienzo en el Apertura.
El punto de encuentro es el de siempre: la intersección de las calles Uruguay y Laprida. La calle está repleta de banderas, parrillas humeantes y parlantes con música a todo volumen. Los hits de Carlos “La Mona” Jiménez y de Mario “Koli” Arce son los elegidos por los fanáticos para bailar con vasos en la mano. Intentan seguir el ritmo, pero poco importa. En este “pasillo celeste y blanco” no existe la vergüenza ni las miradas juzgadoras. En definitiva: es una fiesta de la que nadie quiere quedarse afuera.
Pablo Caro y Pablo Rivadeneira están parados en medio de la calle Uruguay. Cuentan que, tras el último triunfo frente a Instituto, adoptaron un nuevo ritual: comprar una bebida alcohólica en un local de las calles Rivadavia y Sarmiento.
“Antes teníamos otras cábalas, como usar la misma camiseta durante todo un campeonato, pero ahora elegimos una diferente para cada partido”, dice Caro.
Los amigos, como tantos otros supersticiosos, cambiaron de costumbres en busca de un cambio de suerte. La última prueba dio resultados.
“La última vez ganamos de suerte. Estamos muy tristes porque queremos que el equipo juegue copas y se nos viene escapando en los últimos años”, reflexiona Rivadeneira.
Con el paso de los minutos, el “cardumen” de hinchas empieza a poblar los alrededores del estadio. Una minoría ya ingresa a las tribunas; la mayoría opta por disfrutar un choripán o compartir un rato con su grupo de amigos. Otros especulan con el resultado: el “Decano” necesita cortar la mala racha y alejarse de la zona baja de la tabla Anual.
Las primeras gotas comienzan a caer pasadas las 20. Muchos se agrupan bajo los gazebos de los choripaneros o los techos de los kioscos, que funcionan como pequeños refugios ante la lluvia intensa. Otros, como si fueran feligreses, eligen mojarse con el “agua bendita”.
Damián Arias es uno de los embanderados de esta práctica. Dueño de una de las parrillas, vive cada partido al máximo. Toma una capa plástica, la extiende bajo la lluvia y une las manos como si fuera a rezar en medio de la calle. La escena es celebrada por varios fanáticos presentes.
“Siempre vengo a las 17 para empezar con la previa. Quiero que la gente disfrute a pesar de la mala situación que atravesamos, pero tengo fe en que vamos a levantar”, reflexiona Arias.
Algunos niños también se divierten bajo la lluvia. Saltan sobre los charcos y juegan con el agua que corre por los cordones. La imagen enternece a muchos de los presentes.
A las 21, la mayoría de los hinchas acelera el paso para llegar a tiempo a la cancha. Ya se empieza a hablar de una posible suspensión. “¿Se jugará?”, es la pregunta que se repite una y otra vez. La calle Uruguay comienza a inundarse, aunque eso no parece importarles a quienes caminan contra la corriente.
A la hora del partido, todos esperan la decisión del árbitro Darío Herrera. Una vez decretada la suspensión, una horda de personas abandona el estadio rápidamente. Nadie se muestra disconforme, pero los hinchas coinciden en algo: esta vez, el agua fue “maldita”.