Cada 21 de abril, la Iglesia católica celebra a San Anselmo de Canterbury, un influyente monje benedictino, teólogo y filósofo italiano del siglo XI, considerado uno de los grandes doctores de la Iglesia. Nacido en Aosta (Italia) en el año 1033, Anselmo fue arzobispo de Canterbury y es recordado por sus profundos aportes al pensamiento cristiano, entre ellos la célebre “prueba ontológica” de la existencia de Dios.
San Anselmo defendió la autonomía de la Iglesia frente al poder político en tiempos de grandes tensiones entre el papado y la corona inglesa. Su legado filosófico y teológico sigue siendo materia de estudio: con su lema “fides quaerens intellectum” (“la fe busca entender”), propuso una armonía entre fe y razón que marcó el pensamiento medieval y anticipó el método escolástico.
Junto a San Anselmo, el 21 de abril también se conmemora a San Apolonio, mártir romano que defendió su fe ante el Senado durante las persecuciones del siglo II, y a San Conrado de Parzham, un humilde portero capuchino del siglo XIX, reconocido por su vida de oración y servicio. Tres figuras distintas que, desde sus contextos, iluminaron el camino de la espiritualidad cristiana con la fuerza de su testimonio.























