
En un gesto que desbordó las barreras del protocolo, una mujer de hábito azul cielo y sandalias simples se convirtió en una de las imágenes más conmovedoras del velorio del Papa Francisco. Sor Genevieve Jeanningros, religiosa franco-argentina de la Congregación de las Hermanitas de Jesús, permaneció más de veinte minutos de rodillas frente al féretro del pontífice en la Basílica de San Pedro, ajena al riguroso orden establecido para autoridades eclesiásticas. Su presencia no solo fue una señal de devoción, sino también el testimonio de una vida vivida en los márgenes, en coherencia con el mensaje del Papa que la consideraba una de sus “enfant terrible”.

¿Pero quién es esta monja que desató tanta curiosidad entre los presentes en el Vaticano?
Nacida en Francia pero criada en Argentina, Sor Genevieve Jeanningros vive desde hace años en las periferias de Roma, acompañando a comunidades olvidadas por el Estado y muchas veces también por la Iglesia: artistas de circo, feriantes, personas sin techo, y un grupo de mujeres y personas trans que sobreviven en contextos de prostitución forzada. En Ostia Lido, una zona costera a las afueras de la capital italiana, esta religiosa habita en una caravana, sin agua corriente ni electricidad, junto a aquellos a quienes ha decidido consagrar su vida. Desde allí organiza ollas populares, ayuda en trámites legales, reparte medicamentos y, sobre todo, escucha.
Fue justamente ese trabajo con las periferias lo que llamó la atención del entonces arzobispo Jorge Mario Bergoglio, cuando ambos se conocieron en Buenos Aires. La afinidad entre ambos creció con los años, al punto de que el Papa la recibió en más de una ocasión en el Vaticano e incluso asistió a uno de sus encuentros comunitarios en Ostia. En 2014, en una de sus salidas sorpresivas por Roma, Francisco llegó hasta el asentamiento de caravanas donde vive Sor Genevieve, sin aviso previo ni escolta.
Pero el vínculo de esta mujer con la historia argentina es aún más profundo y doloroso.
Sor Genevieve es sobrina de Sor Léonie Duquet, una de las dos monjas francesas secuestradas y desaparecidas durante la última dictadura militar en Argentina. Junto con Alice Domon, ambas religiosas habían sido vistas por última vez en diciembre de 1977 en el centro clandestino de detención conocido como la ESMA, donde fueron torturadas por su cercanía con las Madres de Plaza de Mayo y su trabajo con los pobres en las villas miseria.
Décadas más tarde, los restos de Sor Duquet fueron hallados en una fosa común. Investigaciones forenses confirmaron que había sido arrojada al mar en uno de los tristemente célebres "vuelos de la muerte". En esa misma tumba fue identificada también Esther Ballestrino de Careaga, militante desaparecida que había sido jefa de laboratorio de Jorge Bergoglio cuando era joven, antes de ingresar al seminario.
La muerte de su tía marcó para siempre a Sor Genevieve, quien no dejó de denunciar las atrocidades del régimen militar y de defender la memoria de las víctimas. Desde entonces, su vida religiosa se entrelazó con la militancia por los derechos humanos, aunque siempre desde la acción silenciosa, el servicio y el acompañamiento directo.
El gesto de Sor Genevieve ante el cuerpo de Francisco no fue solo un acto de fe personal: fue también el encuentro entre dos trayectorias que se cruzaron en el compromiso con los descartados, los que viven en los márgenes, los que no tienen voz. Su oración de más de veinte minutos, en silencio, sin cámaras ni discursos, fue tal vez uno de los homenajes más honestos y profundos que recibió el primer Papa latinoamericano.