

La movida en el centro histórico de Roma es la de siempre: una marea de turistas van del Panteón a la Fontana di Trevi sin que importe la hora. Pero en El Vaticano sí que las cosas han cambiado, al menos por esta semana. Decenas de miles de personas conforman un aluvión indetenible, así que el lapso impuesto para despedir a Francisco en la Basílica de San Pedro voló por los aires. Se hablaba de 8 a 24, pero en plena medianoche es tanta la gente que a nadie se le ocurre cerrar las puertas.
Apenas cruzando el río Tíber ya se nota el movimiento inusual: el ejército de voluntarios, policías y guardias de seguridad desplegados; la maraña de cámaras y presentadores de TV, todos alineados en la avenida que conduce a la Plaza de San Pedro; monjas y sacerdotes multiplicados exponencialmente. Ordenar a la multitud es la consigna y se cumple, porque la fila avanza con rapidez. “Para llegar hasta el Papa estuve 45 minutos, pero para entrar a los museos vaticanos perdí más de dos horas”, resume Santiago Ferniez, español residente en el Piamonte.
De repente una bandada de palomas levanta vuelo en el centro de la plaza y los celulares registran ese momento que parece soñado de tan metafórico. Una de esas camaritas es la de Josefina, integrante de un grupo de tandilenses a las que les dura la emoción tras salir de la basílica. Josefina y su amiga Juliana llegaron a Roma junto a Felicitas, Catalina y Francisca. Es un regalo para las tres chicas, que cumplieron 15 años. Claro, no esperaban encontrarse con esta situación: la posibilidad de formar parte de un rito colectivo tan fuerte. “Es imposible definir lo que se siente frente al Papa, es tremendo”, resumió Josefina.

Este caso no es aislado. Para muchos de quienes asisten al Vaticano y le brindan el adiós al Papa todo esto es una sorpresa. No es que hayan viajado especialmente a Roma por este motivo; más bien son familias o grupos que disfrutaban las vacaciones y no podían dejar de ser parte de un momento al que todos califican como histórico. Tratándose de una de las ciudades con mayor flujo turístico del mundo la explicación salta a la vista.
Experiencia poderosa y espiritual
Ese carácter histórico es lo que impulsó a Ricardo y a Eugenia a participar de esta experiencia poderosa y espiritual. “Yo soy agnóstico, ella es judía, pero coincidimos en que queríamos sumarmos -comentó Ricardo-. Lo que hizo Francisco en todos estos años es significativo, por eso lo que vivimos fue muy fuerte”. Él es de Mataderos; ella de Núñez; y cuentan que llegaron a Roma desde España. “Teníamos comprada la visita a los museos vaticanos y pudimos hacerla, pero nos cancelaron la basílica y la cúpula”, relató Eugenia.
Aunque -como es lógico- los italianos son mayoría, lo cierto es que la interminable fila que rumbea al encuentro de Francisco es una Babel de lenguas, razas, edades, procedencias y credos. Despedir a Francisco es una experiencia que trasciende lo religioso, difícil de explicar y a la vez simple. La magnitud del personaje todo lo justifica. “Yo estuve en la misa que dio en mi país. Hubo más de cinco millones de personas, increíble ¿no? Pienso que fue un Papa distinto, cercano a los pobres, muy humilde. Lo vamos a extrañar muchísimo”, relata la filipina Deini Prequieni, actualmente radicada en Roma.
Hubo quienes supusieron que tres días eran demasiados para velar a Francisco. Se equivocaron por completo. Se espera un viernes de masiva concurrencia; será el último día habilitado para acercarse al féretro y dedicarle una plegaria, una sonrisa, una reflexión. El sábado, tras la ceremonia de despedida en San Pedro, al Papa lo aguardan en Santa María la Mayor, su última morada. Allí también se podrá visitarlo, pero -por supuesto- no será lo mismo.