

Mientras el Vaticano hierve de fieles que desfilan sin pausa para darle el último adiós al papa Francisco, otro punto de la ciudad comienza a tomar protagonismo: la basílica de Santa María la Mayor, donde ya está preparado el sepulcro que, desde mañana, custodiará sus restos.
La escena en las inmediaciones del templo no tiene la magnitud de San Pedro, pero sí una intensidad particular. En el interior de la iglesia, uno de los templos marianos más importantes del mundo, ya puede verse el lugar que recibirá al pontífice argentino: una tumba sencilla, sin lujos, con una inscripción breve en latín —Franciscus— como él mismo pidió.
Muchos de los que llegaron a Roma con la intención de despedirlo sumaron una segunda parada a su itinerario espiritual: el sitio de su descanso eterno. Lo hacen por devoción, pero también por curiosidad, o simplemente por el deseo de entender la dimensión de una figura que marcó una época.

Llegar hasta aquí desde el Vaticano es una caminata de aproximadamente una hora y media, que atraviesa el corazón histórico de Roma: el Campidoglio, el Foro Romano, el Coliseo, iglesias centenarias y callejuelas que respiran siglos.
El recorrido se ha transformado en una suerte de peregrinación urbana, donde conviven fieles, turistas, romanos y argentinos que no quieren irse sin conocer el segundo gran escenario de esta despedida.
Hay algo simbólico en este gesto de caminar entre los dos extremos de una historia: desde donde Jorge Bergoglio es velado hasta donde reposará para siempre. Un trayecto que mezcla lo espiritual, lo cultural y lo humano. Porque, como todo en Roma, aquí la fe también se vive con los pies.