

Lo gritó con el alma. No por el rival, ni por la tribuna. Lo gritó por él, por todo lo que le costó llegar hasta ahí: los colectivos que tomó, las veces que pensó en dejar todo, su abuela enferma, los botines que alguna vez le regaló su abuelo, cada noche en la que durmió con angustia, deseando simplemente volver a ser feliz adentro de una cancha. El gol de Mauro Verón con la camiseta de San Martín, en el empate contra All Boys, no fue uno más: fue el salvavidas que encontró cuando sentía que se estaba hundiendo.
En 2024, su presente era oscuro. Con Diego Flores como entrenador, la confianza del delantero se apagó. “Me quería hacer jugar en otras posiciones. Teníamos charlas, pero no me sentía yo”, reconoció Verón en diálogo con LA GACETA.
“Flores nunca me dio la oportunidad de jugar de delantero. Me ponía de extremo… hasta de lateral derecho me llegó a poner. Una vez se lo dije: ‘yo no soy lateral, profe’. No sé si le cayó bien o mal, pero se lo dije con respeto”, recordó “Nene”.
“Yo quería competir por un lugar de 9 y no podía, porque ni en los entrenamientos me ponían ahí. Y lo peor es que llegaban delanteros nuevos y tampoco me daban la chance de pelear. Sabía que estaba lejos de mi nivel, pero también sentía que no me daban las herramientas para mejorar. La pasé muy mal. Me quería ir en junio. Pero nunca me quejé. Me mantuve en silencio”, relató.
La tristeza había entrado en su vida como una marea lenta.
“Mi abuela Nilda, que me crió, se enfermó. No tenía ganas de nada. Ni de entrenar, ni de jugar. Pensaba en irme de San Martín”, confesó Mauro, sin disfrazar el dolor. “Estaba deprimido, de verdad. Me costaba todo. Me ayudó mucho Ariel Martos, que se quedaba conmigo cuando no me concentraban”, agregó.

Sus inicios
Antes de llegar a ese momento difícil, hubo un camino lleno de esfuerzo. Mauro nació en la localidad de 7 de Abril, ubicada en Burruyacú, donde dio sus primeros pasos con una pelota en el complejo sobre la Ruta Nacional 34. “Ahí no había escuelita. Íbamos por pasión”, recordó. Alejandro Herrera fue el primer entrenador que confió en él. “Me vestía, me llevaba, me daba consejos. A todos nos trataba como si fuéramos sus hijos”, agregó Verón.
De ahí partió a Belgrano de Nueva Esperanza para disputar el Torneo Regional Amateur (Santiago del Estero), luego a Güemes de Rosario de la Frontera, hasta llegar a Unión del Norte. Fue su hermano Nicolás, exjugador de Atlético y actual futbolista de Graneros, quien lo llevó. Allí explotó: fue goleador con 17 tantos y campeón de La Liga. “Ese año me dieron mucha confianza. Cuando tenés confianza, sos otro”, afirmó.
Justamente ese torneo le cambió la vida: Pablo De Muner lo vio y lo llevó a una prueba en San Martín. Mientras jugaba el Regional con Unión, también se entrenaba con el plantel “santo”.
“Me hablaban también desde Atlético, pero decidí venir a San Martín. Sentía que acá iba a tener más oportunidades”, contó. Ya había estado en 2020 entrenando gracias a la gestión de Floreal García, pero la pandemia y la falta de lugar lo hicieron volver al “Cuervo del Norte”.
Sin embargo, cuando De Muner lo vio, no dudó. “Jugá como lo hacés en el barrio. No intentes hacer de más”, le dijo “Tomate”. Días después, le confirmaron que quedaba. Lo llevaron a la pretemporada en Salta y firmó su primer contrato profesional. “Llamé a mi mamá, a mi papá, a mi abuela y a mis hermanos. Todos se pusieron a llorar”.
Ese día, cuando regresó al pueblo, lo esperaban con banderas, bombas de estruendo y lágrimas de emoción.
“Pensé que solo me iban a felicitar, pero me ensuciaron todo. Fue hermoso”, dijo, sonriendo.
Su familia fue siempre el sostén. Su mamá trabaja en casas de familia, su papá en la comuna de 7 de Abril. Además de “Nico”, su otro hermano, Hugo —que tuvo un breve paso por Rosario Central—, es policía. “Siempre me apoyaron. Yo les decía que no me gustaba estudiar, que iba a ser jugador. Que me bancaran, que lo iba a lograr”, explicó “Nene”.

“Fui un chico sufrido”
Y lo logró a fuerza de sacrificios. Se tomaba el colectivo 130 o el 18 —el que viniera— para ir a entrenar. Comía lo que había, usaba zapatillas para jugar porque no había plata para botines. Hasta que su abuelo Rodolfo, quien falleció en 2019, le regaló los primeros. Nunca se olvidó de eso.
“Jugaba al fútbol con lo que había porque no me alcanzaba para botines. A veces quería comprarme algo para mí y no podía. Comía lo que había. Nada de gustos, era lo que alcanzaba. Todos allá saben… fui un chico sufrido”, se lamentó el delantero. “Cuando tenés sueños, no hay lugar para el cansancio”, dijo Mauro. Y ese sueño no era solo suyo: también era del barrio.
Como todo chico que sueña con triunfar en el fútbol, también tenía sus referentes en el puesto: Martín Palermo, Esteban “Bichi” Fuertes, José Sand y, en este último tiempo, Julián Álvarez.
“El día que jugué contra Defensores de Belgrano, José Sand estaba en la tribuna. Le pedí una foto y Darío, su hermano —que ahora es mi compañero—, me ayudó. Le dije: ‘sos un gran goleador’”, confesó Verón.
En San Martín, además de De Muner, también lo dirigieron Iván Delfino y Pablo Frontini. Con Delfino logró una conexión especial. “Iván hablaba mucho conmigo. Como él también era del interior, me decía que sus padres eran del campo. Conocía mi pueblo. Siempre me preguntaba por el lugar”, recordó el “9”, que mantiene una gran relación con sus excompañeros y, sobre todo, con el grupo de tucumanos.
“Tenemos miles de anécdotas. Con Alan Cisnero, ‘Guille’ Rodríguez y Agustín Prokop hablábamos mucho cuando sucedió lo de Flores. Ellos vivieron una situación similar”, añadió “Nene”.

Un renacer
Por eso, su gol contra All Boys no fue uno más. Fue una señal. Se llevó la mano al tatuaje de su brazo derecho y pensó en su abuela. Fue para ella. Para su familia. Para todos los que alguna vez le dijeron que sí se podía.
“Había dicho que, si hacía un gol, lo iba a dedicar con ese gesto, señalando la imagen de Jesús en mi brazo. Mientras abría los brazos, me acordaba de todo lo malo que había pasado. Me tocó disfrutar ese momento”, aseguró con una sonrisa. “Recuperé la confianza y quiero transmitirla con gol”.
Mañana, contra Arsenal, quiere volver a gritar. Quiere que la racha siga. Que la historia se repita. Pero ya no por una urgencia personal, sino por el deseo de ayudar al equipo de Martos.
Porque entendió que el fútbol también puede ser mar. A veces te hunde, pero si aguantás la respiración, si remás fuerte, llega la orilla. Y Mauro ya la está tocando con los dedos.