
Cuando el sol comenzaba a calentar la mañana en la rotonda al pie del cerro, unos 300 fieles se pusieron en marcha en Yerba Buena. No era un día cualquiera: en la madrugada del sábado, el mundo había despedido al papa Francisco en Roma. A miles de kilómetros, su mensaje seguía vivo en cada paso hacia el santuario de la Divina Misericordia, en el pedemonte de San Javier. Hombres, mujeres, niños caminaban por la ruta provincial 338 con estampitas, banderas, imágenes de la Virgen, en silencio, como en oración. No era una procesión de tristeza, sino una peregrinación de esperanza, como tantas veces había pedido Francisco en sus palabras y, sobre todo, en sus gestos.
Organizada por las parroquias del Decanato II, la caminata formaba parte del Jubileo 2025 y llevaba un lema que parecía susurrarse entre los senderos: “Peregrinos de Esperanza”. “Antes que nada, caminar”, había escrito Francisco en su mensaje para esta Cuaresma. Y allí estaban, obedeciendo. Caminaban como él enseñó: con humildad, con la certeza de que el camino es encuentro, de que el camino es servicio. Al final del trayecto, en un pequeño santuario rodeado de verde, los esperaba el Santuario de la Divina Misericordia, ubicado en el Hogar Agrícola San Agustín en el camino a San Javier.
En la rotonda, mientras animaba a su comunidad de Cristo Rey, el padre Marcelo Barrionuevo miraba el sendero que se abría cuesta arriba. “Hoy nos juntamos para vivir el jubileo de la esperanza. Rezamos por Francisco, por el futuro Papa, por nuestras familias, nuestros enfermos, por el país entero”, contaba. El padre Marcelo había vivido días intensos: había estado en Roma cuando el Papa fue internado y, desde entonces, la Iglesia entera había permanecido en oración y expectativa. “Fue una semana muy fuerte. “Ahora nos toca recoger los frutos, entender qué nos quiso decir Dios. Francisco ya descansa en paz, pero nosotros seguimos llamados a ser instrumentos de fraternidad”, reflexionaba.
Entre los rezos y los cantos de los peregrinos, a mitad del camino avanzaba el padre Ludovico Tedeschi, del movimiento de Schoenstatt. Para él, el legado de Francisco era un llamado a confiar. “Es un orgullo haber tenido un papa argentino”, decía. “Nos enseñó que la Iglesia debe ser como un hospital de campaña, abierta a todos, llena de esperanza, aún en medio de un mundo cambiante. Nos dejó el desafío de caminar con misericordia, confiando en Jesús y en la Virgen”.
Momento emotivo
Ya en los últimos grupos, apareció el padre José Ignacio “Pepe” Abuin, de la Parroquia San Martín de Porres. A la madrugada había seguido por televisión la transmisión del sepelio del Papa Francisco. “Fue un momento muy emotivo, lleno de recuerdos”, dijo. Para él, Francisco había dejado una huella imborrable no solo en sus palabras, sino sobre todo en sus gestos: aquel primer día, al pagar su alojamiento como un cardenal más, o su primer viaje papal a Lampeduza, para abrazar a los refugiados. “Nos enseñó que el poder verdadero está en la humildad y en ponerse del lado de los últimos”, decía, emocionado. “Cada gesto suyo tuvo un significado enorme, silencioso pero profundo”.
La peregrinación también reunió a quienes, viniendo de tierras lejanas, hoy siembran fe en Tucumán. El padre Jobert Bélgica, sacerdote rogacionista de origen filipino, acompaña desde hace 10 meses la obra del Hogar San Agustín, donde se encuentra el Santuario de la Divina Misericordia. Para él, esta semana fue de profunda emoción. “Después de la Semana Santa, seguimos con el dolor por la muerte del Papa, pero también con mucha esperanza. Francisco nos enseñó que la vida no termina en la cruz”, reflexionó. Jobert recordó que en Filipinas, donde el cristianismo está tan arraigado, Francisco dejó una marca imborrable. “Cuando visitó nuestro país en 2015, muchos recuperaron la fe. Para nosotros fue como un abuelo cercano”, contó, emocionado. Aunque lejos de su familia, el joven sacerdote se siente acogido en Tucumán. “La gente aquí es muy cálida, como en Filipinas. Dios nunca nos deja solos”, afirmó, con una sonrisa serena. También caminó junto a los peregrinos el padre Paul Chidi Nwachukwu, nigeriano y miembro de la comunidad de Schoenstatt. Hace seis meses que vive en Yerba Buena. “Recibimos con tristeza la noticia de la partida de Francisco, pero también con gratitud. Fue un Papa que nos mostró el rostro misericordioso de Dios”, señaló. Paul, que creció en una familia católica y lleva 16 años de sacerdocio, remarcó que el mensaje del Papa sigue vivo. “Él nos enseñó a ser una Iglesia abierta, que ama a todos sin importar de dónde vengan. Esa esperanza es ahora nuestro camino”, afirmó. Sobre el futuro cónclave, fue claro: “No importa de qué país venga el próximo Papa. Lo importante es que sea un pastor que nos guíe en el amor y en la misericordia, como Francisco nos enseñó”. Y cerró, agradecido: “Estoy feliz de vivir esta misión aquí, entre gente tan amable y llena de fe”.
Jóvenes peregrinos
La caminata no fue solo un gesto externo de fe, sino también un eco profundo de sentimientos encontrados en el corazón de los más chicos. El dolor por la partida del Papa convivía con la alegría pascual y el compromiso de seguir su legado. Juan Manuel Ruiz Gómez, de la Parroquia del Espíritu Santo es coordinador de los Jóvenes Misioneros de la Madre Teresa y caminaba con una emoción especial. Para él, el recuerdo de Carlo Acutis —el joven beato que iba a ser canonizado en estos días— se enlazaba con la figura de Francisco. “Él nos enseñó que la santidad es para todos, incluso en la vida diaria, en medio de nuestros errores”, decía. “Hoy, esta caminata es también una forma de acompañarlo en su mejor peregrinación: su encuentro definitivo con Dios”.
La fuerza del amor
Una pareja relató su experiencia
Cristian Palavecino y Karina Villafuerte, de la parroquia San Martín de Porres, saben bien que caminar juntos también era parte del mensaje. Casados hace apenas un año, pero compañeros de vida desde hace 15, participaron de la peregrinación llevando su propio testimonio de amor perseverante. Contaron cómo su vida de pareja se transformó al acercarse más activamente a la Iglesia: “Si no hacés una participación real, no hay modo de vivir a Jesús en tu vida”, compartieron, emocionados. “Nos dejó el mensaje de la paz. Cuando en casa surge un problema, lo primero que pensamos es que no vale la pena pelear”, relató Karina.