IMPONENTE PERO DAÑADO. Una vista de Tafí del Valle desde la zona del Cristo;en primer plano, el loteo de La Quebradita La Gaceta / foto de Diego Aráoz
Cuando ponemos la atención en el Valle de Tafí da la sensación de que observamos un paisaje de oportunidades perdidas. No es una apreciación personal, sino que, en realidad, se trata de una especie de consenso que existe entre viejos veraneantes, algunos lugareños, estudiosos de diversas disciplinas y visitantes ocasionales. La degradación del suelo y de los recursos naturales, la manipulación del patrimonio arqueológico, la sobreexplotación de un territorio limitado, el desorden urbanístico alimentado por la voracidad inmobiliaria, los atropellos cometidos a instancias de dudosos derechos ancestrales y las afluencias masivas en períodos relativamente cortos de tiempo, como enero o Semana Santa, por ejemplo, han puesto al ecosistema y al paisaje al borde de un abismo más allá del cual sólo aparece el colapso. Algunos dirán que la debacle final ya ha llegado al valle. Pero hay datos que alimentan la esperanza aún débil de frenar el deterioro.
La iniciativa del legislador Manuel Courel de acercarle a la Fiscalía de Estado un informe de la Dirección Provincial de Catastro se inscribe en esta línea. Lo que le está diciendo Courel a Gilda Pedicone y, a través suyo, al Gobierno provincial es: cuidado, hay por lo menos 20 lotes en la zona de La Quebradita que figuran a nombre del Gobierno provincial, es decir, que son terrenos fiscales, pero en los que hay casas construidas. Algunas, inclusive, de gran tamaño. En principio, esto no quiere decir que los dueños de esas propiedades sean usurpadores. Lo que debe hacer Fiscalía de Estado es revisar caso por caso y confirmar si se trata efectivamente de usurpaciones o si estamos frente a irregularidades administrativas. Lo más probable es que haya un poco de todo.
Pero -y aquí viene lo interesante- la atención de Courel se centra especialmente en un lote grande, de unos 43.000 metros cuadrados que figura con el padrón 682.474. Este predio se ubica dentro de un gran espacio verde que nace en la intersección de la ruta 307 y la avenida San Martín (más conocida como “la subida del hospital”) y que se conecta con un callejón que conduce en dirección sur hacia la calle Gobernador Campero, y que en verano es muy utilizado por gente que sale a dar unas vueltas a caballo o a realizar caminatas. En el lote en cuestión, que según el informe catastral que Courel le acercó a Pedicone es un terreno del Estado, ya hay una casa construida. Algunos memoriosos recuerdan también que en algún momento allí funcionó una cortada de ladrillos, que se sembraron y se cosecharon lechugas e inclusive que se llegaron a ver máquinas de gran tamaño del tipo de las retroexcavadoras.
Preguntas aún sin respuestas
Este lote y lo que ocurre en su interior suele ser un tema de conversación entre los miembros de un numeroso grupo de Whatsapp que está integrado por vecinos y veraneantes de La Quebradita. En ese chat bastante activo comparten información sobre movimientos sospechosos, robos, problemas vecinales y otras cuestiones. Pero siempre se le presta mucha atención a todo lo que presenta aspectos compatibles con posibles usurpaciones. Y el predio al que nos referimos, sin dudas, cumple holgadamente con estas características. Es por eso que muchos se hacen las siguientes preguntas: ¿se puede ocupar un terreno de semejantes particularidades sin contar con algún tipo de complicidad política o al menos con la indiferencia de quienes mandan en el Municipio? ¿Qué opinará el intendente Francisco Caliva sobre esto? Del otro lado de la ruta se levanta el cuartel de los Bomberos Voluntarios y la Comisaría ¿No hubiese sido este un lugar más apropiado para instalar el helipuerto que finalmente se está construyendo un par de kilómetros más arriba?
Un loteo con historia
Si hubiese que elegir una única característica para definir a Tafí del Valle y a El Mollar es posible que el término desorden se ubique entre las más adecuadas. Está en la génesis de estas villas, que fueron tomando forma a partir de desmembramientos de terrenos que alguna vez formaron parte de cuatro grandes estancias. Sin embargo, La Quebradita es la excepción. Se puede decir que hoy es uno de los pocos sectores -tal vez el único- que nació a partir de un plan previamente trazado. En el libro “Una historia de Tafí del Valle”, Carlos Páez de la Torre (h) y Pedro León Cornet cuentan que este loteo surgió junto con el proyecto del camino para vehículos que hoy conocemos como la ruta 307. Los autores refieren que la “conquista de la montaña” que se habían propuesto las administraciones progresistas de los gobernadores Miguel Campero y Miguel Critto debía lograrse no sólo abriendo caminos, sino también instalando pueblos. Por ese motivo se planteó la creación de cuatro parcelamientos: La Quebradita, Las Carreras, Ampimpa y Carapunco. El único que se concretó fue el primero.
El desarrollo se hizo a partir de la expropiación de un sector de la estancia Las Tacanas y de la donación que hizo la familia Chenaut de una porción de la estancia Los Cuartos. Ambas fracciones de tierra sumaron 323 hectáreas que fueron loteadas por el Gobierno provincial y que, según Cornet y Páez de la Torre, se comercializaron a precios módicos y con plazos de financiación largos. Además de generar lotes para la construcción, el plan contempló la delimitación de espacios verdes, que a lo largo de las décadas se convirtieron en una tentación para los vivos a los que les gusta correr alambres o colocar nuevos donde nunca debió haber habido alguno.
La piedra de los morteritos
Hay un detalle sobre el callejón al que nos referimos más arriba y que puede ayudarnos a entender el acoso permanente al que están expuestos los espacios verdes de La Quebradita. Quien lo recorra encontrará casi en su extremo norte (muy cerca del lote señalado por Courel) una piedra grande, plana y circular que contiene nueve morteros de unos 20 centímetros de profundidad cada uno. No hay que ser un especialista para advertir que su valor arqueológico es como mínimo sugestivo. A principios de 2017, esta roca desapareció. Alguien se había tomado el descomunal trabajo de desenterrarla y arrastrarla al jardín de una casa de veraneo. Fue tal la indignación que se produjo que al dueño de la propiedad no le quedó otra opción que devolverla al callejón. En aquel entonces, en la Dirección de Patrimonio del Ente de Cultura propusieron instalar una serie de carteles para destacar su valor arqueológico. Nunca llegaron.
A la luz de los desalojos que el Gobierno hizo en El Mollar, algunos piensan que La Quebradita hoy representa una de las últimas oportunidades de devolverle cierta cordura a un Valle estragado ¿Sabremos aprovecharla?






















