Una ráfaga que prometía más y un empate que volvió a frustrar a San Martín de Tucumán

El "Santo" golpeó primero con un gran arranque, pero Almagro aprovechó un error, lo igualó 1-1 y el equipo de Ariel Martos volvió a fallar en el segundo tiempo.

DE MAYOR A MENOR. Ulises Vera inició con gran intensidad, pero el cansancio en los últimos minutos le jugo una mala pasada. DE MAYOR A MENOR. Ulises Vera inició con gran intensidad, pero el cansancio en los últimos minutos le jugo una mala pasada. Foto de Osvaldo Ripoll/LA GACETA.

El gol llegó tan rápido que muchos ni siquiera habían terminado de acomodarse en sus asientos. Una ráfaga por la banda, el desborde de Juan Cruz Esquivel, el centro al punto justo y el cabezazo de Juan Cuevas que sacudió la red y desató el grito. Todo indicaba que esta vez sí. Que San Martín, herido por la derrota contra San Miguel, iba a curarse ante su gente, en su casa. Pero eso no sucedió.

El equipo de Ariel Martos arrancó con hambre. Firme en la presión, con decisión para atacar por afuera y con un plan claro: golpear antes de que Almagro se acomodara. En esos primeros minutos, se lo llevó puesto. Ulises Vera recuperó una pelota alta y casi marca el segundo, Cuevas volvió a pisar el área con peligro. Era un San Martín punzante, directo, encendido. Pero como le viene pasando últimamente, se desinfló solo. Como si el gol le alcanzara. Como si el partido ya estuviera ganado.

Y ahí empezó otro duelo. Uno en el que Almagro, sin lucirse, se soltó. Se fue animando a medida que el “Santo” bajaba un cambio. Primero con remates desde afuera, después con centros que cruzaban el área sin dueño. El local empezó a regalar espacios y a jugar con fuego. El rival, paciente, los fue sintiendo. Y al volver del descanso, aprovechó el primero que encontró.

" width="100%" height="550" marginheight="0" marginwidth="0" frameborder="0">

Un error en la salida, una pérdida de Federico Murillo en una zona prohibida, y el castigo inmediato. Pase al medio y definición de Ángel González. Manos a la cabeza y frustración. Porque ya no sorprendía. Porque a este San Martín, cuando lo golpean en casa, le cuesta muchísimo levantarse.

Ni siquiera la expulsión de un jugador del “Tricolor” terminó de encender la chispa. Con un hombre de más, con todo el segundo tiempo por delante, el “Santo” no logró hacer pesar su superioridad. Los cambios de Martos no trajeron claridad, sino más confusión. El equipo quedó partido, sin ideas ni rebeldía. Y desde la tribuna, ese aliento empezó a quebrarse.

“Movete, ‘Santo’, movete. Que esta hinchada está loca, hoy no podemos perder”, sonó fuerte desde los cuatro costados. No fue un canto de guerra. Fue un reclamo disfrazado de canción. Fue una súplica que nació de la bronca y del amor al mismo tiempo. Porque cuando el hincha canta así, lo hace para despertar.

El cierre fue otra vez el mismo: desesperación, pelotazos y apuro. Un zurdazo de Claudio Orlando que Darío Sand desvió con lo justo, un cabezazo de Matías García sin peligro, y un arquero rival que se tiraba al piso como si el tiempo valiera oro.

Los segundos se escapaban y la paciencia también

Cuando terminó el partido, los silbidos fueron inevitables. No es un resultado aislado: es parte de una racha que ya empieza a pesar. La última vez que San Martín ganó en casa fue el 2 de mayo contra Colegiales, con un 2 a 0 sólido. Desde entonces, pasaron 43 días. Casi mes y medio sin festejos en su propia casa.

La Ciudadela no pide lujos. Nunca lo hizo. Exige entrega, decisión y una propuesta que esté a la altura. Contra el “Tricolor”, esa intensidad apareció apenas en el arranque, pero se apagó con el correr de los minutos. El equipo golpeó primero, pero volvió a mostrar una fragilidad preocupante para sostener ventajas. Se desordenó rápido, cedió terreno y dejó crecer a un rival que parecía haber llegado sólo a aguantar.

Martos intentó acomodar el equipo con los cambios, pero las modificaciones no surtieron efecto. El “Santo” perdió claridad, perdió forma y se fue desdibujando con el paso del tiempo. Apenas un par de remates aislados, centros sin destino y muchas imprecisiones reflejaron la impotencia de un equipo que, otra vez, no supo cómo romper a un rival con menos recursos pero con más orden y paciencia.

Porque ya no se trata sólo del resultado, sino de una tendencia que empieza a repetirse: San Martín en casa no impone respeto. Los rivales lo esperan, lo presionan y le sacan puntos. El “Santo” ataca apurado, retrocede mal y sufre cuando no tiene el control. La identidad que tuvo en los primeros partidos parece haberse diluido. Y lo que antes eran ráfagas de buen juego y empuje colectivo, ahora son apenas chispazos individuales.

Sin embargo, el torneo sigue siendo irregular, el margen existe y los puestos de arriba aún están cerca. Pero para volver a ilusionar de verdad, el equipo necesita reaccionar rápido. No alcanza con la actitud inicial ni con la voluntad individual. Hace falta una estructura que sostenga, un juego que convenza y una mentalidad que no se caiga con el primer golpe.

Comentarios