Arranca la temporada de fuegos y, según diversos estudios, la atmósfera de Tucumán es la más contaminada de la región
Cada invierno, los cañaverales arden y las partículas tóxicas se esparcen por el aire que respiran miles de personas. Tucumán encabeza el ranking de contaminación antropogénica en Argentina, y el impacto en la salud es silencioso pero letal. Brigadistas, científicos y comunidades enfrentan una crisis ambiental que se repite año tras año, mientras el control y la respuesta estatal avanzan a paso lento. Esta problemática fue abordada anoche en Panorama Tucumano, por LG Play.
LA GACETA / FOTOS DE OSVALDO RIPOLL
La quema
Se incendia un cañaveral. Desde la ruta, las llamas se ven como una hilera roja de crestas convulsionadas. Las cenizas se elevan por el aire, como una nube de insectos espantados que trepan por la pared de un cielo oscurecido. El crepitar aturde con su estridencia.
Es época de zafra en Tucumán y el campo es una hoguera. Las cenizas vuelan suspendidas, se rompen y se fraccionan en incalculables partículas microscópicas, se vuelven invisibles: flotan cargadas de bacterias y otras sustancias tóxicas.
Partículas tan mínimas que pueden atravesar los filtros naturales del cuerpo, llegar a los pulmones, pasar al torrente sanguíneo y distribuir las toxinas que cargan a otros órganos. El aire se va poblando de amenazas y la salud de quienes lo respiran comienza a correr peligro.
Este tipo de contaminación de la atmósfera por quemas se asocia a enfermedades cardiovasculares, enfermedades respiratorias, problemas oculares y partos prematuros, entre otras afecciones.
En Tucumán, de mayo a septiembre de cada año, hay “temporada de fuegos” y dejar de respirar no es una opción.
la gaceta / fotos de osvaldo ripoll
La atmósfera más contaminada
A nivel mundial, los incendios forestales contaminan el aire y enferman a la población. En la provincia, según los especialistas consultados, existe una “cultura de la quema”, que se intensifica en los meses secos debido a causas asociadas al territorio y las prácticas de la actividad azucarera.
El gráfico muestra la relación entre focos de incendios, zona de mayor contaminación y área azucarera en base a datos del Laboratorio de Estudios Atmosféricos
Proyecciones locales e internacionales de monitoreo del aire ubican al norte argentino como una de las regiones más comprometidas de Sudamérica y a Tucumán como la provincia con la atmósfera más contaminada de la región. La localidad más expuesta sería la ciudad de Monteros.
Distintos estudios, desde 2010 hasta la actualidad, prueban la gravedad de la situación. A pesar de ciertos avances y de que los actores involucrados coinciden en la necesidad de erradicar las quemas, los datos sobre la cantidad de incendios y la calidad del aire que respiramos siguen siendo alarmantes.
Pero ¿de qué hablamos cuando hablamos de monitoreo del aire y por qué es importante? Esta historia comienza a mediados del siglo pasado, en el hemisferio norte.
El “Smog” de Londres
Inglaterra, diciembre de 1952. Londres amanece sumergida en una niebla de muerte. La ciudad lleva tiempo lidiando con la mala calidad del aire, producto de la quema de carbón en industrias y hogares: combustibles fósiles incendiados sin descanso.
Es un invierno helado y las combustiones se multiplican justo cuando un fenómeno meteorológico, conocido como inversión térmica, impide que los humos se eleven y dispersen. Empujadas al suelo, las emanaciones tóxicas se condensan en una neblina espesa. Mueren miles de personas en apenas unos días.
Tras la tragedia, las autoridades británicas deciden legislar para frenar la contaminación. Solo una década después, las emisiones de humo en Londres se reducen un 76%. Gran parte de los países industrializados responde en la misma dirección.
El mundo y el aire
Luego del fuerte episodio de contaminación ocurrido en Londres, el hemisferio norte comenzó a monitorear la calidad de la atmósfera. A través de sus agencias medioambientales, Estados Unidos, Europa y Asia desarrollaron sistemas de seguimiento exhaustivo para saber qué estaban respirando.
En el hemisferio Sur, en cambio, aún en la actualidad no existen suficientes redes de monitoreo ni datos sistematizados a escala continental. Décadas atrás, la problemática se minimizaba en regiones sin una industria ni un parque automotor comparables a los del primer mundo.
Imágenes de sistemas de monitoreos del aire alrededor del mundo
Sin embargo, diversos estudios demostraron que en nuestro continente el factor contaminante era otro, y no menos potente: los grandes incendios forestales en ecosistemas naturales y zonas de cultivo. Esta quema de biomasa -combustión de materia orgánica- produce material altamente nocivo para el ambiente, agravado por el cambio climático y los períodos secos más largos.
La temporada de fuego
En algún punto del este tucumano, un cañaveral sigue ardiendo. La camioneta de Defensa Civil llega al sitio. Descienden los brigadistas y el subdirector de la repartición, Ramón Imbert. La ruta está cortada: el humo provocó un choque en cadena por la escasa visibilidad.
Antes de apagar el fuego, los brigadistas asisten al personal del 107 para rescatar a los heridos de los vehículos. Están en esa tarea cuando las llamas casi los alcanzan: el fuego cruza el cerco y trepa por la vegetación de las banquinas hasta tocar el asfalto.
La secuencia sucedió años atrás, pero Imbert asegura que vive situaciones similares cada invierno desde que ingresó al organismo hace una década. “Es la temporada de fuego en la provincia”, dice. “En los veranos, luchamos contra el agua de las inundaciones; en los inviernos, contra el fuego de las quemas”, resume con gesto de agotamiento.
Según Imbert, de mayo a septiembre, Defensa Civil puede llegar a recibir hasta 20 denuncias de incendios en un solo día. “A veces al fuego lo apagan los bomberos, otras los propios vecinos; y en ocasiones se descontrola y deben intervenir uno o dos cuarteles, además de la brigada”.
Y es enfrentar el fuego y la humareda año tras año. “Hubo brigadistas que murieron de un paro cardíaco, sin saber que tenían EPOC de tanto combatir estos desastres”, relata Imbert, dejando ver la gravedad de la exposición continua a las emanaciones tóxicas.
Y también están las agresiones. En muchas ocasiones, el personal de Defensa Civil fue expulsado de los campos en llamas a fuerza de amenazas, machetazos e incluso tiros, según cuenta el funcionario.
Y a esto se suman los problemas en las vías de comunicación y rutas; en los nodos energéticos dañados por las llamas; en las viviendas aledañas devoradas por el fuego. Imbert enumera los desastres y de a ratos parece un combatiente describiendo un campo de batalla: probablemente lo sea.
Cinco días antes de publicar esta nota, el humo de las quemas cubre la ruta 38, en el ingreso a Los Aguirre. Se produce un choque múltiple: diez vehículos, trece heridos. Repercusión nacional.
Una vez más se repite la escena detallada por Imbert, como anunciando el inicio de la temporada de fuegos 2025.
Accidente múltiple en ruta 38 a la altura de la localidad de Los Aguirre. Analía Jaramillo/LA GACETA
Las partículas
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), se miden cinco parámetros para determinar la calidad del aire en un lugar: niveles de ozono, dióxido de azufre, óxidos de nitrógeno, monóxido de carbono y material particulado (PM, por sus siglas en inglés).
El material particulado fino, partículas microscópicas flotando en el ambiente, es una de las formas más alarmantes de contaminación. Lo advierte una investigación de la Universidad de Chicago: respirar con frecuencia el aire contaminado con estas partículas disminuye en más de dos años la esperanza de vida; más que el tabaco, el alcohol, el agua contaminada o la malaria.
Grafico gentileza del doctor Héctor Hugo Altieri basado en datos de la Universidad de Chicago.
“El material particulado puede tener distinto origen y nivel de toxicidad”, explica el doctor en Química Rodrigo Gibilisco, que lidera el proyecto Breathe2Change de monitoreo del aire en Tucumán desde el Laboratorio de Estudios Atmosféricos del Instituto de Química del Noroeste Argentino (CONICET -UNT), uno de los desarrollos de su tipo pionero en Sudamérica.
“No es lo mismo una partícula de tierra que una partícula de ceniza que se emite por la quema. En zonas de incendios de biomasa, las partículas que se generan llevan pegados alrededor otros compuestos químicos y bacterias que elevan su toxicidad. El humo de los incendios impacta en la salud respiratoria más que las partículas finas de cualquier otra fuente", explica el profesional.
El investigador detalla que una partícula de polvo normalmente tiene una fracción más grande, está en el rango de 10 micrómetros de diámetro (PM10) y las que se generan por combustión de biomasa tienen un diámetro más pequeño, alrededor de 2,5 micrómetros (PM2.5), esto es 30 veces menos el diámetro de un pelo.
Basado en publicaciones científicas, Gibilisco explica que tanto las PM10 como las PM2.5 pueden causar problemas de salud. Sin embargo, debido a su menor tamaño, las PM2.5 penetran profundamente en los pulmones y llegan al torrente sanguíneo causando problemas graves como asma o enfermedades cardíacas.
Los fuegos del fin del mundo
El conocimiento de estos datos, sumado al aumento de los incendios forestales, hizo que el hemisferio norte mirara al sur: los “fuegos del fin del mundo" comenzaron a importar y los referentes ambientales de los países desarrollados decidieron investigar qué porcentaje de esa contaminación podría afectarlos.
Una de esas investigaciones es la que lleva adelante el Centro de Políticas Energéticas de la Universidad de Chicago, conocido como EPIC. Desde 2016, EPIC monitorea la calidad del aire a través del Air Quality Life Index (AQLI), un índice basado en imágenes satelitales. Desde entonces, incluye a Argentina en sus reportes anuales.
En base a las proyecciones de EPIC, Tucumán está dentro de la segunda región más contaminada de Argentina, por debajo de Santa Cruz. Según el organismo, en esta última provincia, la contaminación proviene de fuentes naturales: tormentas de polvo y algunas emisiones volcánicas.
En Tucumán, en cambio, los niveles de contaminación están relacionados con actividades humanas, principalmente con los incendios. De esta manera, la provincia encabeza la lista de contaminación antropogénica en Argentina, es decir: el aire que respiramos lo contaminamos nosotros.
El monitoreo en la provincia
Las sospechas satelitales de EPIC fueron confirmadas con datos en territorio aportados por el equipo de Breathe2Change: una de las pocas experiencias de monitoreo sistematizado de calidad del aire existente en el país y que cuenta con el apoyo de la Fundación Von Humboldt, de Alemania.
La red de monitoreo se instaló en 20 municipios con la colaboración de la actual subsecretaría de Medio Ambiente y lleva más de 4 años reuniendo datos sobre el aire que respiramos en la provincia. Actualmente, con el apoyo de la Universidad de Chicago, el proyecto podrá extenderse hacia todo el norte argentino.
A principios de mayo pasado, el equipo presentó las conclusiones de sus estudios en la reunión anual de la Unión Europea de Geociencias (EGU), un evento que reúne a científicos de todo el mundo en Viena, Austria. La EGU es la principal organización europea dedicada a la investigación científica en ciencias de la Tierra, planetarias y espaciales.
Desde niño, a Gibilisco le impactaba ver caer la “nieve negra” del invierno en Tucumán: las cenizas de cañaverales incendiados descendiendo sobre sobre la ciudad. Hoy, prestigiosas instituciones y científicos de todo el mundo sienten un impacto similar cuando les comparte el resultado de sus investigaciones en la provincia.
Los resultados
Luego de años de monitoreo diario y minuto a minuto, los datos muestran una relación temporal y espacial con los incendios de la zona cañera de la provincia. Entre mayo y septiembre, la línea base de contaminación comienza a subir de manera exponencial, alcanzando picos en agosto, en coincidencia con la información satelital que registra el aumento de incendios.
Gráfico comparativo de agosto y diciembre de 2023 respecto a los niveles de contaminación del aire. Datos obtenidos por el Laboratorio de Estudios Atmosféricos CONICET-UNT en colaboración con otras instituciones nacionales e internacionales
Durante esos meses, los niveles diarios de contaminación del aire triplican lo que la Organización Mundial de la Salud (OMS) considera seguro. En el acumulado anual, la contaminación supera entre cuatro y seis veces los valores recomendados por las guías globales de calidad de Aire.
Organizaciones internacionales como la OMS o la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA), en relación con el PM2.5, recomiendan no superar el promedio anual de 5 microgramos por metro cúbico y el máximo de 15 microgramos por metro cúbico como promedio diario.
El Laboratorio de Estudios Atmosféricos posee datos de calidad del aire de diversas municipalidades que muestran un comportamiento similar
“Para que tengamos una idea -compara Gibilisco-, los valores promedio que registramos en Tucumán durante el invierno son comparables con ciudades latinoamericanas altamente contaminadas, como Santiago de Chile o Ciudad de México. La geografía, además, se vuelve una barrera natural: las montañas encajonan el aire y funcionan como un límite que impide la adecuada circulación atmosférica", agrega.
Según el científico, a diferencia de las grandes urbes, en Tucumán gran parte de la contaminación proviene de la quema de biomasa a cielo abierto. Esto fue probado mediante análisis de las partículas a través de microscopía electrónica que muestra la presencia de material particulado emitido por combustión: “no se trata únicamente de polvo”, repite el investigador.
La pregunta es ¿quién enciende esos fuegos?
El mapa confeccionado por el Laboratorio de Estudios Atmosféricos muestra la progresión de contaminación y focos de incendios a lo largo del año.
¿Quienes queman el cañaveral?
Históricamente, la quema de biomasa derivada de la actividad azucarera se realizaba en tres situaciones: la quema de caña en pie, para su posterior cosecha; la quema de rastrojo, es decir, las hojas y restos vegetales poscosecha; y la quema de bagazo como combustible en los ingenios. En este último caso, las disposiciones actuales obligan al uso de filtros que disminuyen la contaminación.
Sin embargo, desde la Estación Experimental Obispo Colombres señalan que la quema ya no es habitual entre los cañeros porque actualmente existen datos que prueban tanto el riesgo como la pérdida de rendimiento derivada de esas prácticas.
“En Tucumán, más del 90% de la superficie se cosecha en verde con máquinas integrales”, dice el ingeniero agrónomo Juan Fernandez de Ullivarri, investigador de la Sección Agronomía de Caña de Azúcar. “Hoy lo que más se está quemando es el rastrojo. La pregunta es quién lo quema. La sociedad cree que al cañero es el que quema y la realidad es que al cañero no le conviene quemar”.
En la zona sur de la provincia, un vehículo trabaja sobre rastrojo quemado durante junio de 2025. Foto de Osvaldo Ripoll/LA GACETA
Los técnicos explican que la quema de rastrojo afecta el rendimiento de la siguiente cosecha y eso es algo que la mayoría de los productores conoce. Sin embargo, detallan que aún hay cañeros que recurren a esas prácticas en determinadas ocasiones: quema de caña en pie, cuando son cañeros chicos que no pueden acceder a maquinarias y quema de rastrojo, al momento de preparar el suelo para renovar el cañaveral en caso de monocultivo.
La sociedad de los incendios
Según estos especialistas, hay un tercer factor que repercute en el porcentaje de quema y se trata de un factor social. Aseguran que en Tucumán existe una cultura de la quema que incide en la producción de fuegos: quemas de basura, hojarasca o banquinas cercanas a cañaverales que aumentan el riesgo de incendios.
En su oficina de la Estación Experimental Obispo Colombres, frente a la computadora, el licenciado en Geografía, Javier Carreras Baldrés, despliega una serie de mapas satelitales mientras indica que en 2024 la superficie de quema fue del 18% del total de la superficie cultivada de caña -unas 50 mil hectáreas de 300 mil, aproximadamente-.
Material compartido por la Estación Experimental Obispo Colombres
“En base a un monitoreo satelital de 10 años podemos determinar las zonas donde las quemas se repiten”, explica Carreras Bladrés. “En ese sentido tenemos identificados como puntos críticos los sectores minifundistas como Monteros, oeste de Simoca y este de Chicligasta; y cañaverales cercanos a rutas principales o poblaciones más grandes, como Banda del Río Salí y Cruz Alta”.
Puntos críticos de incendios, según estudios satelitales de la Estación Experimental Obispo Colombres.
La cantidad de incendios que muestra el mapa satelital impresiona. Entonces surgen las preguntas: ¿Quién prende fuego?, ¿Quién corre a tiros al personal de Defensa Civil de los campos? ¿Quién quema las banquinas a la vera de rastrojos? ¿Quién enciende los cañaverales? ¿Nos toca resignarnos a un territorio inevitablemente inflamable en los inviernos? ¿Estamos derrotados por una comunidad piromaniaca?
Lo cierto es que la situación debe preocuparnos porque los datos muestran una certeza clara: nuestra salud está en riesgo.
Las enfermedades
El doctor Héctor Altieri forma parte de un grupo de profesionales médicos que lleva más de 20 años investigando la relación entre las quemas, contaminación ambiental y salud. Con esos antecedentes coordinó, en 2023, un trabajo en conjunto entre la Facultad de Medicina y el Laboratorio de Estudios Atmosféricos donde se estudió el impacto de la contaminación del aire en la salud respiratoria infantil.
Para esto, se realizó un monitoreo diario del ambiente y encuestas mensuales a niños de 7 a 11 años en escuelas de 12 ciudades, en relación con el área de incidencia de la quema y la ubicación de los monitores.
Según este informe se detectó “aumento de partículas en el aire durante la zafra, en zonas de incendios, superando lo admisible. Esto ocurrió en áreas rurales y urbanas. Los síntomas respiratorios y oculares aumentaron en el perídodo: prevalencia de tos seca, opresión, dificultad para respirar, picazón”.
La investigación sumó un mapa más para dimensionar la problemática y asociar el aumento de la contaminación, de las quemas y de estos síntomas que se intensifican entre mayo y septiembre. En base a los datos reunidos, la ciudad más afectada fue Monteros.
Monteros
Hacia el sur de San Miguel de Tucumán, hay una ciudad que en los mapas satelitales brilla en rojo intenso: Monteros, una localidad con el ingenio en el centro del poblado y rodeada por campos de caña y pastizales. Con una tradición cañera donde las cenizas, durante mucho tiempo, fueron símbolo de trabajo y prosperidad.
Aldo Mansilla nació en Monteros y sabe que la naturalización del problema es la principal barrera con la que se topan. “Estamos acostumbrados a vivir así: a las alergias, a la medicación que tenemos que tomar todos los años, a que la ropa se manche, a los patios sucios”, enumera el hombre que además trabaja en una radio cercana.
Y en las escuelas, los maestros también advierten los efectos de la quema: los chicos llegan con tos y ojos rojos. María Albarracín, es docente y asegura que las enfermedades respiratorias entre sus niños son frecuentes.
“Cerrá los ojos”, le dice Noelia Díaz a su hijo cuando lo lleva a la escuela en bicicleta y les toca atravesar una nube densa de partículas. “Te podés imaginar que no podemos circular con normalidad en determinados momentos”, revela incómoda.
Todas las voces
“Acá hay un problema grave, a los azucareros nos han demonizado”, dice Jorge Rocchia Ferro. Hace unos meses atrás, el presidente de la Unión Industrial de Tucumán y dueño de la firma Los Balcanes (propietario de tres ingenios) explicó que el polvo de los caminos rurales en época de cosecha era el responsable de la contaminación ambiental.
“Yo se que se burlan cuando mencionamos esto”, dijo sobre el tema pero insistió en fundamentar que la mala calidad del aire no es responsabilidad únicamente de los ingenios. Asegura, además, que los cañeros no queman y que la práctica dejó de ser rentable para el sector hace mucho tiempo. “Estamos haciendo muchas cosas para mejorar”, menciona.
Sergio Fara, el presidente de la Unión de Cañeros Independientes de Tucumán, afirma que los cañeros chicos buscan mecanizar el proceso de cosecha “metiendo” máquinas en las fincas para evitar los incendios aunque no niega que un pequeño porcentaje suele quemar la tarea que va a recolectar en el día.
“El desafío está hoy en los productores pequeños, porque en esos casos se sigue empleando el fuego”, asume el Subsecretario de Ambiente de la provincia, Facundo Moreno Majnach.“El problema es que en años de heladas el panorama se complica porque cualquier situación de fuego- quema de pastizales, basura o caña- dispara las llamas de manera incontrolable”, explica.
El funcionario subraya que la quema de caña de azúcar y de cualquier tipo de vegetación, incluyendo pastizales y rastrojos, constituye un delito que atenta contra la seguridad pública. Respecto a la recepción por parte de los ingenios, explica que la legislación prohíbe específicamente recibir caña quemada cosechada con sistemas de cosecha mecanizada integral.
En relación con la caña quemada cosechada a mano hay un vacío legal que algunos leen como una forma de amparar a pequeños cañeros que no pueden acceder a maquinarias.
Moreno Majnach cuenta que los ingenios instalados en la provincia, 14 en total, deben cumplir con tareas de aprestamiento antes del inicio de la temporada. “Desde esta área se controla el uso y el correcto funcionamiento de los filtros instalados en los ingenios de Tucumán. Hay varios con infracciones por no cumplir con lo dispuesto”, mencionó el funcionario.
Los filtros se utilizan para reducir la contaminación y mejorar la eficiencia de los procesos industriales. Se implementan en chimeneas para controlar emisiones que generan contaminación.
Un pacto
A medida que las distintas investigaciones avanzan, los resultados exigen acciones precisas y rápidas para encontrar una solución a la problemática. Se impone la urgencia de políticas de impacto y a largo plazo.
Los especialistas e involucrados sugieren algunas acciones: acceso a tecnología y conocimiento para minifundistas; terminar definitivamente con la costumbre de encender fuego en banquinas y basurales; compromiso auténtico del Estado, grandes cañeros e industriales; mejoras en sistemas de alarma y prevención; recursos acordes para los organismos responsables; apoyo a las investigaciones y diálogo con las instituciones científicas; fortalecimiento de controles y penalizaciones y, sobre todo, educación en todos los niveles para terminar con las quemas y la naturalización de la situación.
Todos los parámetros indican que la mala calidad del aire podría estar impactando gravemente en nuestra esperanza de vida y en nuestro sistema de salud. Esto hace pensar que, si contamos con datos y una voluntad genuina, deberíamos ser capaces como comunidad de coincidir en una premisa vital: necesitamos un pacto para respirar mejor.
Producción audiovisual: Matías Vieito y Agustina Garrocho
Portada y adaptación de gráficos: Franco Guevara


















