Una familia que vive entre "ébano y marfil" de los pianos: el mundo de los Ledesma se basa sobre su oído
Oscar Ledesma es una parte fundamental del ecosistema musical tucumano. A sus 80 años, es el afinador de pianos más conocido de la provincia, con una profesión -y una pasión- heredada de su padre y que ya traspasó a sus hijos Oscar y Luis, y a su hija Noélida; todos, involucrados en seguir el compromiso con el arte, desde distintos lugares. En el taller de Paso de los Andes al 700 ya no solamente se restauran instrumentos abandonados, sino que abrió un espacio a la comunidad con conciertos y actividad pedagógica. Una historia familiar que se proyecta al futuro.
UN LEGADO QUE SE TRANSMITE. Oscar Ledesma aprendió a afinar pianos de su padre y ahora sus hijos Daniel y Luis siguen por el mismo camino. LA GACETA / FOTOS DE MATÍAS VIEITO
En una casa sencilla de Paso de los Andes al 700 los pianos vuelven a sonar. No es un local a la calle, no hay cartel. Pero cuando alguien cruza el umbral se detiene. Porque no parece un taller. Parece un refugio. Porque huele a madera, a cuerdas, a tiempo. El sonido de una historia que sigue creciendo.
No es la primera vez que LA GACETA entra al taller de la familia Ledesma. Siempre se sale de allí con una historia renovada para contar. En noviembre de 2013, una nota por el Día de la Música contaba cómo Oscar -hijo de un afinador de pianos y padre de aprendices que quieren perpetuar la tradición- transmitía un oficio con paciencia y oído. Daniel y Luis, por entonces, eran adolescentes que apenas comenzaban a conocer las herramientas.
Volvimos a escribir sobre ellos en abril de 2022, cuando los jóvenes ya eran parte activa del taller, por lo tanto, sus herederos. En esa nota nació una idea que todavía resuena: “el sonido de un piano es como la voz de una persona”.
DE GENERACIÓN EN GENERACIÓN. Un oficio que se enseña con amor y dedicación.
Pero el tiempo no pasa en vano. Hoy hay una sala de audiciones y recitales (cada tanto suena un concierto, con reserva previa para poder asistir por lo acotado de las localidades) donde antes sólo había herramientas. Daniel se convirtió en luthier; Luis, en referente técnico; y Oscar, en un mentor silencioso que ya no necesita estar al frente para seguir siendo el alma del lugar.
Noélida, la hija mayor, es pedagoga y sumó talleres musicales para bebés en un abanico de propuestas familiares que hace del lugar un universo sonoro apenas se atraviesa una puerta común. Y los nietos de Oscar, o sea la nueva generación, ya observan de cerca todo lo que se vive allí, como lo hizo él a los cinco años.
PARA NIÑOS. Noélida Ledesma trabaja la música en las infancias.
Esta nota no vuelve a ese espacio para repetir lo que ya se contó. Vuelve porque algo cambió. Porque los sonidos maduraron. Porque una familia que construye con las manos, también escribe su historia con lo que no se ve: la transmisión. Y porque a veces, como en los mejores pianos, lo que más emociona no es la melodía… sino la resonancia.
Donde los pianos hablan
“Mi padre empezó esta historia y yo la seguí desde muy chico”, cuenta Oscar Ledesma, que tiene 80 años y más de siete décadas en el oficio de afinar instrumentos. “Ya está incorporado en mí, no puedo hacer otra cosa que esto. Y lo más lindo es que mis hijos lo eligieron, sin que yo se los pidiera”, aclara.
EN PRIVADO. Oscar Ledesma sólo toca “de atrevido”, para comprobar cómo quedó su trabajo.
Él nació en Mar del Plata en 1945. Se crió entre cuerdas, martinetes y teclas, junto a su padre. Los pianos lo eligieron a él y cuando el trabajo escaseó, salieron los dos a recorrer el país como afinadores ambulantes hasta que llegaron a Tucumán en los años 70. “Vimos que acá había una escuela de música con más de 1.000 alumnos y una gran demanda de nuestra profesión. Alquilamos una pieza y ahí pusimos el primer taller”, evoca. Hoy el espacio ya no es sólo suyo. Sus hijos trabajan a la par.
ESPACIO PARA CONCIERTOS. El espacio de Paso de los Andes al 700 ya dejó de ser exclusivamente un taller.
Cada día, a las 8 o a las 8.30, Oscar abre el taller. Lo sigue Luis, el mayor de los hermanos varones, que se encarga de recibir a los clientes y coordinar los viajes para cubrir pedidos. Daniel se instala en su rincón de luthería, lleno de herramientas heredadas, maderas nobles y dibujos técnicos.
Mientras trabajan, la música nunca falta. A veces es folclore, otras veces clásica; también suena rock. El ambiente cambia con la melodía, pero siempre hay sonido. “En nuestro taller siempre hay música. Nos acompaña”, dice Luis.
Habitantes roedores
Luis, de 35 años, se especializa en la mecánica y la afinación de pianos. “Desde chicos estábamos en el taller. No era un trabajo, era un juego -recuerda-. A los 12 o 13 años empezamos a manejar herramientas y a aprender en la práctica”.
Hoy es quien más sale a la calle: atiende consultas, visita casas, coordina traslados. “Muchos tienen un piano heredado y no saben qué hacer con él. Nosotros evaluamos si vale la pena restaurarlo. Lo traemos o vamos nosotros hasta su casa. En Tucumán tenemos más de 3.000 clientes, y yo calculo que sólo en la Capital hay unos 6.000 pianos. En Santiago del Estero también hay muchos”, describe.
SECRETOS DEBAJO DE LA TAPA. Luis Ledesma trabaja sobre todo en la estructura mecánica de los pianos y es el encargado de la relación con los clientes.
Pero el oficio no siempre es elegante. A veces, roza lo insólito. “Una vez un hombre nos llamó desde una finca en Monteros. Había comprado un piano alemán y nos esperaba con ansiedad. Cuando llegamos, el piano estaba empapado. Le pregunté qué había pasado y me dijo: ‘Lo lavé con la hidrolavadora’. Le había pasado jabón, cepillo… todo. Obviamente, ya no servía”, cuenta entre risas, pero también con el dejo de tristeza de saber el valor de lo perdido para siempre.
También están los visitantes inesperados. “El 99% de los pianos que abrimos tienen nidos de ratones debajo del teclado. Algunos están disecados, otros directamente momificados. Esa cavidad es un búnker ideal para ellos: ahí anidan, muerden fieltros, dejan restos. En casas cerradas o abandonadas encontramos de todo. Y ya estamos preparados para eso”, reconoce.
Reparar un piano requiere tiempo y método. “Cada pieza tiene su lugar”, explica. “Tenemos bandejas especiales para clasificar las partes del mecanismo, que suele tener unas 4.500 piezas en total. Algunas son más grandes; otras, minúsculas... Se cambian ejes, bujes, se lija, se ajusta. Y después se vuelve a armar. El proceso puede tardar entre una semana y 10 días como mínimo”. Y eso es sólo la parte mecánica: la estructura del instrumento suma entre 2.500 y 3.000 piezas más. Un rompecabezas sonoro que, con paciencia y oído, puede volver a la vida”, promete.

























