CON TODA LA FURIA. Los hinchas de Lawn Tennis apoyaron a un equipo que viene "dulce". LA GACETA / Matías Vieito
No hizo falta que empiece el partido para que Lawn Tennis ganara algo: la tribuna. Bastó con mirar alrededor para darse cuenta de que no era una final más. Y tampoco era una hinchada más. En la “Caldera del Parque” se sintió desde temprano: el club entero se hizo escuchar.
Antes de que sonara el primer silbato ya estaba todo dicho. Las distintas divisiones, los entrenadores, los chicos de infantiles, los que juegan hockey, rugby, tenis; las madres, los padres, los socios históricos y los nuevos. Todos se habían juntado en la previa para empujar al equipo desde donde también se juega. El banderazo fue apenas un tráiler de lo que estaba por venir.
Cuando el plantel pisó la cancha, las gradas se encendieron. Banderas al viento, bombos que no daban respiro, cantos que tapaban incluso el pitido inicial. Era imposible no emocionarse. Después de lo que dolió la final del año pasado frente a Natación y Gimnasia esto era una revancha; contra otro club, en otra cancha. Esta vez la propia y se vivía como tal.
La alegría de estar en una nueva definición, pero también la necesidad de sanar. Por eso el aliento fue sólo apoyo, fue abrazo y fue desahogo. Fue una forma de decir: “estamos con ustedes pase lo que pase”.
Y eso tiene Lawn Tennis: una hinchada que es familia, es grupo. Es infancia y es pertenencia. Y cuando toca jugarse todo, aparece. No hace falta que les digan que canten más fuerte, ellos ya lo saben. Porque no se trata sólo de ganar una final. Se trata de estar, y de hacerle sentir al equipo que, con ellos en la tribuna, todo es posible.




















