Las pulseadas mantienen a los chicos lejos de los problemas: "No tienen dónde ir; acá se sienten contenidos"
En Tucumán, un grupo de jóvenes practica lucha de brazos como espacio deportivo y social. El grupo nació en plazas y hoy es una asociación civil con más de 200 miembros. Liliana Arrieta, madre, docente y secretaria de la organización, abrió su casa para acompañarlos. Su hijo Alejandro ya es campeón panamericano.
DUELO. Dos chicos están a punto de empezar una luca de brazos en la sede de la asociación civil en Villa 9 de Julio. LA GACETA / FOTO DE DIEGO ARÁOZ
Cada sábado por la tarde, una pequeña mesa aparece en alguna plaza tucumana. El ruido de manos chocando, respiraciones contenidas y los ojos atentos de los chicos forman un paisaje inesperado: una escena de pulseadas, el encuentro mano a mano que combina fuerza, técnica y contención.
“Esto empezó como un grupo que se juntaba en las plazas. Al principio era solo eso, unas buenas juntadas. Pero con el tiempo se empezaron a sumar más chicos, se creó un grupo en redes y ahora somos más de 200”, cuenta Liliana Arrieta, docente, licenciada en Educación Tecnológica, madre de cuatro hijos y secretaria de la Asociación Civil Lucha de Brazos – Pulseadas Tucumán. La sede legal es su propia casa, en Villa 9 de Julio. “Algunos se quedan una semana, otros meses. No tienen dónde ir. Se sienten contenidos. Mi casa está adaptada para que practiquen. Es parte del compromiso”.
Liliana conoció el deporte a través de su hijo Alejandro, que hoy tiene 15 años. “Nunca le gustó el deporte, pero en enero de 2023 se enganchó con esto. Empezó a traer chicos a casa y me contaban sus historias. Muchos venían con conflictos familiares, con depresión. Yo pensaba: esto es más que una pulseada. Es una oportunidad”. Como creyente evangélica y docente, entendió que su rol era acompañar. “Yo también salí de un contexto difícil. Este deporte también puede ser una herramienta para que los jóvenes alcancen un futuro mejor”.
EQUIPO. Varios de los chicos que forman parte de la asociación civil
Un deporte poco conocido
La lucha de brazos es un deporte técnico y federado. Dos personas enfrentadas, un solo intento: bajar la mano del rival hasta la mesa sin mover el codo. No hay revancha. Exige potencia, pero sobre todo reflejos y estrategia.
En Tucumán, el impulso lo dio Hernán Soria, presidente de la asociación. “Él propuso salir a las plazas. Así se fueron sumando desde Concepción, Simoca, Las Talitas, Tafí Viejo…”, dice Liliana. Hoy entrenan cada sábado en el Complejo Ledesma y hacen rifas o colectas para solventar viajes. “Hay chicos que no tienen para el colectivo, y vienen igual”. El 14 de julio, la organización recibió su personería jurídica. Y ahora apunta a más: “Estamos trabajando en un proyecto de ley que se llama ‘Buenas Juntadas’. Queremos que este deporte se promueva como contención social. Ya hubo reuniones con el equipo de Melina Morghenstein, secretaria de estado de Juventud”, cuenta.
Liliana resume su experiencia con una frase que atraviesa toda la nota: “Con el amor es posible transformar todo. Cuando uno deja de mirar las propias necesidades y ve las del otro, todo se vuelve realidad. Este deporte me enseñó eso. Y me enseñó que querer es poder”. El 26 de julio, su hijo Alejandro competirá en Rosario. Lo hará con el apoyo de toda su familia, y de una comunidad que encontró en la pulseada mucho más que un juego de fuerza: un punto de encuentro, un refugio y una esperanza.
Ellos y ellas también compiten
La lucha de brazos en Tucumán crece con historias que rompen prejuicios: chicos y chicas con discapacidad física o trayectorias diversas se suman a un deporte que no hace diferencias.
FUERZA Y SÍMBOLO. El puño apretado de uno de los
Ramiro Valentín Cajal tiene 20 años, vive en Delfín Gallo y fue parte del torneo panamericano en la categoría adaptada de -70 kilos. “Yo pulseaba en la escuela, no me interesaba como deporte hasta que escuché que iban a hacer una exhibición cerca de casa. Ahí conocí a Hernán, empecé a entrenar y me metí de lleno”, cuenta. Entrena tres veces por semana en un gimnasio. Nació con una parálisis parcial del lado derecho (hemiparesia) debido a complicaciones al nacer. “Pulseo con la zurda. Me sentí cómodo desde el primer momento porque no en todos los deportes aceptan cualquier discapacidad. En este sí”. Desde entonces no paró: entrena, compite, sueña. “Yo sé cuándo puedo ganar o cuándo arriesgar. Si estoy ahí, es para darlo todo. Es mi brazo o ganar”.
La historia de Iván Velardez, de 16 años, también habla de adaptación y empuje. Vive en San Miguel de Tucumán y sufrió un accidente a los tres años: metió la mano en un lavarropas en funcionamiento y perdió parte de su capacidad motora. “Me acostumbré desde chico. La vida me resultó fácil porque aprendí a hacer todo a mi manera. Son pocas las cosas que no puedo hacer”, dice. Un amigo lo llevó a conocer el grupo de lucha de brazos y ahí se quedó. “No sabía si me iban a aceptar, si iba a ser inclusivo. Pero me sentí cómodo y me adapté muy rápido”. Entrena ocasionalmente en el gimnasio. “Parece que es algo genético”, bromea. Todavía no compitió, pero acompaña a los chicos en plazas del centro. “La cabeza también juega: si no te concentras, podés lesionarte. La técnica es clave”.
Una fuerza femenina
En Las Talitas vive Kiara Díaz de 19 años. Un día cualquiera pasó por plaza Independencia y algo la detuvo: una mesa de pulseadas, un grupo entrenando, una invitación. “Me acerqué porque me gustó, empecé a hablar con ellos y me uní al grupo. Ya va a ser un año”, cuenta. Antes iba al gimnasio, pero nunca había practicado un deporte con tanta constancia. “No lo había visto ni en video. Hernán nos guía siempre con las técnicas, porque también puede ser un deporte lesivo”. Entrena dos veces por semana, cuidando la fatiga muscular, y combina el trabajo con el estudio.
“Estoy estudiando Odontología y trabajo como manicura. Me acomodo como puedo. La distancia cuesta, pero cuando puedo, voy a las juntadas”. En Tucumán, Kiara es una de las pocas mujeres que practica el deporte. Conoció a Paula “Poly” Chaile Vázquez, campeona nacional, y sueña con competir. “Me gustaría mucho, pero siento que aún tengo que mejorar. Lo que cambia con los varones es el peso, no el entrenamiento. Lo físico no lo es todo. A veces los chicos no quieren pulsear con mujeres porque nos ven débiles, pero no es así. Somos más fuertes de lo que creen”.
Desde su experiencia, Kiara busca contagiar a otras chicas: “Las animo a que se saquen el miedo. Muchas piensan que se van a poner ‘grandotas’, pero no es así. Yo solo noté fuerza en el antebrazo derecho. Con ese ganó todo”.
“El secreto está en los tendones”
Alejandro Fernández tiene 15 años y es campeón nacional y panamericano en lucha de brazos. Entrena con disciplina, pero su historia también habla de autoestima, bullying y oportunidades.
EN LA LUCHA. Dos chicos en plena pulseada, durante una de las jornadas clásicas de lucha de brazos. LA GACETA / FOTO DE DIEGO ARÁOZ
“Yo era muy inseguro. En la primaria sufrí bullying, me decían que no servía para nada, que era gordito. Nunca fui bueno en Educación Física. Este deporte me cambió la forma de pensar. Ahora siento que todo lo puedo”, dice con firmeza. Empezó a practicar en 2023, casi por casualidad. “Me escapé sin avisarle a mi mamá a una juntada en la plaza de Santa Ana. Cuando vi a los chicos entrenando me atrapó el ambiente. Desde ese día no paré”, recuerda.
En sus primeros meses de entrenamiento usaba cámaras de bicicleta como bandas elásticas y se entrenaba en casa. Hoy, con títulos en las categorías juveniles, sueña con representar a Argentina en el Mundial de Bulgaria. “Lo más lindo de este deporte es que uno no deja de mejorar. Es esfuerzo puro. Y yo ya decidí que quiero llegar lejos”, afirma.
Más que fuerza, técnica
“La lucha de brazos no es fuerza bruta. El secreto está en los tendones”, explica Alejandro, mientras detalla los entrenamientos que realiza a diario: dominadas a mitad de recorrido, ángulos cortos, resistencia con agarres específicos. Las técnicas básicas son tres: la “cobra”, que se basa en el movimiento de muñeca; el “gancho”, que activa el bíceps; y el “aplaste”, que trabaja el tríceps. También practican “test of strength” sin competencia, para mejorar el control muscular sin riesgo de lesiones.
En Tucumán hay grupos estables de lucha de brazos tanto en San Miguel como en Simoca, y las competencias se organizan según edad, peso y brazo dominante. Se aplica un sistema de doble eliminación. “Lo que más me gusta es que siempre hay algo que perfeccionar. Es un deporte técnico y exigente”, explica el joven.
Alejandro admira a Ignacio Morán, uno de los referentes nacionales, pero su mayor inspiración está en casa. “Mi mamá es mi ejemplo. A sus 43 años se recibió de licenciada. Si me va bien en la escuela, ella me apoya con los torneos. Sin ella no estaría donde estoy”.




















