HOMENAJE Y PEDIDOS. La comunidad diaguita calchaquí honró a la Madre Tierra y pidió por un año de abundancia. LA GACETA / FOTOS DE BELÉN CASTELLANO
La cita fue a las cinco de la mañana, pero antes del alba ya se sentía el viento con fuerza en lo alto del cerro Ampuqcatao, conocido como “El Pelao” de Tafí del Valle. En la oscuridad, las primeras personas comenzaron a llegar envueltas en ponchos, bufandas y mantas. Entre ellas, el cacique de la comunidad diaguita calchaquí, Alejo Azar; el chamán Roberto Reyes; delegados y guardianes del saber ancestral.
Mientras el cielo permanecía oscuro, se encendió el fuego ceremonial. Judith Zurita, integrante de la comunidad y primera mujer erquera, ayudó a preparar el altar con ramas secas, hojas de coca, cigarrillos, piedras, flores silvestres y los instrumentos para el sahumo. “Esta es una de nuestras ceremonias más importantes. Vamos a pachar a la Madre Tierra. Este año tuve el privilegio y la bendición de colaborar en la ceremonia y acompañar al chamán. Estoy muy agradecida y feliz por esta tarea tan importante”, expresó.
Judith sahumó a los presentes, colocó los elementos sobre la tierra y acompañó con coplas. “Me dieron la bendición y el permiso para poder tocar este instrumento ceremonial que antiguamente solo lo tocaban los hombres”, explicó.
El fuego resistió
La ceremonia se demoró más de una hora por las ráfagas que sacudían los tejidos, movían los ponchos y amenazaban con apagar el fuego. Mujeres y hombres de la comunidad como Samira, María, Isaías y Mónica improvisaron muros de chapa para proteger las llamas. Allí prepararon té de ruda, mates y el desayuno comunitario. Entre tanto, los visitantes se acomodaron como pudieron en la ladera del cerro, iluminando el suelo con la luz de sus celulares.
LA BOCA. Se abrió el pozo y se sacaron las ofrendas del año pasado.
“El ritual de la Pachamama es un cambio energético que recibimos. Soy el encargado de canalizar eso y bajar las energías universales y conectar con la Tierra. Los sahumos son dos, distintos y especiales para esta época”, explicó el chamán. Su voz, firme y serena, marcó el inicio.
Cuando asomó el Sol
Pasadas las ocho, el cielo empezó a aclarar. El viento no cesaba, pero los rayos comenzaron a filtrarse entre las nubes. Entonces todos los presentes, de pie y en silencio, alzaron las manos al este y saludaron al dios Inti. “El primer rayo de Sol energiza los cuerpos”, dijo Reyes. El primer sahumo, dijo, sirve para purificar. “Quita todo lo negativo de las personas. Luego, en el momento de la ofrenda, sigue el último sahumo donde se pide con optimismo a la Pachamama lo que uno desea”.
El humo sagrado contenía chachacoma, jarilla, pinillo, sauco, vira vira y flores secas. Después de la limpieza energética, ofrecieron té de ruda. “La ruda no es una planta autóctona. Fue introducida por los europeos y luego de muchos años se implementó en esta época. Las comunidades indígenas no la usaban, pero ahora la incorporan”, aclaró Roberto. “Los chamanes no tenemos secretos, tratamos de enseñar y guiar para que las costumbres no se pierdan”.
“Pachamama, kusilla, kusilla, jallalla, jallalla”, dijeron todos al unísono. Es el agradecimiento a la Madre Tierra y un grito de fortaleza espiritual.
La boca de la Pacha
Llegó el momento central del ritual: abrir la “boca” de la Pachamama. Allí, un año atrás, se habían enterrado alimentos, bebidas y semillas como ofrenda. El chamán explicó que la boca no se abre para agradecer, sino para devolver y retribuir. Las parejas formadas por hombres y mujeres –simbolizando la dualidad y el equilibrio universal– comenzaron a retirar las piedras que sellaban el pozo.
A continuación, el cacique leyó la piedra plana que lo cubría. “La piedra está húmeda y eso es señal de que habrán buenas lluvias y un suelo fértil, pero también se ven plagas y males que son las pestes que nos tocará atravesar. También veo vida, por las raíces que salieron del pozo. La pacha nos dice que la solución para las plagas está en ella. Las estaciones del año serán parecidas a años atrás”, interpretó.
Las botellas de vino enterradas circularon entre los presentes. Se compartieron a sorbos. “El maíz y las semillas que brindamos están en buenas condiciones, también vemos podredumbre propia de la descomposición, pero que para nosotros significa que habrá plaga y males que deberemos afrontar. El vino estaba tibio pero en buena condición”, agregó el cacique al revisar los restos del año pasado.
Emoción y energía
Ricardo llegó desde Buenos Aires con su amigo Fabián, después de una década sin participar. “El ritual me generó mucha emoción. Hubo un mensaje más político del cacique respecto a la primera vez que vine. Un mensaje comprometido con la realidad del país y crítico de lo que sucede con las comunidades indígenas. A nivel personal, me cargó de energía, me renueva y me conmueve. Me permite reflexionar sobre lo que nos da la Madre Tierra y cómo la maltratamos”, compartió. “También me hace pensar en lo que tengo, lo que no y lo que perdí. Me gusta ver a las nuevas generaciones comprometidas con esto y creo que es un mensaje esperanzador”, dijo.
Mariela, docente bonaerense, llegó con ellos por primera vez. “Sabía de qué se trataba el ritual pero solo por lecturas. La vivencia fue hermosa y enriquecedora”, dijo emocionada.
Una familia de Aguilares participó con sus hijos desde 2020. “La primera vez que lo hicimos sentimos un cambio muy grande, un cambio de energía y cambios visibles en la familia en todos los sentidos: en lo económico, laboral, en la salud y en lo espiritual”, contó Gisel. “Una de mis hijas, cuando vino por primera vez, vivió un cambio personal positivo impresionante que nos pareció muy extraño. Eso nos motivó a venir cada año solo para este día especial. Suspendemos las actividades y pasamos este día de la ‘Pacha’ en familia”.
El cierre
Al mediodía, el fuego de la hoguera ya se había apagado. Las cenizas se dispersaban en el viento. Los sabios observaron que las formas que dejaron las brasas tenían animales al revés: un mal augurio. Pero el viento, ese mismo que incomodó desde temprano, se llevó el presagio. “El viento limpió esos males”, explicaron. Es uno de los cuatro elementos fundamentales, junto con la tierra, el agua y el fuego.
Las últimas ofrendas fueron depositadas con respeto y silencio. Las copleras acompañaron el segundo sahumo con canciones ancestrales. Luego, se cerró la boca de la Pachamama. Cada uno puso su puñado de tierra. El cacique habló por última vez. “Somos todos una comunidad en esta Tierra, en este país. Quiero invitarlos a alzar la voz con el grito de guerra indígena en contra de las políticas del Estado que perjudican a la Madre Tierra, esas malas decisiones sobre la tierra que nos pertenece y sobre la cual nuestro país está perdiendo soberanía. ¡Jallalla, jallalla, jallalla!”.

























