Foto: Osvaldo Ripoll - LA GACETA
San Martín de Tucumán tenía una oportunidad dorada para meterse de nuevo en la pelea. Deportivo Madryn había perdido 2-1 contra Deportivo Maipú y la fecha, a priori, le servía para acercarse en la tabla. Pero lo que se vivió en La Ciudadela estuvo lejos de ser un relanzamiento: fue un hundimiento. El “santo” no sólo desperdició la chance de achicar diferencias, sino que firmó una de sus noches más oscuras. Arsenal, el último de la zona, lo goleó 3-0 con una facilidad que rozó la burla.
El clima en el estadio se fue caldeando minuto a minuto hasta explotar en un “que se vayan todos”, que tronó como un mazazo sobre jugadores, cuerpo técnico y dirigentes. Lo que debía ser un partido para volver a creer terminó siendo una bisagra torcida, que abrió la puerta a la bronca y cerró la de la esperanza.
Desde el inicio, el “Santo” se mostró desorientado, lento y falto de ideas. Arsenal, que llegaba golpeado y con la urgencia de sumar, encontró un escenario perfecto: un rival que parecía inmóvil, sin reacción y mal parado en cada sector de la cancha.
Foto: Osvaldo Ripoll - LA GACETA
San Martín jugó tan mal que lo de Arsenal pareció una exhibición. Cada ataque visitante se transformaba en amenaza, cada pelota dividida quedaba en pies ajenos y cada transición ofensiva era un parto para el local. La diferencia de velocidad fue escandalosa y mientras los de Sarandí volaban, los del “santo” corrían como si cargaran cadenas en los tobillos.
El público, que había llegado con la expectativa de ver un triunfo y de aprovechar la caída de Madryn, asistió a un espectáculo desolador. La Ciudadela, acostumbrada a ser hervidero de aliento, mutó en un hervidero de bronca.
Cuando cayó el segundo gol, el murmullo se transformó en insultos. Y cuando llegó el tercero, la tribuna estalló. Primero fueron silbidos aislados, después cánticos contra los jugadores y finalmente la sentencia más dura: “que se vayan todos”. Un rugido que no se escuchaba con tanta fuerza desde hace mucho tiempo y que no distinguió destinatarios: alcanzó a los futbolistas, al nuevo cuerpo técnico y también a la comisión directiva.
Las banderas flameaban con resignación, los bombos dejaron de sonar y lo que quedó fue la furia colectiva de una hinchada que se cansó de ver a un equipo sin alma. No hubo piedad; sólo tres nombres quedaron al margen de la bronca. Aníbal Paz, Darío Sand y Franco García fueron los únicos que recibieron algo parecido a un gesto de reconocimiento. Fueron aplausos tibios, aislados. El resto se fue silbado, insultado y señalado.
El final del partido no trajo alivio, sino más tensión. Apenas Leandro Rey Hilfer marcó el cierre, la Policía redobló la seguridad en la zona de vestuarios. Decenas de efectivos formaron un cordón para evitar que la bronca se transformara en algo mayor. El ómnibus que traslada habitualmente al plantel fue retirado como medida preventiva, para evitar que los jugadores quedaran expuestos al contacto con los hinchas más enardecidos.
Durante algunos minutos, grupos de simpatizantes amagaron con agruparse para generar un foco de conflicto. El enojo estaba latente, pero no llegó a mayores: lentamente, los hinchas comenzaron a retirarse. Eso sí, entre insultos y gestos de desdén hacia la dirigencia. La salida de La Ciudadela fue un desfile de rostros desencajados, de bronca contenida, de decepción absoluta.
Lo que preocupa no es sólo la derrota ni el baile futbolístico. Lo que preocupa es la fractura que quedó expuesta entre el equipo y su gente. El vínculo, que tantas veces sostuvo al “santo” en tiempos difíciles, hoy parece resquebrajado. La paciencia se agotó, la ilusión se esfumó y la sensación es que el equipo transita la temporada con un futuro oscuro y sin rumbo.
La comparación con el ciclo de Ariel Martos es inevitable. Con él, San Martín mostraba grietas, pero no caídas tan dolorosas. Podía ganar o perder, pero no sufría humillaciones como la de anoche. Con Campodónico, en cambio, esas grietas se convirtieron en abismos. No hay orden, no hay idea, no hay plan.
San Martín perdió mucho más que un partido; también perdió credibilidad. Y La Ciudadela se transformó en un escenario hostil. La imagen del plantel custodiado por decenas de policías, el ómnibus retirado de urgencia y los insultos retumbando en la noche son postales que difícilmente se olviden.
El 0-3 contra Arsenal quedará marcado no por los goles, sino por lo que desató. Fue el partido en el que la hinchada dijo basta, en el que la paciencia se rompió, en el que el divorcio entre tribuna y plantel se hizo evidente. Un partido que, más allá del resultado, puede ser recordado como el inicio de un quiebre.
La fecha ofrecía una oportunidad para acercarse en la tabla, pero San Martín la desperdició de la peor manera: jugando mal, mostrando desconcierto, siendo bailado por el último y perdiendo la confianza de su gente. El fútbol siempre da revancha, dicen, pero para este equipo, esa revancha parece cada vez más lejana.






















