Meliza Ortiz: “El libro de poemas funciona como un diario íntimo”

La editorial Almadegoma presenta este viernes 26 de septiembre, en la Feria del Libro de Santiago del Estero, el libro más reciente de la autora jujeña, “El camino del Kumquat”.

Meliza Ortiz: “El libro de poemas funciona como un diario íntimo”
25 Septiembre 2025

Por Mario Flores


1. Al principio de todo, el epígrafe ya es la recuperación de un fragmento de un cuaderno. Es decir, entender el libro de poemas como el resultado de este ejercicio de exhumación (en el libro nos encontramos con los años consignados). ¿Cómo es que se dio -y desde cuándo- esta metodología del cuaderno o app de notas (u otro soporte que sirva de guardado) para luego conformar algo más grande? ¿Es una anotación inmediata o ya hay una escritura implícita allí?


Empecé a escribir en cuadernos desde que tenía 11 años, sólo para mí. Y desde los 23, cosas escritas en cuadernos, también para mí pero de donde surgieron cosas que después fueron algo que se publicó. En 2005 me compré en Cafayate, en un viaje de finde largo de Semana Santa con mi familia, un cuaderno artesanal con tapa de papel reciclado verde y un calado circular en el medio donde había un atrapasueños con una piedrita en el centro. Lo guardé en el morral tejido que formaba parte de mi look hippie de la época y a partir de ahí no paré nunca de escribir asiduamente en cuadernos ni de llevarlos siempre conmigo. En ese cuaderno verde, que es el cuaderno 1, están los primeros poemas que aparecen en el primer libro que publiqué, al año siguiente de haberlo adquirido. Escribía y dibujaba también ahí, a lápiz. Sobre todo en la facultad, durante las clases. Prestaba atención en clases, sí, pero de vez en cuando era urgente y necesario sacar el cuaderno para escribir algo que alguien hubiera dicho de manera linda sin darse cuenta: algún profe, alguna compañera, una situación en el aula o en las calles transitadas de aquel momento en el deambular, en la exploración libre de la ciudad, formando parte en secreto del grupo de los dos o tres famosos poetas flaneurs de distintas épocas de la ciudad de San Salvador de Jujuy. En ese cuaderno hay muchos títulos que son los nombres de las materias mismas de la carrera de Letras, que estaba en ese momento cursando: Literatura Española I, Gramática II. Me servía para darle un contexto y no olvidarme en qué situación había escrito tal cosa o para retener lo que rodeaba a todo ese momento en que de pronto se producía y tomaba forma lo poético. Después del cuaderno verde, todos -casi todos- los cuadernos fueron siempre cuadernos Rivadavia de 50 hojas lisas. Casi nunca nada de lo que escribí en esos cuadernos, desde hace veinte años, fue escrito con la intención de tener desde el principio forma de poema ni de ser en algún momento publicado. Poesía sí. Porque la poesía está en el aire, no en un texto escrito. La poesía es una amenaza constante que lo rodea todo, que puede estar en todo, que a veces la vemos y a veces se nos escapa en forma irremediable, pero ahí está siempre, acechante e inminente. Los cuadernos hacen falta para que la poesía que sí vemos no se nos vaya. Para que no se evapore. Pero quizá, sobre todo, para salvarnos a nosotros mismos. Salvavidas son los cuadernos. La poesía es un flotador con forma de unicornio brillante multicolor en medio de un mar turbio, enojado y revuelto. Por eso la poesía en cuadernos es una anotación inmediata. No es un plan. Los poemas que surgieron de cosas que yo haya escrito en cuadernos así, siempre fueron publicados sólo por sentir la necesidad de cerrar algo en algún momento de mi vida. Son tres libros que surgieron de esta forma, que guardan ese mismo espíritu: Poemas para sacármelos de encima (2006), Quinotos al whisky (2008) y El camino del kumquat (2025). Los tres libros forman una sola línea que hace que la vida continúe desde 2005 hasta 2024. Son el mismo libro los tres, se van sumando uno detrás del otro, un poco a lo Whitman, salvando las distancias, obvio y sin querer. Por eso los une la figura del quinoto: está en la tapa y en dos poemas en el primer libro, en el título en el segundo, y en el tercero “kumquat” significa quinoto (en francés y en otras lenguas, “quinoto” se dice así, lo toman directamente del chino). Puntualmente El camino del kumquat está basado en textos escritos en 8 cuadernos, 6 o 7 libretas, varias hojas sueltas, muchos archivos de Word y muchas anotaciones en el block de notas de mis celulares, desde 2008 (es decir, inmediatamente después de la publicación de Quinotos al whisky) hasta 2024.


Meliza Ortiz: “El libro de poemas funciona como un diario íntimo”

2. Un poema de tu anterior libro, Poeta surfera y otros éxitos, que se titula "No me gusta cuando se van a Brasil", presentaba esta idea de una voz inmóvil en medio de una estructura naif y siniestra, un sentir ajeno tanto en la ciudad como (ahora, en este libro) una dimensión más campestre. ¿Qué hay en la poesía de esa sensación de foráneo o de papel testigo que contempla cómo lo natural se vuelve grotesco?

No me identifico mucho con la idea de lo siniestro en las cosas que escribo (por lo menos en las que publico) ni con la idea de lo grotesco. No siento yo que haya nada en esa dirección. Al contrario, creo que busco alejarme conscientemente de esos lugares. Sí hay cosas que pueden pasar por naif, quizá, en lo que escribo. Me gusta lo genuino que hay en lo ingenuo. Lo sencillo y lo directo y lo sin pretensión. Me gusta la poesía que hay siempre en todo lo naif. Pero nunca, creo, queda en lo ingenuo por lo ingenuo. En lo pop por lo pop (alguna vez me dijeron que lo escribo es “pop”. Bueno. Quizá no sin acierto). A lo mejor eso sea una forma de lo siniestro: que abajo en realidad está pasando otra cosa pero que yo te la muestro como si fuera liviana. Algunos la ven. Otros no. No hace falta tampoco verla o verla todo el tiempo. A lo mejor un poema lleno de metáforas hace lo mismo pero dando un rodeo complejísimo, reemplazando cosas a propósito para decir ocultando y sin mostrar. A lo mejor la metáfora es también algo siniestro. No lo sé. A lo mejor. Pero todo siempre apunta a lo mismo: crear lo que sea para que el mundo no se te derrumbe o para que el mundo sea otro para poder vivirlo, para poder estar en algún lado, en ese mundo que inventaste porque este, el real, el único que existe, te parece -además de tremendo- insuficiente, y no querés morirte de la angustia. Lo naif, lo liviano, lo pop, lo banal, lo ingenuo, el humor, la ironía, todo eso es casi una máscara para quitarle algo de peso al abismo profundo y oscuro que el mundo mismo a veces resulta ser. Después, sensación de forastera en este mundo así como es, eso sí, casi siempre. Y lo natural, lo “campestre”, como vos decís, la naturaleza no es una búsqueda consciente en este libro, tampoco. Aparecen imágenes del campo un poco porque el campo también forma parte de mi mundo, desde siempre. Soy un poco del campo y un poco de la ciudad. Y aparecen las dos cosas en este libro. Y aparecen por trayectos en vehículo realizados con cierta frecuencia entre El Carmen y San Salvador de Jujuy por el camino más lindo y más campestre: el de San Antonio-La Almona, y aparecen también por la sensación de encierro en la ciudad en la pandemia. Y no me había dado cuenta de que aparecen. Y me gusta que eso suceda. (Que aparezcan las dos cosas y no haberme dado cuenta).


3. A veces hay paisajes que se confunden y se hacen nexo al mismo tiempo, como en esta especie de africanización de los escenarios, y de los personajes que revelan lo terrible en lo mínimo, como unas cajeras o administradores de edificios. ¿Se trata de una escenografía conjunta o el libro se construye por acumulación de esos efectos?

Si hay nexos en los paisajes, se dan solos. La arquitectura natural en estos tres libros hechos de cuadernos es siempre una cosa conjunta. Todo es un continuum. Todo es un conjunto. Todo es una línea que empieza escribiéndose en 2005 (Poemas para sacármelos de encima) y termina -o sigue- en 2024 (El camino del kumquat). Si hay personajes que revelan lo terrible, el único que me viene a la mente como en una película de terror repentina es el administrador del edificio Las Linas en San Salvador de Jujuy, y el edificio mismo: ese edificio “nuevo”, “grande” y “moderno” de la avenida Fascio entre Necochea y Balcarce. Fascio 886. Sepan bien la dirección. No se les ocurra jamás irse a vivir ahí: es diabólico ese edificio. El peor lugar en el que viví, con los peores vecinos del mundo. Con perros cazadores enormes encerrados ladrando de desesperación las 24 horas en el departamento de abajo. Con gente en el de arriba arrastrando muebles por el piso todo el tiempo, a cualquier hora, y negándolo. Si hay algo realmente siniestro en este libro y en mi vida y en la vida de mi compañero francés y en nuestra relación de 13 años en pareja, es ese edificio. La chica que coloca el vidrio templado en Doctor Celular, no. Ella se salva. No es terrible. Es divina con sus uñas largas pintadas de fucsia con piedritas doradas. Por otro lado, si quieren ver africanización de un paisaje en Sudamérica vayan a ese punto exacto entre San Antonio y La Almona donde crecen árboles con la copa chata en medio de pastizales amarillos tipo sabana. Lo veíamos pasando por ahí con Sébastien, disfrutando de andar en camioneta y escuchar música linda en la ruta entre San Salvador de Jujuy y El Carmen, y viceversa. Era nuestro paisaje de escape del encierro en el edificio del terror. Todo se conecta. En la vida y en el libro.      


4. Hay en el tono general de tus lineamientos poéticos un constante humor, ya sea por lo irónico o lo natural, pero no hay una respuesta de pesadumbre o reflexión depresiva en los textos, ¿es algo que atraviesa la selección que se hizo para "El camino del kumquat"? ¿A la hora de sopesar un tratamiento de archivo también hallaste fragmentos opuestos?

Sí, así es. Ese tono es una decisión en la selección de poemas que hice para El camino del kumquat. Era mucho el material y el mayor desafío para mí era hacer un recorte de todo eso. La edición, como autora, de todos esos cuadernos. Me di cuenta de la necesidad personal de que todos los años transcurridos desde 2008 hasta fines de 2024 estuvieran representados de alguna manera en el conjunto del libro y decidí elegir uno, dos o como máximo -y sólo en algunos casos- tres poemas por año. Que esos poemas elegidos fueran significativos para mí en relación a la sensación general que flota dentro mío cuando evoco en mi recuerdo cada una de esas “temporadas” y, claramente, que los fragmentos elegidos para convertirse en poemas no fueran los más “bajón”, que abundan y te diría que ganan en cantidad en esos cuadernos, libretas, archivos, papelitos sueltos. Pero ese tipo de fragmentos pertenece al orden de lo catártico, cumplen para mí una función más bien terapéutica. No ingresan para mí -o no tanto- en el orden de la poesía, o al menos no en el orden de la poesía que a mí me interesa transmitir. Porque creo que el bajón, lo depresivo, la -llamémosla- “truculencia”, el golpe bajo, lo solemne, lo serio y lo dramático son la salida más directa y efectiva del poema y de la mayoría de las expresiones artísticas de la actualidad. (Y por favor, discúlpenme por estar haciendo estas fuertes declaraciones. No van en contra de nadie en particular). La tragedia domina el campo de las artes desde todos los tiempos y cuando está bien lograda, la tragedia me encanta. Pero, volviendo a lo nuestro en nuestra época, no me identifico personalmente con esa atmósfera en mi estilo de escritura, y sigo sosteniendo que el humor, la ironía, lo ingenuo, lo naif, el tono “liviano” y hasta lo banal y lo aparentemente “pop” sirven para decir cosas muchísimo más profundas que la vía directa del drama. Pasa que ahí, en la no exposición directa de lo dramático, de lo trágico, se requiere por parte del lector el manejo de un código en común con vos, un entendimiento de eso (del humor, de lo liviano, de lo irónico como vehículos para decir otras cosas que están “veladas” en un plano más al fondo), una complicidad mucho más estrecha, un compromiso de lectura más grande también. La exposición directa del drama es de un consumo rápido y sin demasiada necesidad de procesamiento. El humor, lo irónico, lo liviano, en cambio, aparentan ser cosas fáciles y directas pero no lo son. Y ese es el juego que a mí me gusta jugar. Porque un poema escrito así, te puede sacar una sonrisa o hacerte reír como primera reacción, pero en el fondo te deja picando -o debería dejarte picando- que algo más grande que eso está pasando en otro plano de cosas. Y muchas veces no hace falta saber qué es. Quizá todo esto se vea mejor en Poeta surfera y otros éxitos porque los poemas funcionan por separado, cada uno es un mundito cerrado en sí mismo. De hecho, el poema que se llama “Alan Pauls”, que está al final de ese libro, funciona para mí -sin querer también- como un “manifiesto” donde queda expuesta una especie de “poética” (el modo de operar desde lo estético y quizá sobre todo desde lo ético) en mi forma de encarar el arte y la poesía. El camino del kumquat quizá requiere un esfuerzo un poco mayor en este sentido, porque tenés que leer el libro de corrido empezando por el principio y terminando por el final, prolijamente en ese orden, para poder terminar de reconstruir la sensación general que te deja todo el conjunto.


5. Esta vez es Almadegoma el sello que publica tu libro (anteriormente habías participado en la colección 15 minutos con vos pero nunca un libro entero), que después de tantos años (de trabajo editorial y de tu obra) es algo más que bienvenido: ¿cómo fue el proceso de publicación y qué ves en el resultado final tanto en la secuencia de los poemas como en esta metodología de que ahora los archivos salgan publicados?

Para mí ha resultado un placer enorme trabajar con Pablo Espinoza, con quien nos hemos entendido perfectamente en todo el proceso de edición del libro, desde el día en que ambos asumimos el “compromiso” de publicar un libro mío con su editorial (eso fue tomando un café en el centro de San Salvador de Jujuy, charlando de la vida, hace ya un par de años), hasta el día en que, en ese mismo café, hace algunas semanas, Pablo me entregó el “ejemplar cero”, como él lo llama, para que yo le diera la última revisión antes de imprimir la primera tirada (la de los libros vendidos en preventa), y a mí se me cayeron las lágrimas al ver concentrado ahí en ese objeto un enorme gesto de amor, al rememorar todo el trabajo y el vínculo tan humano y cercano que pusimos los dos durante todo el proceso de edición desde marzo hasta junio de este año. Este libro para mí tenía que ser publicado sí o sí en Jujuy, porque para mí son poemas que funcionan como un diario íntimo. Y, como vengo contando, son una continuidad de Poemas para sacármelos de encima y de Quinotos al whisky (ambos publicados también con editoriales jujeñas). Y yo no sé si Jujuy es mi lugar en el mundo, pero sí es mi lugar de origen, el lugar donde viví la mayor parte de mi vida, el lugar que sigo tratando de descifrar qué significa para mí, el lugar donde están mi familia y mis amigos y, sin duda, la guarida secreta que tengo si empiezo a no sentirme demasiado bien en algún otro lugar al que me haya ido o me siga yendo. En Jujuy sé -o aprendí- cómo hacer para conjurar el bajón y de una forma u otra siempre me termina sorprendiendo este lugar. Por eso publicar este libro con Almadegoma, la editorial de mi amigo de hace más de veinte años con quien hemos vivido y atravesado distintos momentos de distinto tipo dentro de ese vínculo a lo largo de todo este tiempo, significa mucho para mí, y me llega a lo más profundo el darme cuenta del amor inmenso que le hemos puesto los dos a la creación de este libro. El trabajo de Pablo como editor es enorme y es impecable en todos los sentidos. Él asume por sí mismo todos los roles: diseña la tapa y el interior, maqueta, imprime, arma uno por uno los libros, crea cositas divinas que lo acompañan (en este caso un miniposter para rearmar la portada como vos quieras, con stickers que él mismo diseña, imprime y recorta uno por uno con una tijerita), difunde un montón creando contenido de calidad en las redes, mete los libros en su mochila y se los entrega a la gente que los encarga en preventa, los distribuye llevándolos a ferias, festivales, próximamente también librerías, y muchas veces en espacios de circulación de libros y editoriales independientes cuya existencia él mismo promueve. Les recomiendo a todos los escritores y escritoras del mundo que, si pueden, siempre tengan cerca de ustedes a un genio editor amigo como Pablo Almadegoma.

En el resultado final -que se fue puliendo en el ida y vuelta de archivos entre Pablo y yo revisando distintos tipos de cosas- veo que, aunque tuve que dejar afuera muchos momentos-poema importantes para mí al realizar la selección y eso supuso tomar decisiones difíciles, quedó un conjunto que me permite a mí ver con claridad, desde lo biográfico, el camino recorrido por el tiempo y por el espacio en todo este tramo de mi vida. Para mí el libro (este tipo de libro hecho de cuadernos) significa eso. Y un gran cambio de ciclo o de etapa vital también. Que salgan publicados estos poemas implica, como siempre, que habrá gente conocida y desconocida que me va a leer la vida. De esa gente, de esos lectores yo espero que puedan acompañarme en ese itinerario como si fueran unos amigos que van apareciendo de pronto para decirte con todo el cariño: “Che, Meli, ¿ponete tu remera de Wonder Woman y vamos juntos el viernes a esta fiesta en ese bar de ahí que va a estar buenísima?”.  



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