En medio del silencio de una laguna, la bruma se eleva con el primer sol. Sobre el espejo de agua, una figura blanca se desliza con elegancia. Su cuello oscuro, largo y curvado, traza una línea perfecta contra el cielo. Detrás de ella, apenas visibles, unos pequeños pichones se esconden entre sus plumas. Avanzan juntos, suaves, como si el agua los acunara. Son cisnes de cuello negro —una de las aves más majestuosas del hemisferio sur—, y también uno de los símbolos más puros del amor y la entrega maternal.
Se los puede ver en la laguna donde grabamos La Gaceta Lifestyle (Tigre, Buenos Aires). Allí, hace un tiempo, una pareja de cisnes de cuello negro eligió quedarse.
Mientras el mundo celebra a las madres humanas, la naturaleza ofrece su propio homenaje silencioso. Historias de protección, paciencia y ternura que se repiten, año tras año, en las aguas, los bosques y las llanuras del sur. Entre todas ellas, la de los cisnes ocupa un lugar especial. Quizás porque, como pocas especies, encarnan el amor que dura toda la vida.
Amor que no se rompe
Los cisnes de cuello negro (Cygnus melancoryphus) son aves monógamas, es decir, eligen una sola pareja y permanecen unidos hasta el final. No es solo un mito romántico, la fidelidad está escrita en su naturaleza. Juntos construyen el nido, incuban los huevos y cuidan a los pichones, compartiendo tareas con una coordinación perfecta.
Durante los meses de reproducción, la hembra se dedica a incubar mientras el macho la protege, vigilante, en un radio cercano. Pero es al nacer los pequeños cuando sucede una de las escenas más conmovedoras del reino animal. Los pichones suben al lomo de sus padres para viajar sobre el agua, escondidos entre las plumas blancas. Así, seguros y tibios, aprenden a reconocer los sonidos del entorno, el movimiento del agua, el olor del hogar.
Esa imagen de una madre llevando a sus crías sobre la espalda, es la expresión más simple y más profunda del amor, sostener, cuidar, enseñar a andar. Porque el amor, al final, no necesita palabras, se reconoce en los gestos.
Los cisnes del sur
El cisne de cuello negro es una especie nativa de Sudamérica. Habita en lagunas, esteros y humedales de agua dulce en Argentina, Chile, Uruguay y el sur de Brasil. En nuestro país se lo puede encontrar en la Patagonia, en las lagunas pampeanas, en el Delta del Paraná y en los Esteros del Iberá, donde su presencia aporta un toque de serenidad al paisaje.
Pero también se los puede ver en la laguna donde grabamos La Gaceta Lifestyle (Tigre, Buenos Aires). Allí, hace un tiempo, una pareja de cisnes de cuello negro eligió quedarse. Los vimos construir su nido, incubar los huevos y criar a sus pichones hasta que aprendieron a nadar. Fueron ellos quienes nos inspiraron para escribir esta nota. Las fotografías que acompañan estas páginas son nuestras, retratos de esa familia de cisnes que creció frente a nuestras cámaras.
Son aves grandes, pueden medir más de 1,2 metros de largo y pesar hasta seis kilos. Su plumaje es blanco puro, excepto por el cuello negro que les da nombre y por una pequeña franja roja en la base del pico.
Pueden vivir hasta 20 años y tener entre tres y cinco pichones por temporada. Ambos padres participan activamente en la crianza, turnándose para alimentarlos y defenderlos. Si un depredador se acerca, los cisnes levantan las alas y se interponen con firmeza. No atacan, pero su sola presencia impone respeto.
Un símbolo de amor
En muchas culturas, los cisnes representan fidelidad, belleza y unión eterna. Pero su figura también ocupa un lugar especial en la historia del arte y la literatura. El poeta nicaragüense Rubén Darío, considerado el padre del modernismo latinoamericano, fue quien convirtió al cisne en un símbolo universal de la pureza, la inspiración y el amor ideal.
A fines del siglo XIX, cuando Darío publicaba obras como Azul... (1888) y Prosas profanas (1896), el cisne comenzó a aparecer en sus poemas como una metáfora del renacimiento artístico, de la belleza inmutable y de la búsqueda de perfección. Para él, el cisne no solo representaba el amor romántico, sino también la creatividad y la elevación espiritual, un reflejo de todo lo noble que el ser humano puede aspirar a ser.
Desde entonces, la imagen del cisne quedó asociada al ideal de lo eterno, el amor que no se marchita, la armonía que no se quiebra, la delicadeza que sobrevive al tiempo.
El desafío de cuidar lo que amamos
Los cisnes de cuello negro enfrentan hoy amenazas crecientes. La degradación de los humedales, la contaminación por agroquímicos, la urbanización y las sequías extremas redujeron sus zonas de nidificación y alteraron los ecosistemas donde viven.
Aunque aún pueden verse en distintas provincias, los especialistas advierten que la pérdida de vegetación acuática —como juncos y totoras— y la disminución del nivel del agua por el cambio climático están afectando su reproducción. También son vulnerables a la caza furtiva y a los residuos plásticos, que contaminan los espejos de agua donde se alimentan.
Por eso, varias provincias —entre ellas Buenos Aires, Santa Fe y Río Negro— los incluyen dentro de sus especies protegidas por ley, y existen reservas naturales donde se trabaja activamente en su conservación. Cuidar a los cisnes es también cuidar los humedales. Son espacios que funcionan como esponjas naturales, regulan inundaciones, recargan los acuíferos y albergan a miles de especies.
Dónde ver cisnes de cuello negro en Argentina
Para quienes aman la naturaleza, hay lugares en el país donde aún se puede observar a estas aves en libertad:
- Esteros del Iberá (Corrientes): uno de los santuarios más importantes de fauna silvestre. Allí los cisnes conviven con carpinchos, yacarés y garzas.
- Laguna de Llancanelo (Mendoza): una reserva natural de gran belleza, donde los cisnes suelen verse al amanecer.
- Laguna de los Padres (Buenos Aires): a pocos kilómetros de Mar del Plata, es ideal para el avistaje de aves.
- Península Valdés (Chubut): durante el invierno, los cisnes descansan en sus lagunas antes de migrar.
- Lagunas del sur santafesino y entrerriano: especialmente en los alrededores de Rosario y Victoria, donde las aguas tranquilas los atraen cada año.
En todos estos paisajes, basta con observarlos un instante para comprender por qué, desde hace siglos, inspiran poemas, pinturas y leyendas. En su manera de amar hay algo que nos recuerda a nuestras propias madres.
Este Día de la Madre, cuando los abrazos humanos llenen las casas, quizás valga la pena mirar también al reino animal. Allí, entre juncos y reflejos, una madre cisne sigue llevando a sus crías sobre el lomo, enseñándoles a nadar sin soltarlas del todo. En ese gesto se resume el amor de todas las madres del mundo. El instinto de proteger, la ternura de enseñar y la fuerza de acompañar, incluso cuando llega el momento de dejarlas volar.
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