¿Qué pasa en nuestro cerebro cuando vemos películas de terror?
No necesitamos esperar a Halloween para sumergirnos en historias escalofriantes que nos dan miedo, una sensación que, curiosamente, buscamos y hasta disfrutamos. Las películas de terror siempre están disponibles en el catálogo, aunque esta época se vuelve la ocasión especial para sufrir y a la vez pasar un buen rato. Parece una contradicción pero en nuestro cerebro puede tener sentido, ¿Qué es lo que sucede exactamente en nuestra cabeza cuando nos exponemos voluntariamente a estos escenarios de amenaza?
El cine de terror tiene raíces profundas. El clásico mudo de 1922, Nosferatu: Sinfonía del Horror, de Friedrich Wilhelm Murnau es considerado una obra maestra del séptimo arte. Esta historia, que comienza con un joven agente inmobiliario alemán llamado Thomas Hutter viajando a la lejana Transilvania para encontrarse con el conde Orlok, un ser pálido, frío y siniestro, sentó las bases para la representación moderna del miedo y la amenaza.
Montaña rusa emocional
Las películas que nos asustan pueden compararse con subir a una montaña rusa. Mucha gente disfruta de estos juegos porque les encanta la intensa emoción que producen, incluso sabiendo que están en un entorno completamente seguro. El cuerpo responde de manera muy similar, tal como explicó el psiquiatra y neurólogo alemán Borwin Bandelow a DW News.
Bandelow, quien se dedica a estudiar el miedo y la mente humana, describió que en estas situaciones se liberan hormonas del miedo. "Cuando te subes a una montaña rusa, sientes que vas a salir volando en las curvas. Las hormonas del miedo inundan tu cuerpo," explicó el especialista. Sin embargo, al mismo tiempo, se liberan endorfinas, que funcionan como analgésicos y generan una sensación de euforia. "Sabes que la atracción fue aprobada para garantizar su seguridad y que no puede ocurrir nada, pero tu cerebro reacciona de todos modos," concluyó.
El terror como un campo de entrenamiento psicológico
Sentados cómodamente en el sillón o en la butaca del cine, experimentamos el miedo dentro de un entorno seguro. Pero el terror es mucho más que un simple entretenimiento. Para el célebre director de cine estadounidense Wes Craven (1939-2015), las películas de terror eran un "campo de entrenamiento para la psique," una forma de preparación psicológica.
Craven, responsable de clásicos como Pesadilla en Elm Street (1984), defendía que la narrativa de terror tiene una función vital. "En la vida real, los seres humanos estamos envueltos en los paquetes más frágiles, amenazados por peligros reales y a veces horribles. Pero la narrativa convierte esos miedos en una serie de eventos manejables. Nos da una manera de pensar racionalmente sobre nuestros miedos," dijo en una ocasión.
Buscando el punto óptimo del susto
Desde 2020, la ciencia puso la lupa sobre este fenómeno. El Laboratorio de Miedo Recreativo de la Universidad de Aarhus, Dinamarca, investiga por qué nos exponemos voluntariamente a situaciones que nos provocan temor. Uno de sus hallazgos más interesantes es que el miedo recreativo, si está controlado, puede influir positivamente en nuestra capacidad para afrontar el estrés, sirviendo como una forma de desarrollo emocional personal.
Mathias Clasen, codirector de este laboratorio, está convencido de que los espectadores de terror no son solo consumidores pasivos. Al contrario, aplican estrategias para llegar a lo que él llama un "punto óptimo de miedo," el nivel donde la persona experimenta el mayor disfrute. "Quienes ven películas de terror no solo las consumen pasivamente, sino que aplican estrategias para alcanzar un 'punto óptimo de miedo', aquel en el que experimentan el mayor disfrute. Si algo da demasiado miedo, el disfrute disminuye," explicó Clasen. Los aficionados disfrutan lidiando lúdicamente con esas emociones negativas.
Tres maneras de ser fanático
Trabajando con el psicólogo estadounidense Coltan Scrivner, Clasen logró identificar tres categorías de fanáticos del terror:
1. Adicto a la adrenalina: Aquellos que disfrutan principalmente de la descarga inmediata que produce el susto.
2. Adicto al miedo: Para este grupo, el terror se relaciona menos con la diversión y más con el crecimiento personal.
3. Afrontadores de la oscuridad: Experimentan tanto una mejora en el estado de ánimo como un mayor autoconocimiento y desarrollo personal.
Si bien el campo de estudio sigue siendo relativamente nuevo, los expertos advierten que la clave está en la dosis justa: para que el miedo sirva como herramienta de aprendizaje, no debe ser excesivo. De hecho, Clasen señala que puede llegar a serlo fácilmente, lo cual se ve a menudo en eventos temáticos donde incluso se ofrecen "zonas libres de monstruos" para los más pequeños.





















