Cuando la sangre también juega: dos historias de hermanas que impulsaron a Natación hacia la gloria

Las Suárez y las Bringas encontraron en la familia la fuerza para sostener una final vibrante. Entre recuerdos, resiliencia y complicidad, dejaron su sello en el torneo.

FELICES. Las hermanas María Agustina y María de Lourdes Bringas posan tras los festejos de Natación, unidas por el título y una complicidad que trasciende la cancha. FELICES. Las hermanas María Agustina y María de Lourdes Bringas posan tras los festejos de Natación, unidas por el título y una complicidad que trasciende la cancha. Foto de Gonzalo Cabrera Terrazas.

La consagración de Natación y Gimnasia en el torneo Anual significó mucho más que un trofeo en la vitrina. Fue la confirmación de un proyecto sólido, de un equipo que supo sostener una identidad a lo largo del año y de un grupo humano que, cuando las finales se volvieron una montaña empinada, respondió con carácter. Pero también fue el escenario en el que dos historias familiares quedaron grabadas para siempre: las de las hermanas Constanza y Ana Suárez, y las de María Agustina y María de Lourdes Bringas. Cuatro jugadoras que encontraron, en el vínculo más profundo, un combustible emocional para llegar a lo más alto.

La final contra Huirapuca exigió cada gramo de convicción. La visita había golpeado primero en la serie y obligó a las “blancas” a remar desde atrás. Natación igualó y el título se definió en un tercer duelo repleto de tensión, donde el 3-2 final desató un festejo que mezcló alivio, euforia y abrazos que contaban historias enteras. Entre esos abrazos estaban los de las dos duplas de hermanas que le dieron a la tarde un brillo especial.

Sueño compartido

La historia de las Suárez tiene raíces familiares. Constanza recuerda el origen con claridad y una sonrisa que evidencia pertenencia.

 “Mi papá jugaba en el club y venían todos mis primos, que eran un montón. Yo caí de ‘pechito’ porque estaba ahí sin hacer nada y me dijeron que me pruebe en hockey. A partir de eso, mi hermana empezó a jugar. Prácticamente veníamos todos juntos en familia”, explicó la delantera.

A su lado, Ana -de 17 años- se emocionó incluso antes de desarrollar una frase completa. Aun así, intentó describir lo que significa compartir la cancha con su hermana. “Es hermoso, es único. No puedo compararlo con nada”, soltó entre lágrimas la volante mientras intentaba recomponerse.

El orgullo familiar también aparece en cada recuerdo. Constanza lo explicó mientras acomodaba los pensamientos, como si quisiera que las palabras no se quedaran cortas.

UNIDAS. Constanza y Ana Suárez celebran el primer título compartido en hockey. UNIDAS. Constanza y Ana Suárez celebran el primer título compartido en hockey. Foto de Gonzalo Cabrera Terrazas.

“Mi papá está orgulloso; mi mamá también. Amamos este club con la vida. Y que mi hermana, tan ‘chiquita’, esté compartiendo esto conmigo es una alegría enorme. Ella tuvo suerte: en su primer año ya salió campeona. A mí me encanta jugar con ella”, aseguró “Conty” con una ternura que desbordaba.

El camino de Ana hacia Primera fue distinto, más reciente y lleno de horas de práctica. La juvenil lo relató con la serenidad de quien sabe lo que le costó. “Me subieron en mi segundo año de sexta. Entrené y entrené hasta llegar a Intermedia. Después me tocó Primera y seguí trabajando. Todo fue paso a paso”, explicó.

Como toda convivencia entre hermanas, la relación fuera de la cancha también tiene matices. Constanza lo contó entre risas y resignación. “Tenemos nuestros choques. Somos muy distintas y a ella no le gusta que le digan cosas. Yo sí soy más de hablar. Se habla mucho de hockey en casa, aunque a veces no quiera”, aseguró mientras Ana la miraba con una enorme sonrisa.

Cuando les toca pensar en el título, las dos coinciden en que hace no tanto era impensado. Constanza, de 24 años, lo resumió con sinceridad. “Juego en Primera desde 2017. Si hace tres años me decías que íbamos a salir campeonas hoy, no te lo hubiese creído”, concluyó.

Orgullo y resiliencia

Del otro lado de la historia aparecen las Bringas, otra dupla que convirtió el vínculo familiar en una ventaja competitiva.

María Agustina, goleadora del torneo, y María de Lourdes comparten cancha desde hace años, aunque su recorrido también comenzó por caminos distintos.

Agustina rememoró el inicio con claridad y cierta nostalgia.

“Arranqué a los seis años y ella tenía ocho. Hace mucho que jugamos. Todo empezó porque éramos muy inquietas y justo nuestro hermano comenzó a jugar al rugby acá. Vinimos de casualidad y nunca más nos fuimos”, explicó.

Durante la infancia, cada una transitó categorías separadas. Recién en juveniles llegó el momento tan esperado de jugar juntas. Agustina lo recuerda con nitidez. “Empezamos en divisiones distintas. Recién cuando pasamos a juveniles jugamos juntas por primera vez”, dijo.

El vínculo dentro de la cancha es profundo y distinto al que se tiene con cualquier compañera. “Agus” lo expresó con una sinceridad que emociona. “No es lo mismo que jugar con cualquier otra persona. Se nota cuando estamos juntas, aunque pase pocas veces. Nos buscamos, nos apoyamos y generamos mucho en el juego”, expresó.

Lourdes, por su parte, elevó aún más el nivel emocional al hablar de su hermana. Su voz se quebró apenas comenzó. “Estoy muy contenta y orgullosa de jugar con ella. Fuera de la cancha también es un ‘dale, vos podés’. Somos un apoyo emocional la una para la otra. Yo la admiro. Es una de las mejores jugadoras del hockey tucumano. Es goleadora y ver cuánto le costó llegar ahí me llena el corazón”, aseguró “Lu” con los ojos brillosos.

Escuchar a su hermana dejó a Agustina sin palabras por unos segundos. Cuando logró hablar, lo hizo desde lo más profundo.

“Para mí ya está naturalizado porque jugamos juntas hace mucho. Pero a la vez es hermoso, porque ella es un ejemplo. Viene de dos lesiones y se levantó. Comparte todo conmigo: facultad, amigos, casa… chocamos, sí, pero es parte de estar tan unidas. Y aunque no haya favoritos, para mí la favorita es ella”, reveló con una sonrisa tímida.

En medio de un torneo vibrante, de córners cortos decisivos y goles que cambiaron la tarde, las historias de estas cuatro jugadoras quedaron como una huella distinta para el conjunto del parque 9 de Julio. Porque los títulos pasan, pero lo vivido entre hermanas -la risa, la pelea, el abrazo y hasta la complicidad- es lo que queda para siempre. Natación ganó un nuevo título; ellas ganaron un recuerdo que no se borrará nunca.

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