MISIÓN. Zamora apuesta a convencer al nuevo entrenador para poder ser parte del plantel que, en 2026, buscará el ascenso a la Liga Profesional.
Este cuento todavía no sabe que ya es importante. Es una historia que recién se está asomando, como cuando un chico de 16 años cruza por primera vez el portón de un club grande sin terminar de entender que ese paso, tímido y lleno de ilusiones, puede marcarle la vida para siempre. En San Martín, en estos días atravesados por incertidumbre y transición, hay un chico que no mira de reojo el caos y lo atraviesa con una tranquilidad que sorprende a cualquiera. Se llama Octavio Zamora y cuando comienza su relato sabe exactamente hacia dónde quiere ir.
Su historia empieza, como tantas, en una casa donde el fútbol era un modo de estar juntos. “Mi amor por el fútbol nace desde muy chico, toda mi familia es futbolera y lo saqué de ellos”, contó. Lo que no es tan común es la madurez con la que entendió el camino. A los 14 años, cuando la mayoría apenas descubre si esto es pasión o capricho, él entendió que iba en serio. “Sentí realmente que podía dedicarme a esto a esa edad, y siempre me preparé como profesional”, expresó.
Llegó a San Martín a los 12 años. Una prueba, millones de nervios y siempre, pero siempre, con la intuición de que ese día podía ser un antes y un después. Lo fue. “Entrar al club fue algo muy lindo. Me recibieron bien y siempre estuve rodeado de buenos compañeros”, relató. Y todavía se acuerda de que, en esas primeras semanas, lo único que quería era ponerse la camiseta y jugar su primer partido. Hay urgencias que empiezan temprano.
Para llegar hasta acá, hubo personas que lo moldearon, que le dejaron marcas que él no piensa borrar como Edgardo “Tano” Di Risio, Daniel “Curita” Molina, Cristian Cocco y Mario Vera. Cada uno, desde su manera, le enseñó algo distinto.
Octavio es picardía, confianza, compromiso, seriedad. “De todos aprendí muchísimo”, dijo. Y se le nota cuando habla de ellos porque lo hace con respeto, con gratitud y con tanta certeza que demuestra que, sin esas manos tendidas, el camino no habría sido el mismo.
No siempre hay un anuncio que marque el quiebre, y este giro no vino envuelto en un discurso ni en un aviso previo. “Me enteré que estaba en consideración de (Mariano) Campodónico el día que empecé a entrenarme con el plantel”, contó. No hubo tiempo para procesarlo demasiado; a esa altura el salto ya estaba dado. “Es para lo que me vengo preparando todos estos años”, expresó.
Todavía no habló con el cuerpo técnico sobre su rol ni sobre lo que esperan de él. Es lógico, si todo pasó demasiado rápido… pero no por eso deja de prestar atención. Sabe que está en un lugar que exige y que expone, y también sabe que para un chico de su edad este escenario puede ser una puerta abierta. “Para un juvenil como yo, siento que es un muy buen lugar. Me parece correcto que el club se fije en los que venimos desde abajo”, afirmó.
Y ahí aparece otro rasgo que lo diferencia, Octavio no se desordena con la situación política o con las dudas que atraviesan al club. “Trato de no fijarme mucho en lo institucional, pero sí mantenerme al margen”, dijo. Lo suyo es entrenarse y aprender a convivir con un vestuario profesional sin que el ruido le quite claridad.
Habla de sí mismo sin exagerar y sin falsa humildad. Se define desde lo concreto, lo que hace, lo que puede hacer hoy y lo que todavía quiere mejorar. “Soy un jugador que ayuda tanto en defensa como en ataque. Tengo buena conducción, pase corto y largo, juego aéreo y remate de media distancia”, describió. Y cuando mira fútbol, mira para aprender. Sus referencias lo dicen todo: Rodri, Jude Bellingham, Pedri y Frenkie de Jong. Cuatro modos distintos de entender el mediocampo; cuatro espejos para alguien que quiere absorber lo mejor de cada uno.
Es honesto cuando se piensa dentro del plantel profesional. Todavía es pronto. “Por el momento, lo que puedo aportar son mis ganas, el esfuerzo y el trabajo. El tiempo dirá para qué estoy”, explicó. En un fútbol donde muchos (demasiados) hablan antes de tiempo, esa forma de pisar el freno lo revela de una manera que los gestos dicen mejor que las palabras.
La fuerza de este momento no la vive solo. Ahí aparece su círculo íntimo, que lo empuja y lo cuida. “Mi familia es un pilar fundamental para mí. Les debo todo”, dijo. En su voz hay verdad. La misma que aparece cuando habla de lo que significa el fútbol, más allá de las categorías y los contratos. “El fútbol para mí es todo. Es mi pasión y lo que me hace más feliz”, afirmó.
Y obvio que se imagina debutando en La Ciudadela. No lo dice con miedo, no lo duda ni un segundo. “Es lo que más anhelo”, expresó.
En el final, cuando se le pregunta qué quiere que el hincha tenga claro sobre él, se queda con lo esencial. Dice algo chiquito, pero enorme. “Quiero que sepan que siempre me entrego al máximo y nunca bajo los brazos”, aseguró.
Capaz ahí esté la clave de por qué este chico de 16 años empieza a ser mirado con otros ojos. En un fútbol que cambia de un día para el otro, donde la paciencia es un lujo y las convicciones duran poco, Octavio tiene algo que no depende de elecciones o contratos. Hay en él una seguridad quieta que, sin buscarlo, empieza a abrirse paso.
Y porque hay historias que, incluso sin saberlo, ya empezaron a escribir su mejor capítulo. Octavio está en el umbral. La Ciudadela y su sueño. Todo lo que viene puede ser enorme. Él lo sabe y por eso camina firme hacia adelante, sin correr, sin apurarse. Porque cuando uno tiene 16 años, el futuro no es una amenaza. Es una promesa. Y está tocando la puerta.























