TRICOLOR. Carlos Fernández sonríe en la meta mostrando las banderas de Chile, Uruguay y Argentina. Foto de Osvaldo Ripoll/LA GACETA.
La XXXIV edición del Transmontaña volvió a transformar los senderos de San Pedro de Colalao en un encuentro en el que no sólo se mezclan pilotos, máquinas y adrenalina, sino también culturas, acentos, banderas y formas de vivir el enduro. Este año, la presencia de competidores extranjeros dejó en claro que la carrera ya no pertenece únicamente a la geografía tucumana: pertenece al continente entero.
Desde Paraguay, Uruguay hasta Chile llegaron decenas de pilotos impulsados por la curiosidad, el desafío, el turismo y la necesidad de conectar con un terreno que no se parece a ninguno de los que conocen. Para muchos, venir a Tucumán es casi una aventura inicial; para otros, una tradición que se repite, crece y se vuelve más profunda en cada visita.
Entre los primeros en cruzar la meta y detenerse a hablar estaba Orlando Bogado, un piloto paraguayo de 35 años que ya tenía los ojos llenos de tierra, pero también de emoción. Era su tercer Transmontaña consecutivo y lo vivió como si fuera el primero. Con el casco en la mano y los colores tricolores en la indumentaria, explicó qué significa competir en un terreno tan distinto al suyo.
“Este es mi tercer Transmontaña. Este año terminé como el segundo paraguayo en llegar. Para nosotros es mucho más difícil, no estamos acostumbrados a andar en montaña”, contó Bogado, todavía recuperando el aire tras el último ascenso. “Es una carrera emocionante, desafiante para uno mismo. Eso es lo que me atrapa”, añadió con una enorme sonrisa.
COMPAÑERISMO. Orlando Bogado celebra junto a su esposa tras completar otro exigente paso por la montaña. Foto de Osvaldo Ripoll/LA GACETA.
La logística del viaje deja entrever lo que implica cruzar las fronteras por pasión. “Venimos como 40 chicos. El Transmontaña se ganó un lugar muy importante en el deporte allá, trascendió fronteras”, explicó Bogado, resaltando que ya no se trata de un evento aislado para Paraguay. Y aunque la situación económica cambió en los últimos años, la voluntad de venir no flaquea. “Hace tres años todo era mucho más barato. Ahora el peso está más valorizado y es más caro para nosotros, pero igual hacemos el esfuerzo. El desafío de llegar es más importante que ganar. Nos exige mucho más porque no conocemos estos terrenos. Pero me encanta”.
Su gran compañera
A pocos pasos de Orlando esperaba Daisy Fretes, su esposa, quien vivió el Transmontaña desde el lado invisible: el del acompañamiento, la asistencia, los traslados y la preocupación. “Es un esfuerzo grande. Yo no corro, pero lo sigo. Hice la primera asistencia y fue un sufrimiento con el calor porque no estamos acostumbrados”, relató la paraguaya con una honestidad que expone lo que vive toda pareja de un piloto apasionado. “Se sufre desde afuera. Hay viajes que no podemos programar por sus campeonatos, pero estamos siempre”, aseguró.
Distintas banderas
Unas horas más tarde, apareció en escena Carlos Fernández, un piloto uruguayo que vive hace muchos años en Chile y que forma parte de un equipo tan particular como numeroso: los “Crazy Manijas”. La escena lo mostraba agobiado por el cansancio de la carrera, pero con una enorme satisfacción por lo vivido.
“Venimos de Uruguay, Argentina y Chile. Unimos océano a océano. Yo viajo desde Santiago, me encuentro con mis hermanos y amigos, y corremos todos juntos”, explicó Fernández, a quien la carrera no se lo hizo fácil. La montaña, una vez más, decidió ponerlo a prueba. “Tuvimos mala suerte. A mi compañero se le quemó el embrague y se quedó sin batería. Un colega nos prestó una cuerda y cada vez que se apagaba la moto la teníamos que empujar. Así la llevamos hasta el final”, relató con una mezcla de incredulidad y orgullo.
No obstante, más allá de ese imprevisto, Fernández terminó diciendo lo mismo que repiten todos los extranjeros. “Es increíble. No venimos a ganar; venimos a pasarla bien. La gente nos trató impecable. Esto es más que una carrera”, aseguró.
TESTIMONIO. Rafael Escobar relata su experiencia y destaca lo hermoso y desafiante que encontró el terreno del circuito. Foto de Osvaldo Ripoll/LA GACETA.
Lo lleva en la piel
El último en sumarse a la charla fue Rafael Escobar, cubierto de tierra y con una sonrisa que decía todo antes de hablar. Era su primer Transmontaña y su sorpresa era evidente.
“Significa muchísimo venir a Tucumán. El terreno es precioso. Algunas partes se parecen a Chile, pero no con esta cantidad de kilómetros”, señaló mientras se acomodaba el traje. “Hay zonas hermosas y otras desafiantes a morir. El calor es tremendo, pero este año estuvo más llevadero”, agregó sin salir del asombro.
Lo que más lo impactó, sin embargo, fue el trato humano.
“El cariño es impresionante. Nos han tratado como reyes. Mujeres preciosas, lugares hermosos y terrenos increíbles para andar”, dijo con entusiasmo. “Dicen que cuando terminás jurás que no volvés más… pero a la semana ya querés regresar. Yo vengo el próximo, seguro, con mejor moto y mejor entrenamiento”, cerró el chileno.
En los campamentos, en los senderos, en las asistencias improvisadas y en las llegadas cargadas de emoción, los acentos extranjeros fueron parte esencial de la magia del Transmontaña. Todos coincidieron en lo mismo: Tucumán los desafió, los sorprendió y, sobre todo, los enamoró.






















