Historia de una conciliación imposible en torno de una república improbable

El camino hacia la “primera caída”.

GERCHUNOFF. Analiza las tramas que llevaron al golpe de 1930. GERCHUNOFF. Analiza las tramas que llevaron al golpe de 1930.

HISTORIA LA IMPOSIBLE REPÚBLICA VERDADERA. ARGENTINA 1903-1930 / PABLO GERCHUNOFF -(Edhasa – Buenos Aires)

En la Argentina, 1930 es un año liminar. Es, literalmente, la puerta de entrada a los golpes de estado que harán estragos cada una década a lo largo del siglo XX. Es, en ese sentido, acaso el momento en que comenzó a embromarse este país. Precisamente, ese año y ese golpe constituyen el fracaso de la primera democracia de este país. Una democracia inaugurada con el voto individual, secreto y obligatorio a partir de la norma electoral sancionada en 1912 (la “Ley Sáenz Peña”). No es plena porque el sufragio no es universal, sino masculino, pero es incomparablemente más amplia que lo que se tenía hasta ese entonces.

Por esto resulta muy bienvenido que el último libro de Pablo Gerchunoff se ocupe de ese año y de ese momento de la historia. De esa caída. Esa otra caída. Esa primera caída. Porque el historiador económico ya viene ocuparse de otro golpe de estado en La caída. 1955 (Crítica, 2018). Oportunamente se analizó aquí ese volumen en el que el historiador, entre muchos otros aciertos a la hora de abordar los prolegómenos de la autodenominada “Revolución Libertadora” que derrocó a Juan Domingo Perón durante su segunda presidencia (y fusiló clandestinamente a civiles en la masacre de José León Suárez), encuentra una variable señera: la disputa por la “soberanía” de la “justicia social” entre la Iglesia católica, que acuña ese valor como un cimiento de su doctrina social, y el peronismo, que la enarbola como una de sus “tres banderas”.

Una reforma para otros

En el camino hacia el golpe de estado de 1930, Gerchunoff encuentra dos tramas que van urdiéndose para tejer el derrocamiento del segundo gobierno de Hipólito Yrigoyen. La primera de ellas está atravesada por los feroces antagonismos del escenario político del país. Ese antagonismo es, por un lado, el que enfrenta a la Unión Cívica Radical con el Partido Autonomista Nacional: los conservadores. El autor da cuenta de que el enorme progreso que ha experimentado esta nación austral se da durante la hegemonía del PAN, el cual confía en que la prosperidad forjada lo coloca en una situación inmejorable para una nueva etapa: la de la legitimidad a través del voto. De eso no sólo carece: desde 1904, el “abstencionismo revolucionario” es la estrategia yrigoyenista elegida por la Convención Nacional de la UCR y un símbolo de protesta e intransigencia de ese partido.

Con lo que no cuenta el orden conservador en 1912, cuando promueve la nueva normativa electoral, es con que dos años después estallará la Primera Guerra Mundial, que su magnitud será descomunal, y que cimbrará la Argentina con una inesperada depresión económica. Por ello en 1916, reseña Gerchunoff, a las elecciones las perderán quienes debían ganar y las ganarán quienes debían ser derrotados. Dicho de otro modo: ¿por qué el PAN llevaría adelante una reforma electoral si no era para ganar los comicios? La idea de que los conservadores reformistas tomarían la posta del poder se frustró de la peor manera: ganó quien encarnaba los mayores temores de quienes hasta entonces habían monopolizado el acceso al poder en la Argentina. Yrigoyen no quería un estilo de gobierno diferente: buscaba, directamente, otro modelo.

Larga interna

Precisamente, Gerchunoff muestra que no sólo hay disidencias con respecto al yrigoyenismo fuera de la UCR sino dentro del mismo seno de esa agrupación política, que encarnará la primera experiencia, también, de un partido de masas. Se trata de la conocida división entre personalistas, que son los seguidores de Yrigoyen, y los antipersonalistas. El personalismo no es otra cosa sino la concepción de que sólo el líder es quien gobierna.

La cuestión es visible a partir del segundo gobierno radical, el de Marcelo T. de Alvear, entre 1922 y 1928. Al año siguiente de que asumiera esa gestión, los yirigoyenistas se pronuncian en apoyo al vicepresidente de la Nación, Elpidio González, mediante un documento titulado “Un feo contubernio”. Los antipersonalistas responderán por la misma vía. Y en julio de 1923, esas facciones protagonizarán incidentes en el homenaje a la Revolución del Parque, durante la cual nació la UCR.

La escalada se cristaliza en 1924 con la elección de un connotado radical antipersonalista, Mario Guido, como presidente de la Cámara de Diputados, con los votos de sus correligionarios, de los conservadores y de los socialistas. Ese año, cuando Alvear inaugure el período de sesiones ordinarias del Congreso, estarán ausentes los diputados y los senadores yrigoyenistas y el vicepresidente González. Antes de que termine ese año se formalizará la división de la UCR en esos dos sectores.

La provincia de Buenos Aires será el foco de las tensiones en 1925. Una declaración oficial del Gobierno nacional etiqueta como “institucionalmente anormal” la situación del distrito, gobernado por yrigoyenistas. En diciembre, los personalistas ganarán las elecciones, con el 76% de los votos.

En 1927, la UCR Antipersonalista proclama su propia fórmula presidencial (Leopoldo Melo-Vicente Gallo) para el año siguiente. Pero entre finales de ese año y principios de 1928, la UCR yrigoyenista gana en Salta, Tucumán y Santa Fe. Luego, la Convención Nacional de la UCR proclama la fórmula Hipólito Yrigoyen-Francisco Beiró para los comicios de ese año. Para entonces, Agustín Pedro Justo, ministro de Guerra de Alvear, desmentirá púbicamente rumores de un intento de golpe de estado.

El principio del final

Estas tensiones ilustran que el segundo gobierno radical no fue una continuidad del primero. Una aclaración útil para dimensionar por qué el golpe de estado contra un gobierno radical se demoró hasta 1930. Gerchunoff puntualiza que para los derrotados de 1916 había resultado muy difícil tolerar los primeros seis años de “El Peludo” (como apodaban a Yrigoyen). Otros seis les resultaron, sencillamente, insoportables.

Yrigoyen fue reelecto en 1928 y asumió el 12 de octubre. Al año siguiente hubo un fallido atentado contra su persona. En 1930 se aceleran los acontecimientos. Agosto está signado por manifiestos y por asambleas de opositores, conservadores y antipersonalistas, contra el gobierno nacional. El ministro de Agricultura, Juan Fleitas, es abucheado en la Sociedad Rural Argentina.

Septiembre comienza con la renuncia de Luis Dellepiane como ministro de guerra, que será reemplazado por el ex vicepresidente Elpidio González. El día 4 hay una manifestación estudiantil universitaria que reclama la renuncia del Presidente de la Nación. Al día siguiente, Yrigoyen pide licencia y delega la presidencia en su vicepresidente. Al día siguiente sobrevino el golpe de estado. A los dos días, el 8 de septiembre, José Félix Uriburu juró como presidente provisional. El 10, la Corte Suprema de Justicia de la Nación, mediante una acordada, reconoció al gobierno de facto surgido de la asonada que había derrocado al presidente electo dos años antes en las urnas.

Causas y legitimidades

A lo largo de este derrotero es cómo va observándose la segunda de las tramas: la tensión entre la “república posible” y la “república verdadera”. Ese conflicto estalla con el yrigoyenismo, pero se remonta desde mucho antes. Emerge con el liderazgo del líder radical porque su liderazgo viene a confrontar dos concepciones de legitimidad diferentes. Los conservadores reivindican una legitimidad de ejercicio: ellos reivindican haber organizado la Argentina y haber construido el progreso de un país que hasta finales del siglo XIX estuvo sumida en guerras civiles. La última de ellas en 1880, cuando Buenos Aires y Corrientes desconocen el resultado de las elecciones que consagran a Julio Argentino Roca como Presidente de la Nación. En sentido contrario, el yrigoyenismo reivindica la legitimidad de origen: el Presidente de la Nación encarna la voluntad del pueblo. No habrá margen para los consensos: Yrigoyen dispondrá 20 intervenciones federales en las provincias.

La contraposición es largamente más profunda y Gerchunoff la rastrea hasta Las Bases…, de Alberdi. “La república deja de ser una verdad de hecho en la América del Sur porque el pueblo no está preparado para regirse por este sistema superior a su capacidad (…). La verdad es que no estamos bastante sazonados para el ejercicio del gobierno representativo, sea monárquico o republicano”, escribió el tucumano. “El problema del gobierno posible en la América antes española no tiene más que una solución sensata: ella consiste en elevar nuestros pueblos a la altura de la forma de gobierno que nos ha impuesto la necesidad; en darles la aptitud que les falta para ser republicanos; en hacerlos dignos de la república que hemos proclamado, que no podemos practicar hoy ni tampoco abandonar; en mejorar el gobierno por la mejora de los gobernados; en mejorar la sociedad para obtener la mejora del poder, que es su expresión y resultado directo (…). Pero el camino es largo y hay mucho que esperar hasta llegar a su fin. ¿No habría en tal caso un gobierno conveniente y adecuado para andar este período de preparación y transición?”.

Estas son las causas “mediatas” operando en el golpe, solapadas bajo las causas “inmediatas” de la coyuntura ya descrita. La concepción de que la sociedad política compuesta por los ciudadanos no estaba “preparada” para gobernarse a sí misma; de que debía ser “elevado” y “mejorado”, se da de bruces contra un hecho incontrastable: una reforma sufragista que coloca en el poder a los antagonistas de quienes se asumen como los realmente “preparados” para conducir el país.

La discordia

Esta confrontación tiene múltiples dimensiones. Los temores respecto de que la democracia pueda trocar la tiranía de uno en la tiranía de muchos ya está presente en los “padres fundadores” de los Estados Unidos, a finales del siglo XVIII, y perfectamente vigente en el diseño constitucional argentino de 1853, tras la experiencia del rosismo. Por caso, la Carta Magna consagra un Poder Ejecutivo donde son los votos del pueblo, mediante un colegio electoral, los que consagran al jefe de Estado; y un Poder Judicial, al que le da el poder de “última palabra”, cuya integración está al margen de las urnas. En cuanto al Poder Legislativo, crea una Cámara Baja, compuesta por diputados electos por el voto popular, y una Cámara Alta compuesta por senadores elegidos por las élites provinciales: los proponen los gobernadores, con acuerdo de sus legislaturas.

El Partido Autonomista Nacional, que en sus orígenes ha sido un partido de élites, un partido de “clubes sociales” (los Presidentes de la Nación eran socios del Jockey Club o del Círculo de Armas, entre otras entidades donde encontraban el estatus, los apoyos y los recursos para sus contiendas), jamás pudo competir contra la masividad de, precisamente, los partidos de masas. Sólo encontró la vía del golpe de estado para ponerle fin al yrigoyenismo, en 1930. Ensayaría el mismo mecanismo criminal, un cuarto de siglo después, contra el segundo partido de masas que había surgido: el peronismo.

La discordia nacional que estalla en 1930 se enraizaba desde mucho antes. Y se extendería mucho después…

© LA GACETA

PERFIL

Pablo Gerchunoff es historiador económico, profesor emérito de la Universidad Torcuato Di Tella, profesor honorario de la UBA y miembro de la Academia Nacional de Ciencias Económicas. Entre sus publicaciones se destacan El ciclo de la ilusión y el desencanto, en coautoría con Lucas Llach; Entre la equidad y el crecimiento; ¿Por qué Argentina no fue Australia?; Raúl Alfonsín. El planisferio invertido y La moneda en el aire, junto a Roy Hora.

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