Por Leticia Martínez
Voy a empezar por el final porque así me lo indica la intuición. Voy casi en contra de la geometría cuidadosamente compaginada en estos ocho cuentos. Intento hacer lo mismo que hace Paulina Cruzeño en “Cabeza de vaca”: escucho, miro, me pongo a disposición de las historias. Me dejo guiar por mi cuerpo y entreverar por los caminos lamenteros del paisaje. ¿Cuál es el paisaje de este libro?
Como respuesta fácil: la pampa. La llanura, “un paisaje de costumbre” dice la voz del último cuento. Y ahí llega la escritora para desautomatizar aquella costumbre, aquel universo bucólico de la siesta y de la mirada al frente.
“El único camino que hay en la llanura está en el cielo. Seguir la Cruz del Sur, orientarse por las Tres Marías. Jamás mirar al frente, todo es confusión si las cosas tienen un único sentido”.
Por eso, comienzo a mirar el libro por este último cuento ya que allí radica cierto corazón común en estas historias: de qué forma desplegar los otros sentidos de cada cosa, cómo escaparle al sentido único. Entonces llegan los personajes: las mujeres, los locos, los malnacidos, las caídas en desgracia, los muertos, las familias, la naturaleza, los silencios. Y así, Paulina abre los otros paisajes que despliegan geometrías maltrechas, malformaciones y maldiciones. Una escritora que inventa cuentos allí donde otros ven palabrería tonta o lenguajes desconocidos. Ese es uno de los riesgos que celebro de “Cabeza de vaca”, el de meterse en las entrañas de la tierra para cuartear el silencio.
“La llanura tiene la misma violencia que el silencio”.
Pero quiénes son esos personajes, qué traen, cómo nos lo traen, por qué. Paulina logra lo que muy pocos y pocas escritores y escritoras pueden, hacer hablar a las cosas, poner a la conversación como personaje y paisaje a la vez, en todos sus cuentos. Pienso en autores como Manuel Puig y sé que no exagero al traerlo con mis pensamientos hasta este libro. ¿A quién le importa el chisme? ¿A quién le interesa el cotorreo de las vecinas, los comentarios maliciosos y las creencias místicas? Sólo una escritora como ella, que lleva la tierra como destino imposible y como alternativa de venganza, puede darle lugar en su literatura al género poètico más despreciado entre los cultos: el chisme.
¿Acaso las habladurías del pueblo no arman el relato sobre el pueblo? Pero acá no se trata de hacer circular sino más bien de mostrar al mundo desde el mundo. Mostrar el paisaje desde quienes lo habitan. Mostrar la familia desde la familia. Paulina pone a la conversación en el centro para que conozcamos, para que aprendamos a escuchar. ¿Acaso no les habló alguna vez una cabeza de vaca? Seguramente sí, pero no la escucharon. Paulina escucha y no le alcanza, por eso escribe. Porque no alcanza con escuchar, ni con ver y ni siquiera con saber: hay que poder decir.
En este libro, los saberes son otros: mìsticos, oníricos, intuitivos, naturales. Es como si tuviésemos que quemar los libros de los saberes tradicionales para leer “Cabeza de vaca”. Y ese es otro gesto para celebrar, la escritora no quiere explicarnos nada. Nos mete de lleno en las conversaciones ajenas y nos dice: escuchá, dale. Tal como hace la madre en el cuento “Los daños”, cuando le habla a su hija.
“Jugà con esto (le dice a quien narra) y me dio una papa”.
Paulina nos dice: a ver qué haces con esto. Pero, a diferencia de esa madre, no nos deja solas ni nos daña, sino que nos ofrece una simbología cargada de posibilidades para que armemos nuestro propio mapa del destino. Y ese mapa empieza en el cuerpo. La escritora hace de la racionalidad una burla y del cuerpo el lugar del que proviene el saber. Todas las voces de estos cuentos vienen desde el cuerpo y nos llegan hasta el cuerpo.
“Muchas veces sentí una boca abrirse desde mi cuerpo en todas las direcciones, como una fosa gris, con barro y neblina, un campo lleno de yuyos petrificados, el viento, siempre el viento. Y el frío”.
Creo que este fragmento resulta una descripción exacta para pensar desde dónde aparece la escritura. Y hasta dónde nos llevará. Más allá o más acá de la realidad. Y ese es el otro paisaje de “Cabeza de vaca”, el paisaje indómito e imposible de lo real. En el cuento “El parto psíquico”, la protagonista, luego de seguir indicaciones de una médica prestigiosa que llega al pueblo, se separa de su marido. Enojada, la increpa, y le dice: yo no quiero estar tranquila, yo quiero que vuelva el Calixto. Qué saben los supuestos dueños del saber sobre la realidad, qué saben sobre el desamor de un marido, sobre el suicidio de un hijo, sobre ir a buscar a una abuela muerta al sitio indicado. Los personajes parecen estar en constante lucha con la realidad de los sabiondos, de los que ostentan explicaciones y racionalidad. Los personajes tuercen la realidad, viven y nos hacen vivir en esos huecos.
“Los signos que me dicen que estoy embarazada, son los mismos que me dicen que no. Las tetas, la sangre, pueden indicar una cosa o la otra”.
Así, nos llevan de acá para allá entre las capas de lo real. Esto sólo lo logra una escritura que se mete profundamente entre los intersticios de la existencia para darnos, con sus palabras, miradas imposibles y posibles sobre los mundos. Porque hace hablar a lo que permanecía mudo. En el cuento “Apolinario”, la voz dice: nadie habla de eso en mi familia. Y el verdadero infierno, el más real entre lo imposible, es el silencio. Porque todo habla, el viento, los árboles, las personas, la cabeza, las tripas, los sueños. Cómo fue posible estar tanto tiempo calladas, nos dice este libro. Cómo no carnear, si la cabeza de vaca lo indica, todos los cuerpos. El cuerpo familiar, el cuerpo doméstico, el cuerpo llanura, el cuerpo espiritual. Porque todos los paisajes de este libro tiene dimensiones físicas, asibles. Todo se vuelve materia porque todo habla: los vivos, los muertos, las casas, las cocinas, los ríos secos, los animales.
Todo habla, para una escritora como Paulina Cruzeño, que sabe escuchar y nos lo cuenta para que también lo sepamos. Y nos dice: que la tierra sabe y recuerda, que el cuerpo sabe e intuye, que la razón no alcanza, que la conversación es un don, que el daño es irreparable, que el destino se tuerce a fuerza de ritos, que el mapa se inventa, que tenemos la visión, que los tiempos se cruzan, que se mira hacia arriba y hacia abajo, que el filo de la muerte es igual al filo de la vida, que ahora, para siempre no estamos solas.













