"El juicio es un modo civilizado de reparar"

Carlos Soldati estuvo recluido en el Centro Clandestino de Detención de la ex Jefatura y, 30 años después, aguarda un poco de Justicia. Los hermanos Berta María y Luis Alberto Soldati están desaparecidos. Ella fue vista en la Jefatura y él era conscripto en el Arsenal.

VOLVER. Soldati mostró el área de calabozos -fueron demolidos- en la Jefatura, donde funcionan oficinas estatales.  LA GACETA / FOTO DE ANTONIO FERRONI VOLVER. Soldati mostró el área de calabozos -fueron demolidos- en la Jefatura, donde funcionan oficinas estatales. LA GACETA / FOTO DE ANTONIO FERRONI
11 Noviembre 2012
Carlos Soldati pensaba en su muerte. En la oscuridad, fantaseaba en cómo se daría la noticia y de qué manera se enterarían sus compañeros de facultad. Pero lo que más le inquietaba era cómo se sentiría "eso de no volver más". "De Simoca y sus alrededores, fui el único que volví de una muerte segura", repasó con la voz quebrada. Hace 36 años, el hombre estuvo recluido durante casi 10 días en el Centro Clandestino de Detención (CCD) que funcionó en la ex Jefatura de Policía, durante la última dictadura militar (1976-1983). El raconto de las víctimas de sus pagos -alrededor de 10- ensombreció su rostro porque entre ellas se encuentran sus hermanos Berta María (fue vista en la Jefatura) y Luis Alberto (cumplía el servicio militar en el Arsenal Miguel de Azcuénaga). Ambos están desaparecidos.

Carlos (60 años), será querellante en la megacausa "Arsenales II - Jefatura II", cuyo juicio oral comenzará mañana en la Justicia Federal local.

"Son hechos dolorosos que ocurrieron hace más de 30 años. Pero la tragedia tiene una profundidad tal que se siente como si este tiempo no hubiese transcurrido. En medio de ese panorama, se da la posibilidad del juicio, que es el modo civilizado de reparar, en la medida de las posibilidades humanas, tanto sufrimiento, injusticia y horror vivido por la acción del terrorismo de Estado", consideró sobre el proceso que se inicia. No es la primera vez que enfrentará un tribunal (en 2010 fue testigo de la causa "Jefatura I"), sin embargo, confesó que está nervioso. "Vengo a relatar mi única experiencia", dice a LA GACETA como si haber sido secuestrado, torturado y tener dos hermanos ausentes no fuera suficiente.

"Normalidad" y horror
Llegaron a la madrugada, lo arrancaron de su cama y lo subieron a un furgón. El 28 de septiembre de 1976, agentes que dijeron ser de la Policía irrumpieron en su casa natal, en la localidad de Manuela Pedraza. Tenía 25 años y los presagios eran los peores. En julio, su hermana, una joven asistente social, había sido secuestrada y no supieron más de ella. Gracias a un testigo, luego conocieron que estuvo en la Jefatura.

La noche de su captura, Carlos estuvo en el ex Ingenio Nueva Baviera, otro de los CCD del circuito represivo montado en la provincia. Luego, fue trasladado a la dependencia policial. Era el 102 el número que le asignaron al llegar al lugar y antes de meterlo en un pequeño calabozo. Recordó que estaba vendado y maniatado y que por debajo del paño pudo ver que en las otras celdas había hombres y mujeres muy golpeados. "De noche, me llevaron a otra sala. Me dijeron 'Soldati, íntimo amigo de Pedro Medina' (un compañero de facultad militante de la JP) y me dieron un golpe tremendo. Me preguntaban la dirección de mi hermano. Me pusieron dos cables en la sien y comenzaron a darme golpes de corriente. Con amenazas de matarme en cualquier momento. Así transcurrieron los nueve días siguientes. Una noche había gritos y portazos. Estaban sacando gente, gente que no volvió", relató mientras sus ojos iban y venían recordando cada secuencia. Fue liberado una noche y llevado a la casa de un familiar. Dos años después, desapareció su hermano Luis Alberto.

"Él había estado en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) en Simoca, pero dejó. En el 76 lo habían buscado y mis padres lo enviaron a Chile. Luego, en el 78 volvió para hacer el servicio militar, para cumplir. Estuvo en el Arsenal dos meses. Dijeron que salió de franco y nunca volvió. Pero creemos que nunca salió", lamentó.

Carlos remarcó que durante su cautiverio un ventiluz fue su contacto con el mundo exterior. Esa abertura le contaba que el infierno que vivía y la "normalidad" estaban separados por una pared: "la gente que pasaba estaba tan cerca... escuchaba diálogos, el tránsito y chicos jugando. En el calabozo había una relativa tranquilidad. Esperando y pensando en lo peor, la muerte, pero aferrándome al milagro de ser liberado".

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