Por Juan Manuel Montero
27 Enero 2013
Ya no existen las exclusivas. Los medios periodísticos debemos enterrar para siempre esa palabra, aunque nuestro ego se deshaga en pedazos. Muchos creen que el periodismo sigue siendo eso de llegar a las 5 de la tarde al trabajo, luego de una gran noche, bien regada, entre amigos, sentarse frente a la computadora y con el teléfono armar la nota que queremos o que nos asignaron. Pero no. Eso está perimido. Facebook, Twitter, Instagram, Weibo u otras redes no tan desarrolladas son fuentes que se han convertido en material del que nos nutrimos a la hora de dar una noticia. Y funcionan las 24 horas. Pero no son fuentes sólo periodísticas. Son fuentes públicas. Alguien postea. Todos se enteran. Entre ellos, los periodistas. El trabajo posterior consiste en el chequeo. No todo lo que se dice en las redes es real. Y si no que lo digan en el diario El País de España, tras el papelón de la falsa foto de Hugo Chávez en medio de un quirófano. Y que lo digan varios medios argentinos que, el mismo día del escándalo del venezolano, y mientras todos escupían para arriba, publicaron en las distintas webs una foto de Antonella Roccuzzo, la novia de Messi con un bebé. "La primera foto de Thiago Messi", titularon los mejores diarios del país. Y la foto era falsa. Hoy la noticia vive y se distribuye a lo largo del día. Siempre habrá alguien que la cuente con un celular en la mano. Creernos los dueños de la información es hoy el pecado capital de los periodistas. Por eso, más que correr detrás de la noticia, se trata de analizarla. Nadie es infalible. Todos nos equivocamos. Pero no hay nada más feo que ser nosotros mismos partes de la primicia comunicando ese error.