12 Febrero 2013
La renuncia del Papa impactó en todo el mundo. Fue el tema de debate ayer, en cada hogar, en cada país y obviamente, en las redes sociales. Fue una noticia sorpresiva y cuando los hechos no se esperan las reacciones suelen desbordarse; por eso es el momento de la calma, de la reflexión y la introspección para asumir este tipo de acontecimientos con la mesura y la serenidad necesarios para afrontar tiempos de cambios.
A las ocho de la noche de Roma (las 15 de la Argentina) del 28 de febrero Joseph Aloisius Ratzinger dejará de ser la máxima autoridad de la Iglesia Católica. A partir de entonces comenzará el proceso de elección del futuro papa. Pero desde ayer se ha instalado -como en toda elección- un universo de especulaciones en torno a quién será el sucesor. Los dimes y diretes propios de cualquier selección son cuestiones humanas alejadas de toda espiritualidad y de toda fe que no deben alterar la vida cotidiana y que, por el contrario, tendrían que servir para reforzar los verdaderos valores que ayuden a una convivencia sana y en paz.
Benedicto XVI ha reconocido en su dimisión la falta de energías para poder llevar adelante la misión que afrontó el 19 de abril de 2005. El 28 de febrero habrán sido 2.876 días de papado. No deben haber sido fáciles para un intelectual acostumbrado más a las reposadas bibliotecas que a la vida exageradamente pública que tiene un papa y más aún en tiempos actuales donde las redes sociales hacen aún más pública la intimidad.
En aquel lapso tuvo que afrontar su llegada frente a la carismática figura de Juan Pablo II e inmediatamente estallaron escándalos que contrastaron con la prédica casi obstinada que este Papa dirigió para recuperar valores y tradiciones al punto que llegó a disponer que el latín -idioma en el que se redactó su renuncia- volviera a oírse en las iglesias.
Los casos de abusos que involucraron a sacerdotes y las infidencias que develó su secretario privado fueron piedras en el camino de un proceso de consolidación de la religión católica que había encarado Ratzinger. Esos obstáculos sumados a los que le impuso su salud desencadenaron esta sorpresiva renuncia. Pero la historia ha dejado enseñanzas para la Iglesia Católica que en los cambios de rumbos inesperados ha encontrado nuevas salidas a las crisis. Por eso la grey católica puede hallar en esta dimisión una nueva oportunidad para la consolidación de un pensamiento y de acciones acordes a los valores cristianos.
Es un momento para respaldar la decisión del papa y para orar por quien vaya a ser su reemplazante y, especialmente, es un momento para confiar en la fe para que los hombres encuentren un camino que no debiera alterar la tradición ni el espíritu católico.
La decisión de Benedicto XVI ha sorprendido a todos, pero, indudablemente, ha sido el resultado de un profundo debate interior de quien ha tomado un camino que la iglesia no seguía desde el siglo XV. En estos momentos donde la repentización de la información y de las acciones corren a una velocidad que da vértigo, se revitaliza la importancia de creer y de confiar en la voz de los pastores. Son ellos los que no suelen obrar en forma caprichosa sino que han aprendido -y enseñado- a encontrar respuestas tras una cuidadosa meditación, que debería marcar las estaciones a recorrer en los días posteriores a esta renuncia anunciada.
A las ocho de la noche de Roma (las 15 de la Argentina) del 28 de febrero Joseph Aloisius Ratzinger dejará de ser la máxima autoridad de la Iglesia Católica. A partir de entonces comenzará el proceso de elección del futuro papa. Pero desde ayer se ha instalado -como en toda elección- un universo de especulaciones en torno a quién será el sucesor. Los dimes y diretes propios de cualquier selección son cuestiones humanas alejadas de toda espiritualidad y de toda fe que no deben alterar la vida cotidiana y que, por el contrario, tendrían que servir para reforzar los verdaderos valores que ayuden a una convivencia sana y en paz.
Benedicto XVI ha reconocido en su dimisión la falta de energías para poder llevar adelante la misión que afrontó el 19 de abril de 2005. El 28 de febrero habrán sido 2.876 días de papado. No deben haber sido fáciles para un intelectual acostumbrado más a las reposadas bibliotecas que a la vida exageradamente pública que tiene un papa y más aún en tiempos actuales donde las redes sociales hacen aún más pública la intimidad.
En aquel lapso tuvo que afrontar su llegada frente a la carismática figura de Juan Pablo II e inmediatamente estallaron escándalos que contrastaron con la prédica casi obstinada que este Papa dirigió para recuperar valores y tradiciones al punto que llegó a disponer que el latín -idioma en el que se redactó su renuncia- volviera a oírse en las iglesias.
Los casos de abusos que involucraron a sacerdotes y las infidencias que develó su secretario privado fueron piedras en el camino de un proceso de consolidación de la religión católica que había encarado Ratzinger. Esos obstáculos sumados a los que le impuso su salud desencadenaron esta sorpresiva renuncia. Pero la historia ha dejado enseñanzas para la Iglesia Católica que en los cambios de rumbos inesperados ha encontrado nuevas salidas a las crisis. Por eso la grey católica puede hallar en esta dimisión una nueva oportunidad para la consolidación de un pensamiento y de acciones acordes a los valores cristianos.
Es un momento para respaldar la decisión del papa y para orar por quien vaya a ser su reemplazante y, especialmente, es un momento para confiar en la fe para que los hombres encuentren un camino que no debiera alterar la tradición ni el espíritu católico.
La decisión de Benedicto XVI ha sorprendido a todos, pero, indudablemente, ha sido el resultado de un profundo debate interior de quien ha tomado un camino que la iglesia no seguía desde el siglo XV. En estos momentos donde la repentización de la información y de las acciones corren a una velocidad que da vértigo, se revitaliza la importancia de creer y de confiar en la voz de los pastores. Son ellos los que no suelen obrar en forma caprichosa sino que han aprendido -y enseñado- a encontrar respuestas tras una cuidadosa meditación, que debería marcar las estaciones a recorrer en los días posteriores a esta renuncia anunciada.
NOTICIAS RELACIONADAS