La herencia del Papa Benito

01 Marzo 2013

Jorge Blunda - Sacerdote diocesano de Tucumán - Doctor en Ciencias Bíblicas

Asumió su ministerio como obispo de Roma y servidor universal de la comunión de las Iglesias, con una elección significativa: quiso adoptar el nombre del fundador de la orden monástica que conservó el tesoro de la fe y de la tradición clásica y lo transmitió a los nuevos pueblos que habrían de configurar la Europa cristiana de un tiempo.

Ocupando la sede de Pedro, ejerció su ministerio con el estilo de Pablo: guiar mediante la enseñanza. No golpeó el puño sobre la mesa; apostó por la palabra.

Creyó en la fuerza del anuncio, del discurso razonado y persuasivo, de la meditación honda de la verdad.

No siempre encontró interlocutores que estuviesen a la altura de su confianza en la razón y en la verdad.

Su gran tema fue la fe, esa fe que forma la Iglesia y es su razón de ser. Una fe que supera el escándalo de la Cruz, porque descubre en ella al Dios que ama al hombre doliente hasta hacerse uno con Él.

Esa fe que le dio la valentía para afrontar problemas graves de la Iglesia, sin miedo a los costos políticos o a la pérdida de popularidad. Esa fe que le hace ver que aún queda mucho por purificar…

Por eso, concluyó su servicio con un gesto elocuente, perfectamente coherente con su fe en Jesucristo y su amor a la Iglesia: Él sabe lo que Ésta necesita y está seguro de que su Señor se lo dará.

Su dimisión se inscribirá en la historia. Mostrar que el ministerio del Papa no es la cumbre de una carrera, ni la sacralización de una biografía, ni una nueva encarnación de Jesucristo. Liberar a sus sucesores de la imagen popular que ligaba al pontificado con la monarquía o el cargo vitalicio.

Ahora ellos deberán darse cuenta de que reciben un oficio por un tiempo, no vinculado a períodos de mandato o años de aportes jubilatorios, sino a la capacidad de expresar el Evangelio en un lenguaje adecuado, al carisma de entusiasmar a las personas con Dios y provocar el encuentro con Jesucristo.

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