Por Gustavo Martinelli
21 Abril 2013
Todos hemos soñado alguna vez con descubrir una isla desierta. Con navegar hacia el Oriente y desembarcar allí donde no hay nadie, para construir un mundo a nuestra medida y gobernarlo casi despóticamente. Pero la realidad se encarga siempre de matar cualquier fantasía. Los que pudieron cumplir con este sueño primordial cuentan que, una vez en la isla, rodeados de frío, hambre, miedo, aburrimiento y desolación, lo único que pudieron desear es salir de allí. Por eso, cuando le preguntaron a G. K. Chesterton qué libro llevaría a una isla desierta, respondió: "un manual de construcción de barcos". Porque nunca se llega a una isla desierta sin también querer dejarla. Que lo diga sino Robinson Crusoe, ese personaje inolvidable creado por el inglés Daniel Defoe en 1719. O Tom Hanks, que, en la película "Náufrago" (2000) interpretó a un moderno Crusoe que debe sobrevivir en una isla desierta durante cuatro años. Y es que Defoe, del que hoy se cumplen 282 años de su muerte, fue el primer novelista de la literatura inglesa en reivindicar la idea de que con trabajo y tesón es posible conseguir cualquier cosa, incluso la misma libertad. Esta actitud parece hoy no tener cabida en nuestra sociedad. No sólo porque las nuevas generaciones prácticamente desconocen la historia de Defoe sino porque la cultura del esfuerzo promocionada en su novela ha caído en desuso. Hoy vivimos en islas desiertas y no nos interesa salir de ellas. Qué bueno sería entonces que rescatásemos las enseñanzas de Defoe. No sólo leyendo su novela, sino poniendo en práctica sus imperecederas enseñanzas.
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