23 Abril 2013
IMPECABLE. Se dispone a mostrar que debajo del capot hay un motor nuevo que está listo para llevarlo a pasear. LA GACETA / FOTOS DE FRANCO VERA
Estaba sentado sobre la vereda con los pies acordonando un hueco en la vereda. Había sacado varias baldosas pegadas a un árbol y cavaba la tierra negra para la fosa que auspiciaría de tumba para su perro.
Héctor Morales es conocido como el "Gringo" en su barrio. No sólo por sus ojos claros, sino porque hace más de 30 años que su vida transcurre entre la ciudad californiana de Oakland, en Estados Unidos, y su casa de Mendoza al 2800.
¿Y cómo llegó a ese país? "En el 75 me metieron preso porque era obrero de Alpargatas y activista gremial. Estuve cinco años de un lugar a otro. Hasta llegué a compartir la cárcel con Pérez Esquivel en La Plata. Después salí refugiado a Estados Unidos", explica Héctor.
En el barrio nadie lo mira con cara rara. Todos lo conocen desde hace años y saben cómo es: un bohemio, ferviente defensor del reciclaje. Quizás porque en su vida aprendió de idas y vueltas y segundas oportunidades.
Pero su proyecto de convertir un Renault 4 en una obra de arte en madera dejó pasmados a varios, incluso a quienes creían conocer sus rarezas. Hace casi un año compró ese auto destartalado con la idea de devolverlo a las rutas y caminos. "Primero pensé que tenía que llevarlo al chapista, pero después dije: 'no, yo lo voy a cubrir de madera'. ¿Para qué renegar?", cuenta.
De a poco fue tapando las chapas con una pasta a base de aserrín, lijándolo y barnizándolo hasta darle un color caramelo. Con madera de quina le hizo los guardabarros, el techo del interior, los espejos de los parasoles y los detalles de terminación. Le cambió el motor por uno nuevo y ahora sólo le falta terminar las llantas y hacer el portaequipajes.
La idea de Héctor es cargarlo en un barco y llevarlo a Europa. Ya saborea el aire de esos países a bordo de su chata de madera reciclada. "Entrarlo a Estados Unidos es difícil porque son muy estrictos, pero este auto es europeo", explica mientras le da unos golpecitos, esos que demuestran la solidez de algo.
Héctor lleva una vida austera. En Estados Unidos trabaja como reparador de máquinas, jardinero o reciclador. Como sufre problemas de salud recibe una pensión estatal que en ese país no le alcanza para nada, pero que aquí sí. Con eso vive los meses que pasa en Tucumán.
Con el dinero que fue ahorrando durante estos 30 años que trabajó en Estados Unidos pudo construir su casa y ayudar a sus ocho hermanos. "Nosotros crecimos en una zona muy pobre, aquí a la vuelta, sobre Viamonte -detalla-. No teníamos electricidad, nada. Cuando me compré este terreno podría haberlo hecho en otra zona, pero quería seguir en el barrio".
Mientras conversa en la vereda, pasa una nena y le pide monedas. Él saca una de un bolsillo y se la da. Pasa otro vecino y le pregunta por el perro. "Me lo atropellaron, ahí lo voy a enterrar", le contesta. "¿Y cómo va?", le pregunta otro señalando el auto. "Va, va", dice Héctor.
El perro se había cruzado con él tres semanas atrás. Lo estaba alimentado porque era un vagabundo y la calle lo había dejado maltrecho. Pero ayer, temprano, un auto lo arrolló, y por eso Héctor se disponía a darle una digna sepultura.
Aprendiz
El oficio de las máquinas lo aprendió de su tío. Y aquí se abre otra puerta, porque cuenta que Dante Morales, ese tío, era ciego. Pero esa discapacidad no le impedía arreglar casi cualquier tipo de máquina. Tantas horas en su taller, más la experiencia en la fábrica le sirvieron a Héctor para desarrollar un oficio que hasta hoy le permite subsistir en Estados Unidos.
Allí vive en una pieza que alquila o en casas de amigos. Nunca surgió la necesidad de comprar algo propio, pese a que pasa la mayor parte del año allí. En cambio, su provincia sí le tira. Soñaba con tener aquí una casa grande. "Quizás porque de chicos éramos tantos y vivíamos en un rancho chiquito, entonces yo me imaginaba que quería una casa grande", explica. Su vivienda tiene dos pisos: él vive en la parte de arriba y la planta baja es un salón que alquila para fiestas infantiles.
La vida le dio a Héctor tres hijos. Todos se fueron de a poco a Estados Unidos; allí estudian y trabajan. El único que vuelve porque no puede despegarse de Tucumán es él. Y a los 60 años es probable que ya no lo haga, más todavía si se está construyendo un ataúd de madera. "Con eso bromeo siempre. Les digo que cuando me muera quiero que caven un pozo, me pongan corbata, me sienten en el auto y comiencen a tirarme tierra", dice entre risas.
El renault de madera, bautizado "Renault Kina", es su gran proyecto. "Creo en el reciclaje. Me parece que va a ser la gran religión de este siglo", reflexiona. Nada lo apura. Héctor se da el lujo de prever cada detalle, de trabajarlo de a poco, de pulirlo. A veces algún vecino se suma y lo ayuda porque él trabaja en la vereda. Allí conversa, le sacan fotos, le preguntan por esa rareza. "¿Cómo es la gente, no? Algunos lo ven y no creen que sea de madera. Discuten... Y bueno, cada uno ve lo que quiere".
Ese auto se convirtió en su obsesión
Todo el interior también es de madera de quina: el techo, el piso, próximamente el volante y hasta los parasoles. También la palanca del guiño y las luces. La butaca trasera la tapizó con tela arpillera verde y listones de madera. Lo mismo hará con las de adelante.
¿Y cómo llegó a ese país? "En el 75 me metieron preso porque era obrero de Alpargatas y activista gremial. Estuve cinco años de un lugar a otro. Hasta llegué a compartir la cárcel con Pérez Esquivel en La Plata. Después salí refugiado a Estados Unidos", explica Héctor.
En el barrio nadie lo mira con cara rara. Todos lo conocen desde hace años y saben cómo es: un bohemio, ferviente defensor del reciclaje. Quizás porque en su vida aprendió de idas y vueltas y segundas oportunidades.
Pero su proyecto de convertir un Renault 4 en una obra de arte en madera dejó pasmados a varios, incluso a quienes creían conocer sus rarezas. Hace casi un año compró ese auto destartalado con la idea de devolverlo a las rutas y caminos. "Primero pensé que tenía que llevarlo al chapista, pero después dije: 'no, yo lo voy a cubrir de madera'. ¿Para qué renegar?", cuenta.
De a poco fue tapando las chapas con una pasta a base de aserrín, lijándolo y barnizándolo hasta darle un color caramelo. Con madera de quina le hizo los guardabarros, el techo del interior, los espejos de los parasoles y los detalles de terminación. Le cambió el motor por uno nuevo y ahora sólo le falta terminar las llantas y hacer el portaequipajes.
La idea de Héctor es cargarlo en un barco y llevarlo a Europa. Ya saborea el aire de esos países a bordo de su chata de madera reciclada. "Entrarlo a Estados Unidos es difícil porque son muy estrictos, pero este auto es europeo", explica mientras le da unos golpecitos, esos que demuestran la solidez de algo.
Héctor lleva una vida austera. En Estados Unidos trabaja como reparador de máquinas, jardinero o reciclador. Como sufre problemas de salud recibe una pensión estatal que en ese país no le alcanza para nada, pero que aquí sí. Con eso vive los meses que pasa en Tucumán.
Con el dinero que fue ahorrando durante estos 30 años que trabajó en Estados Unidos pudo construir su casa y ayudar a sus ocho hermanos. "Nosotros crecimos en una zona muy pobre, aquí a la vuelta, sobre Viamonte -detalla-. No teníamos electricidad, nada. Cuando me compré este terreno podría haberlo hecho en otra zona, pero quería seguir en el barrio".
Mientras conversa en la vereda, pasa una nena y le pide monedas. Él saca una de un bolsillo y se la da. Pasa otro vecino y le pregunta por el perro. "Me lo atropellaron, ahí lo voy a enterrar", le contesta. "¿Y cómo va?", le pregunta otro señalando el auto. "Va, va", dice Héctor.
El perro se había cruzado con él tres semanas atrás. Lo estaba alimentado porque era un vagabundo y la calle lo había dejado maltrecho. Pero ayer, temprano, un auto lo arrolló, y por eso Héctor se disponía a darle una digna sepultura.
Aprendiz
El oficio de las máquinas lo aprendió de su tío. Y aquí se abre otra puerta, porque cuenta que Dante Morales, ese tío, era ciego. Pero esa discapacidad no le impedía arreglar casi cualquier tipo de máquina. Tantas horas en su taller, más la experiencia en la fábrica le sirvieron a Héctor para desarrollar un oficio que hasta hoy le permite subsistir en Estados Unidos.
Allí vive en una pieza que alquila o en casas de amigos. Nunca surgió la necesidad de comprar algo propio, pese a que pasa la mayor parte del año allí. En cambio, su provincia sí le tira. Soñaba con tener aquí una casa grande. "Quizás porque de chicos éramos tantos y vivíamos en un rancho chiquito, entonces yo me imaginaba que quería una casa grande", explica. Su vivienda tiene dos pisos: él vive en la parte de arriba y la planta baja es un salón que alquila para fiestas infantiles.
La vida le dio a Héctor tres hijos. Todos se fueron de a poco a Estados Unidos; allí estudian y trabajan. El único que vuelve porque no puede despegarse de Tucumán es él. Y a los 60 años es probable que ya no lo haga, más todavía si se está construyendo un ataúd de madera. "Con eso bromeo siempre. Les digo que cuando me muera quiero que caven un pozo, me pongan corbata, me sienten en el auto y comiencen a tirarme tierra", dice entre risas.
El renault de madera, bautizado "Renault Kina", es su gran proyecto. "Creo en el reciclaje. Me parece que va a ser la gran religión de este siglo", reflexiona. Nada lo apura. Héctor se da el lujo de prever cada detalle, de trabajarlo de a poco, de pulirlo. A veces algún vecino se suma y lo ayuda porque él trabaja en la vereda. Allí conversa, le sacan fotos, le preguntan por esa rareza. "¿Cómo es la gente, no? Algunos lo ven y no creen que sea de madera. Discuten... Y bueno, cada uno ve lo que quiere".
Ese auto se convirtió en su obsesión
Todo el interior también es de madera de quina: el techo, el piso, próximamente el volante y hasta los parasoles. También la palanca del guiño y las luces. La butaca trasera la tapizó con tela arpillera verde y listones de madera. Lo mismo hará con las de adelante.
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