Por Alicia Liliana Fernández
26 Abril 2013
EL DIRECTOR Y EL SOLISTA. Ricardo Sbrocco (de pie) y Oscar Buriek (junto al piano) se conocen desde hace muchos años, en la música y en la vida. LA GACETA / FOTO DE FRANCO VERA
Mediodía. Atrás queda la ensordecedora calle Jujuy. Entrar en el teatro Alberdi es otro mundo: suenan los últimos acordes del ensayo de la orquesta. Los músicos de la Sinfónica de la UNT empiezan a guardar sus instrumentos, entre saludos y bromas. El escenario se va despoblando. Los técnicos acomodan enseres y apagan luces. Dos de ellos recubren al piano con una gruesa cubierta protectora. Oscar Buriek viene al proscenio para conversar con LA GACETA junto al maestro Ricardo Sbrocco.
"La Gran Polonesa es una de las más codiciadas por los pianistas, no sólo por la gran belleza melódica sino por el alto virtuosismo que requiere; es muy chopeniana", explica el pianista, que la interpretará esta noche.
"Al principio fue una polonesa para piano y orquesta. Chopin la escribe entre 1830 y 1831, y en el 34 le agrega el andante spianato como una amplia introducción, muy romántica. De ahí el nombre completo: Andante Spianato y Gran Polonesa Brillante -describe-. Justamente es una primera parte bastante larga que hace el piano solo, muy melódica y serena, que contrasta totalmente con lo que es la Polonesa en sí, enérgica y brillante, como su nombre".
Buriek recuerda que el año pasado abordaron Mendelssohn con Sbrocco. "Siempre es un gusto tocar con él. Y esta obra, que siempre quiere oírse. Tiene una versión para piano solo, que escribió el mismo Chopin, pero originalmente la compuso para orquesta, fuera de la serie de las otras polonesas. Es una obra concertante, como si fuese un concierto más", apunta.
Serenata
"De Dvorak hacemos la Serenata para cuerdas, una obra de extraordinaria belleza. Es una de esas melodías que uno escucha y no puede evitar tararear. Está escrita en la tradición de las serenatas de Tchaikovsky. Tiene cinco movimientos y el infaltable vals en el segundo número. Es de una gran dificultad para la orquesta, así que la estudiamos intensamente", informa Sbrocco sobre la apertura del concierto. Y cuenta que no hay registro de que la Sinfónica la haya ejecutado, en cambio sí tocaron la de Tchaikovsky. El director explica que Maurice Ravel escribió para piano "Le tombeau de Couperin", con seis números. De esos, él orquestó cuatro. El músico francés combatió en la I Guerra Mundial, y cada pieza está dedicada a un amigo muerto.
"Salvo el primer movimiento, que es un preludio, los demás son danzas de la época del clavecinista francés del siglo XVIII Francois Couperin. Tombeau (tumba) se usaba en el sentido de honrar la memoria de alguien. Las tres danzas están llenas de sutilezas, característica de Ravel", apunta Sbrocco.
Sobre el programa del concierto de esta noche, el director admite que se trata de músicas contrastantes, tanto por los estilos (dos románticos y un impresionista) como por las formaciones que requieren: por un lado, la orquesta de cuerdas, con Dvorak; después, con Ravel, la orquesta completa, y por último, se agrega el piano con Chopin. Sbrocco saluda y se va.
En el escenario sólo quedamos Buriek, el piano tapado, y yo. Es hora de volver a la redacción a escribir la nota.
Imposible: en lugar de despedirse, Buriek se tienta, abre la tapa e irrumpe con la pompa de la Gran Polonesa. No usa partitura. Sus manos tejen y destejen escalas interminables. "El secreto es hacer cantar al piano", susurra.
Asisto, con privilegio, a mi concierto personal con clase de piano. Enciendo el grabador a pesar de que no podré, como quisiera, compartir la intimidad de esta música con los lectores. Sí puedo recordarles cómo la honró Roman Polansky en su filme tributo a su Polonia natal, cuando corrían los títulos, al final, con "El Pianista" vuelto a la vida. Y a Chopin.
ESTA NOCHE
• A las 22, en el teatro Alberdi (Jujuy y Crisóstomo Álvarez)
"La Gran Polonesa es una de las más codiciadas por los pianistas, no sólo por la gran belleza melódica sino por el alto virtuosismo que requiere; es muy chopeniana", explica el pianista, que la interpretará esta noche.
"Al principio fue una polonesa para piano y orquesta. Chopin la escribe entre 1830 y 1831, y en el 34 le agrega el andante spianato como una amplia introducción, muy romántica. De ahí el nombre completo: Andante Spianato y Gran Polonesa Brillante -describe-. Justamente es una primera parte bastante larga que hace el piano solo, muy melódica y serena, que contrasta totalmente con lo que es la Polonesa en sí, enérgica y brillante, como su nombre".
Buriek recuerda que el año pasado abordaron Mendelssohn con Sbrocco. "Siempre es un gusto tocar con él. Y esta obra, que siempre quiere oírse. Tiene una versión para piano solo, que escribió el mismo Chopin, pero originalmente la compuso para orquesta, fuera de la serie de las otras polonesas. Es una obra concertante, como si fuese un concierto más", apunta.
Serenata
"De Dvorak hacemos la Serenata para cuerdas, una obra de extraordinaria belleza. Es una de esas melodías que uno escucha y no puede evitar tararear. Está escrita en la tradición de las serenatas de Tchaikovsky. Tiene cinco movimientos y el infaltable vals en el segundo número. Es de una gran dificultad para la orquesta, así que la estudiamos intensamente", informa Sbrocco sobre la apertura del concierto. Y cuenta que no hay registro de que la Sinfónica la haya ejecutado, en cambio sí tocaron la de Tchaikovsky. El director explica que Maurice Ravel escribió para piano "Le tombeau de Couperin", con seis números. De esos, él orquestó cuatro. El músico francés combatió en la I Guerra Mundial, y cada pieza está dedicada a un amigo muerto.
"Salvo el primer movimiento, que es un preludio, los demás son danzas de la época del clavecinista francés del siglo XVIII Francois Couperin. Tombeau (tumba) se usaba en el sentido de honrar la memoria de alguien. Las tres danzas están llenas de sutilezas, característica de Ravel", apunta Sbrocco.
Sobre el programa del concierto de esta noche, el director admite que se trata de músicas contrastantes, tanto por los estilos (dos románticos y un impresionista) como por las formaciones que requieren: por un lado, la orquesta de cuerdas, con Dvorak; después, con Ravel, la orquesta completa, y por último, se agrega el piano con Chopin. Sbrocco saluda y se va.
En el escenario sólo quedamos Buriek, el piano tapado, y yo. Es hora de volver a la redacción a escribir la nota.
Imposible: en lugar de despedirse, Buriek se tienta, abre la tapa e irrumpe con la pompa de la Gran Polonesa. No usa partitura. Sus manos tejen y destejen escalas interminables. "El secreto es hacer cantar al piano", susurra.
Asisto, con privilegio, a mi concierto personal con clase de piano. Enciendo el grabador a pesar de que no podré, como quisiera, compartir la intimidad de esta música con los lectores. Sí puedo recordarles cómo la honró Roman Polansky en su filme tributo a su Polonia natal, cuando corrían los títulos, al final, con "El Pianista" vuelto a la vida. Y a Chopin.
ESTA NOCHE
• A las 22, en el teatro Alberdi (Jujuy y Crisóstomo Álvarez)
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