La lección de las señoras de gris

Primero le secaron las lágrimas. Juntaron, uno a uno, los pedacitos de su corazón destruido e intentaron rearmarlo. La ayudaron a tomar la decisión de seguir adelante con su vida, en una nueva casa, lejos de aquel lugar en el que había perdido a su hijo y corría riesgo. Rosa del Carmen Rodríguez sintió que renacía. Y lo hizo gracias a las monjas villeras que hasta hace poco tenían su misión en La Costanera, uno de los barrios más castigados en Tucumán por la marginalidad y la droga.

Las monjas le dieron dinero para que esta joven mamá pusiera un almacén en su casa y no tuviera que volver a juntar cartones en la calle, lo que la obligaba a dejar solos durante todo el día a sus hijos, que deambulaban y consumían drogas. Además, las religiosas recorrieron la ciudad para anotar a estos chicos en nuevas escuelas. Y se aseguraron de juntarle dinero cada mes para el transporte escolar. "No quería vivir; ya había decidido irme de este mundo. Ellas me ayudaron a levantarme", cuenta Rosa. Su historia sirve claramente para entender qué significa la famosa "iglesia de los pobres" que por estos días tanto proclama el papa Francisco. Una iglesia que parece estar más cerca de la Tierra que del cielo.

Con muy pocos recursos las monjas villeras consiguieron en la Costanera el milagro de cada día. Lo hicieron mezclándose con la miseria, la muerte y la mala vida. Y los vecinos las extrañan desde el 8 de abril, cuando partieron a otra misión. De entre todos los que han pasado por allí -funcionarios, gente que quiere ayudar desde redes sociales, políticos en campaña con discursos inundados de promesas-, ellos prefieren la visita "de las señoras de gris" (como les dicen los chicos). No olvidan que con ellas aprendieron que no siempre panza llena es igual a corazón contento.

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