Yerba Buena, ciudad de ferias

Los fines de semana, las romerías hacen furor en la ciudad. Se han instalado al menos cinco ferias americanas, además de la que funciona en la Plaza Vieja. Se venden desde muebles hasta empanadas. Los compradores llegan de todas partes. El municipio trata de regular la actividad. La más grande funciona en La Rinconada. Dónde están y cómo llegar.

LA GACETA / FOTOS DE ANALÍA JARAMILLO - MARÍA SILVIA GRANARA LA GACETA / FOTOS DE ANALÍA JARAMILLO - MARÍA SILVIA GRANARA

"Para un cacho, ya voy"

Son las 7 de la mañana. La luz es brumosa. Quiere soplar un viento frío, pero apenas son ráfagas que revuelven el polvo. Un perro negro deambula entre los bancos de cemento de la plaza, olisqueando el suelo. Se oyen el quiquiriquí de un gallo distante y el ronroneo de los motores de los ómnibus, que van saliendo a las calles. La iglesia amarilla, situada al oeste de la plaza, se enseñorea de la mañana. Detrás se ve el cerro.

Mientras va clareando, aparecen los caminantes. Unos van con las manos vacías y vuelven con una bolsa de pan. Otros corren a hacerle señas al colectivo. Algunos cruzan con modorra la diagonal, como rumiando su sueño un poco más. Cuando el cielo ha terminado de quitarse las legañas, estaciona un auto escacharrado. Tira de un remolque.

- Pará un cacho, ya te atiendo- dice el conductor.

Es menudo y usa la camisa desprendida hasta el ombligo. Lleva un cigarrillo colgado de los labios. Se ha puesto una gorra con visera. Mira el reloj y se mueve rápido. Del acarreo saca cuatro cañas huecas, varios metros de soga, un toldo blanco, tres tablones de madera, seis caballetes, cuatro parlantes y una veintena de cajas de zapatos con las leyendas Películas y Música. Hunde las varas en la tierra, tensa las cuerdas y extiende la lona. Luego, arma las mesas y despliega su arsenal de grabaciones.

Se llama Pablo Alejandro Amaya, pero le dicen "el cordobés". Y en un instante transformó el lugar. Ha sido el primer feriante en llegar a la Plaza Vieja de La Rinconada, en Yerba Buena. Aquí, cada sábado se arma una de las ferias más alborotadas de la zona.

- En la semana vengo y corto el pasto. A mi parte la mantengo limpia- aclara. Después cuenta que por la tarde vendrá su hija, porque él no dará abasto cuando los compradores se amontonen. Que de lunes a viernes es policía. Y que la feria es su vida.

- En un rato armarán los puestos de comida y la calesita. Llegarán también los vendedores de ropa, de juguetes, de artesanías y de alhajas, y el carpintero- promete.

El carpintero que empezó

El carpintero aprieta con las dos manos juntas el respaldo de una silla. Ocupa una de las mejores esquinas de la plaza. Sobre el pasto ha desparramado una cuna, una mesa, varias sillas y otros muebles de madera. De su pava, ennegrecida por arder en medio del carbón, se ceba unos mates.

- Uffff... yo estoy hace 10 años. Eramos tres; de a poco se fue sumando gente-. Cuando habla, emana un aliento penetrante y amargo. La rama de poleo dejada junto al tarro de yerba justifica ese hálito.

- Soy feriante de alma. Mis padres también lo eran. Íbamos en camioneta a Concepción, a Cruz Alta, a La Florida y a las colonias del ingenio San Juan.

Manos ajadas y piel endurecida al sol. De alguna manera, a Walter Alarcón se le nota en el cuerpo esa trashumancia. Ha pasado medio siglo de aquella anécdota. El niño tiene hoy 56 años y sigue siendo un feriante. Sus padres han muerto, pero él mantiene vivo el oficio de los ancestros.

- Recuerdo que una vez, debía tener unos seis años, una señora me preguntaba el precio de todo. 'Chango, ¿cuánto cuesta esa mesa... ese sillón... ese placard... esa cama... ?', me decía. Yo le contestaba una y otra vez, hasta que me cansó. 'Señora, ¿me va a comprar o no?', le dije. Mi mamá me retó y me enseñó a tratar bien a la gente.

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Vida de sacrificios

Hace una hora y media que el cordobés pone música. El cielo está cerrado; le cuelgan nubes como bolsas. La familia Juárez ha llegado a la plaza. Mónica y Rubén tienen 41 años y cuatro hijos de entre cuatro y 10 años. Mientras el padre erige su tienda de comidas, el pequeñito llora a moco tendido.

Los seis van a pasar el día entre los olores de las empanadas horneadas ahí mismo.

- La vida del feriante es sacrificada. Llegás de mañana y te vas a la medianoche. Un sábado llovió muy fuerte y perdimos todos los rellenos. Quiero que mis hijos sean médicos y arquitectos- dice Mónica.

Los aromas de su puesto se mezclan con los que salen de las frituras de doña Hilda Domínguez. A sus 67 años, esta cocinera enciende cada sábado ocho garrafas para alimentar un horno pizzero, dos freidoras y algunas planchas dispuestas en círculo. Hace unos minutos vendió un panchuque, esa mezcla de salchicha y panqueque.

- Los vecinos están contentos porque la feria le da vida a la plaza. A veces, se quejan porque el cordobés pone la música fuerte.

La mañana ha avanzado. Son las 10 y ahora caen algunas gotas del cielo. A la empanadera ya le hicieron un encargo. Ha comenzado a bullir la jornada.

La gran feria americana

A una cuadra, en una zona de sombras frescas, se levanta otra feria, en la que se oferta ropa. Meses atrás, en vez de pantalones y camisas había acelga y espinaca. Pero el dueño del terreno, Miguel Angel Frías, un agricultor de 52 años, dice que se cansó de las plantaciones y decidió rentarles el lugar a los feriantes.

- El estacionamiento funciona adentro, para no molestar a los vecinos; no quiero problemas con nadie- aclara Frías. Apoya medio cuerpo en un poste y fuma un cigarrillo. Parece mentira que en este piso de pedruscos haya habido sembradíos. Zulma Herrera, de 42 años, es una de sus inquilinas. Ha estado curioseando la conversación. Cuando intuye que ha terminado, puesto que el locatario ha arrojado el pucho con un movimiento rápido de sus dedos pulgar e índice, se acerca. No le preocupa que se la indague por el origen de la ropa. Ni se molesta en dar explicaciones: solo le interesa la paga, con la cual subsistirán ella, sus siete hijos y algunos de sus nietos.

- ¿Podrías imaginarte sin este trabajo?- No. La feria es mi vida. Cuando empecé, hace cuatro años, no sabía ni armar una carpa. La primera vez que lo intenté se me vino todo encima; los demás me miraban y se reían. Me pasaba el día entero con un termo de café, porque no tenía ni para comer. Ahora soy feliz.

- ¿Qué es lo más ingrato?- A veces, la gente quiere que le regalemos las cosas. 'Está caro', te dicen. Me duele porque me sacrifico mucho para tener esto.

En el puesto contiguo se suceden los tenderetes de Reyna Garzón, de 47 años. Pasó la noche tirada bajo uno de los tablones, cubierta con una manta.

- Teóricamente, las ropas de las ferias americanas son donaciones que vienen desde Estados Unidos. En el trayecto, en vez de regalarlas, alguien les pone precio y comienza la reventa -explica. En dos días, Reyna estará en Jujuy, donde hay un montón de lugares para comprar bolsones baratos. Luego, hasta el viernes venidero, lavará con jabón en pan los trapos en mal estado y zurcirá las roturas, para que sea fácil despacharlos luego.

- Toda la ropa es usada, pero está como nueva. Me encantaría tener una boutique...

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Un mundo de telas usadas

La mujer que desde hace unos minutos está detrás del mostrador regala sonrisas. Pasa uno, hace la mueca e inclina levemente la cabeza. Pasa otro, repite el gesto. Y así, ante cada caminante. Al cabo, entra a la cocina y vuelve con un plato de melamina sobre el que ha depositado dos empanadas a las que les chorrea jugo, aun antes de ser mordidas.

- Las acabo de hornear- dice, y se las deja a un comensal. El bar se encuentra dentro de otra feria americana (la más grande de todas), distante unos metros de la anterior.

En la radio suena una canción de música tropical, cantada por Gilda.

Tú... no podrás faltarme cuando falte todo a mi alrededor

Tú... aire que respiro en aquel paisaje donde vivo yo

Tú... tú me das la fuerza que se necesita para no marchar Tú me das amor...

Las señoras y los señores están arremolinados bajo los toldos, mientras sus autos y camionetas 4x4 se mojan afuera, en las calles finitas que rodean la romería.

Parecen cómodos con la perspectiva de pasar horas entre pilas de hasta medio metro de telas. Manosean lo que antes doblaron los feriantes. Cuando ven algo que podría colgar en sus placares, lo separan, lo acercan a las bombillas de bajo consumo que cuelgan sin lámparas, y buscan la mancha o la falla. Después, se lo prueban ahí mismo, sobre el suelo de tierra y delante de algún espejo improvisado.

-Tengo tres hijas. Nosotras compramos todo en las ferias-, cuenta Carmen González, y sigue revolviendo las telas.

Tal vez sea el olor (ácido, a ropa vieja). Quizás sea la luz (viscosa). Podría ser la gente (ese goteo incesante de pasos sin rumbo). Lo más probable es que sea toda la conjunción la que le confiere a la feria ese clima particular.

Un mundo aparte.

Una sociedad dentro de otra sociedad.

Una convivencia entre el caos y la organización.

Un espectáculo.

Desde $5 lleve todo

¡Hágame el favor y váyase de acá! ¿Quién la mandó? ¿Por qué anda sacando fotos? Si es de la Municipalidad, le aviso que tengo todos los permisos. ¿Qué le estuvo preguntando a la gente? ¡Váyase!

La escena transcurre en la calle Darwin al 700, al sur de Yerba Buena, donde hay otras dos ferias americanas, discretas. Es pleno mediodía. Algunas personas se acercan, desconcertadas, acaso porque no entienden a qué se deben los gritos. La mujer que los profiere acaba de salir de la casa contigua a uno de esos tolderíos. Dice que es la dueña del terreno y vuelve a lanzar un alarido:

- ¡No pueden entrar! Aquí no queremos periodistas ni inspectores.

Cerca, en Catamarca al 1.100, se erige una toldería más. En total, en Yerba Buena funcionan cinco ferias americanas, al menos, además del mercado de la Plaza Vieja. Muchos de los feriantes provienen de otras provincias norteñas. En los tumultos de telas se ofrecen pantalones de jeans y de corderoy, camperas, blazers, tapados, trenchs, camisas para hombres, abrigos de nobuk y de cuero, vestidos, zapatillas, carteras, botas, sábanas, toallones y hasta ropa interior. En las etiquetas puede leerse Gap, Tommy, Columbia y Levi's, entre otras marcas, aunque no queda claro si se trata de productos originales o ilícitos. Los precios van desde $ 5 hasta $ 400. Un tapado de paño, por ejemplo, cuesta unos $ 100.

Llueve, pero adentro de la feria está seco, tibio. Apenas unas gotas se cuelan en la unión entre carpa y carpa. Son las 3 de la tarde.

Toledo: "no se habilitará otra feria en Yerba Buena"

En palabras del intendente de la ciudad, Daniel Toledo, al menos por ahora, no habrá ninguna otra feria en Yerba Buena

"Estos sitios sirven para darles otra posibilidad de compra a la gente. Entendemos que responden a las necesidades de los ciudadanos. Por eso, en su momento, los habilitamos. Pero ya es suficiente; no se permitirán más", explica durante una charla con el diario. "Toda ciudad debe estar armada estratégicamente. Tenemos la obligación de contemplar y de atender las necesidades de los tres sectores sociales que conviven armónicamente en Yerba Buena, agrega Toledo.

El concejal yerbabuenense Pedro Albornoz Piossek (PRO), en cambio, reclama saber cuánto aportan los feriantes a las arcas municipales, porque -según indica-, implican una competencia desleal para el resto de los comerciantes de la ciudad, que tributan sus impuestos por la actividad que realizan.

"Me preocupan también la higiene y la seguridad de las ferias. Algunas no poseen sanitarios en condiciones y las conexiones de luz no son seguras", añade.

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