Por Carlos Páez de la Torre H
26 Mayo 2013
ROSTROS TUCUMANOS DE 1860 - 1870. Esta composición fotográfica de Angel Paganelli muestra que en esa época nadie tenía el rostro completamente afeitado. ARCHIVO LA GACETA
Mucho se ha escrito sobre los aditamentos pilosos del rostro masculino. Las obras de referencia tradicionales abundan sobre el asunto y subrayan su remota antigüedad. Informan, así, que en pinturas tebanas de muchos siglos antes de Cristo, ya aparece representada gente con bigotes largos y rizados.
En suma, se interna en la noche de los tiempos el comienzo del camino, que llega hasta nuestros días, de apariciones y desapariciones de bigotes y barbas, de acuerdo a los gustos y modas de cada época. Y también a causa de las influencias extranjeras: por ejemplo, en el siglo XIII, los cruzados volvieron de Tierra Santa usando bigotes, contagiados por los naturales de las lejanas tierras donde fueron a guerrear.
En cuanto a nuestro país y según la escasa iconografía válida disponible, los conquistadores españoles del siglo XVI usaban barba, como era la costumbre por entonces.
Coleta y rulitos pegados
A fines del siglo XVIII, los elegantes criollos de la hoy Argentina habían suprimido la barba y se preocupaban del peinado. Usaban el pelo tirante hacia atrás, ajustado sobre la nuca por una trenza que llevaba un moño, como se ve en muchos retratos de señorones de la época.
La costumbre perduró luego en el porteño Regimiento de Patricios. Es sabido que cuando Manuel Belgrano ordenó que se cortaran ese apéndice, estalló el llamado "motín de las trenzas" (7 de diciembre de 1811), que debió ser sofocado a sangre y fuego.
Es que ya por entonces la coleta con moño era cosa del pasado. En las capas doctas de la sociedad, los hombres -que seguían afeitados- se peinaban al uso de los románticos europeos. Buena muestra son, por ejemplo, los retratos de Belgrano, con rulitos y mechones pegados a la frente y a las sienes, y patillas cortas también enruladas. Era el estilo de ese momento. Peinado similar y rostro afeitado tenían los miembros de la Primera Junta de Gobierno, en 1810.
El general José de San Martín y la gran mayoría de sus oficiales -salvo unos pocos casos, como Juan Lavalle- usaban solamente patilla. Debió haber llamado la atención el rostro del bravo coronel Federico Brandsen. Una miniatura de época lo retrata con una larguísima pera y con impresionantes bigotes puntiagudos, que sobresalían varios centímetros de la cara.
La barbita unitaria
Siempre de acuerdo a la iconografía auténtica -que no es muy abundante en esas primeras tres décadas del siglo XIX- vemos que casi todos los congresales de la Independencia, en 1816, llevaban el rostro afeitado y con patillas. Al parecer, la barba estaba reservada a los hombres de mayor edad.
Cuando vinieron los tiempos de "unitarios" y "federales", se registraron cambios. Los líderes federales Juan Manuel de Rosas y Manuel Dorrego seguían afeitados, pero Juan Facundo Quiroga mostraba la cara "hundida en medio de un bosque de pelo, al que correspondía una barba igualmente espesa, igualmente crespa y negra", según lo retrata Sarmiento.
Los jóvenes "salvajes unitarios" quisieron diferenciarse, y así apareció la tan reveladora "barba unitaria", que contorneaba toda la mandíbula, para darle forma de letra "u" precisamente, "tendida toda ella y como arrollada hacia adelante", según describe Bernardo Frías. Se la puede ver, por ejemplo, en el rostro juvenil de Juan Bautista Alberdi que fotografió Helsby en Valparaíso, hacia 1850-52.
Cuenta Frías que los elegantes unitarios, al acostarse a dormir, peinaban la barba "tendiéndola hacia adelante; se la doblaban con la mano hasta dejarla a semejanza de un choclo, y para que su pelo se amoldara y conservara esa postura, se dormían teniéndola aprensada con un pañuelo, que se anudaba en la mollera, cual si les dolieran las muelas"…
Tras Caseros, las barbas
En cambio, no usó barba alguna Marco Manuel de Avellaneda, cabeza de la Liga del Norte contra el dictador. Y nuestro Gregorio Aráoz de La Madrid portaba un largo bigote con los extremos caídos y una gruesa pera en punta.
En cuanto a los gobernadores de Tucumán de la época rosista, Alejandro Heredia no usaba barba sino una ancha patilla. Y Celedonio Gutiérrez pasó por tres etapas: el rostro afeitado con patillas, como lo muestra el óleo de Ignacio Baz; los largos bigotes que registra un dibujo de época, y en los últimos años, una poblada barba blanca, como aparece en la carbonilla de Lola Mora.
Después de la caída de Rosas, se asistió a un renacimiento de las barbas, que fueron comunes hasta finales de la década de 1880. Fotos tomadas por Angel Paganelli en Tucumán, en las décadas de 1860 y 1870 muestran en general, si no toda la barba, por lo menos gruesos y poblados bigotes como algo generalizado.
Nuestros gobernadores
Una excepción a la costumbre fue el pulcro doctor Salustiano Zavalía, nuestro constituyente de 1853: hombre de irreprochable elegancia, nunca usó barba sino patilla. Respecto al pelo, los hombres lo llevaban con frecuencia bastante largo, como las famosas melenas de Bartolomé Mitre, Lucio V. Mansilla, Carlos Guido y Spano, Leandro Alem, Nicolás Levalle y tantos otros.
Barbas bien anchas y tupidas tuvieron varios gobernadores de Tucumán desde mediados del siglo XIX, según los retratos que de ellos se conservan: José María del Campo, Octavio Luna, Tiburcio Padilla, Miguel M. Nougués.
Menos largas pero muy pobladas, eran las que gastaban Benjamín Paz, Lídoro J. Quinteros, Wenceslao Posse, Silvano Bores, por ejemplo. Largas y delgadas eran las barbas de los gobernadores Santiago Gallo, Uladislao Frías y Lucas Córdoba. En tanto don Juan Posse, que en su juventud llevaba melena y barba larga -como aparece en fotos de Paganelli- lucía, cuando gobernador, unas recias patillas, de las llamadas "boca de hacha", que se unían con el bigote.
En la Casa Rosada
De los presidentes constitucionales argentinos, Bartolomé Mitre, Nicolás Avellaneda, Julio A. Roca, Miguel Juárez Celman, Luis Sáenz Peña, José Evaristo Uriburu, usaron barba. Lucieron bigotes de diverso tamaño, Carlos Pellegrini, Roque Sáenz Peña, Victorino de la Plaza, Agustín P. Justo, Ramón S. Castillo y Raúl Alfonsín. No tuvieron barba ni bigote Justo José de Urquiza, Santiago Derqui, Domingo Faustino Sarmiento, Hipólito Yrigoyen, Marcelo T. de Alvear, Roberto M. Ortiz, Juan Domingo Perón y ninguno de los que siguieron a este, con la solitaria excepción citada del doctor Alfonsín. Es sabido que las grandes patillas resucitaron -brevemente- con Carlos Saúl Menem.
Al comenzar el siglo XX, las barbas empezaron a desaparecer velozmente, y ya resultaban muy raras al finalizar los años 1910. El bigote era, en cambio, cosa común. Algunos de grandes dimensiones y con las puntas torcidas hacia arriba, como el de don Paulino Rodríguez Marquina, el destacado estadígrafo de Tucumán.
Para mantenerlo en formas, los coquetos apelaban a la denominada "bigotera", tira de gamuza que calzaban sobre el bigote antes de acostarse a dormir, a fin de que los pelos mantuvieran su forma.
Dicen que los proxenetas usaban el rostro afeitado, sin bigote alguno: de allí que el lunfardo de los años 1920 los denominara "caralisas".
En suma, se interna en la noche de los tiempos el comienzo del camino, que llega hasta nuestros días, de apariciones y desapariciones de bigotes y barbas, de acuerdo a los gustos y modas de cada época. Y también a causa de las influencias extranjeras: por ejemplo, en el siglo XIII, los cruzados volvieron de Tierra Santa usando bigotes, contagiados por los naturales de las lejanas tierras donde fueron a guerrear.
En cuanto a nuestro país y según la escasa iconografía válida disponible, los conquistadores españoles del siglo XVI usaban barba, como era la costumbre por entonces.
Coleta y rulitos pegados
A fines del siglo XVIII, los elegantes criollos de la hoy Argentina habían suprimido la barba y se preocupaban del peinado. Usaban el pelo tirante hacia atrás, ajustado sobre la nuca por una trenza que llevaba un moño, como se ve en muchos retratos de señorones de la época.
La costumbre perduró luego en el porteño Regimiento de Patricios. Es sabido que cuando Manuel Belgrano ordenó que se cortaran ese apéndice, estalló el llamado "motín de las trenzas" (7 de diciembre de 1811), que debió ser sofocado a sangre y fuego.
Es que ya por entonces la coleta con moño era cosa del pasado. En las capas doctas de la sociedad, los hombres -que seguían afeitados- se peinaban al uso de los románticos europeos. Buena muestra son, por ejemplo, los retratos de Belgrano, con rulitos y mechones pegados a la frente y a las sienes, y patillas cortas también enruladas. Era el estilo de ese momento. Peinado similar y rostro afeitado tenían los miembros de la Primera Junta de Gobierno, en 1810.
El general José de San Martín y la gran mayoría de sus oficiales -salvo unos pocos casos, como Juan Lavalle- usaban solamente patilla. Debió haber llamado la atención el rostro del bravo coronel Federico Brandsen. Una miniatura de época lo retrata con una larguísima pera y con impresionantes bigotes puntiagudos, que sobresalían varios centímetros de la cara.
La barbita unitaria
Siempre de acuerdo a la iconografía auténtica -que no es muy abundante en esas primeras tres décadas del siglo XIX- vemos que casi todos los congresales de la Independencia, en 1816, llevaban el rostro afeitado y con patillas. Al parecer, la barba estaba reservada a los hombres de mayor edad.
Cuando vinieron los tiempos de "unitarios" y "federales", se registraron cambios. Los líderes federales Juan Manuel de Rosas y Manuel Dorrego seguían afeitados, pero Juan Facundo Quiroga mostraba la cara "hundida en medio de un bosque de pelo, al que correspondía una barba igualmente espesa, igualmente crespa y negra", según lo retrata Sarmiento.
Los jóvenes "salvajes unitarios" quisieron diferenciarse, y así apareció la tan reveladora "barba unitaria", que contorneaba toda la mandíbula, para darle forma de letra "u" precisamente, "tendida toda ella y como arrollada hacia adelante", según describe Bernardo Frías. Se la puede ver, por ejemplo, en el rostro juvenil de Juan Bautista Alberdi que fotografió Helsby en Valparaíso, hacia 1850-52.
Cuenta Frías que los elegantes unitarios, al acostarse a dormir, peinaban la barba "tendiéndola hacia adelante; se la doblaban con la mano hasta dejarla a semejanza de un choclo, y para que su pelo se amoldara y conservara esa postura, se dormían teniéndola aprensada con un pañuelo, que se anudaba en la mollera, cual si les dolieran las muelas"…
Tras Caseros, las barbas
En cambio, no usó barba alguna Marco Manuel de Avellaneda, cabeza de la Liga del Norte contra el dictador. Y nuestro Gregorio Aráoz de La Madrid portaba un largo bigote con los extremos caídos y una gruesa pera en punta.
En cuanto a los gobernadores de Tucumán de la época rosista, Alejandro Heredia no usaba barba sino una ancha patilla. Y Celedonio Gutiérrez pasó por tres etapas: el rostro afeitado con patillas, como lo muestra el óleo de Ignacio Baz; los largos bigotes que registra un dibujo de época, y en los últimos años, una poblada barba blanca, como aparece en la carbonilla de Lola Mora.
Después de la caída de Rosas, se asistió a un renacimiento de las barbas, que fueron comunes hasta finales de la década de 1880. Fotos tomadas por Angel Paganelli en Tucumán, en las décadas de 1860 y 1870 muestran en general, si no toda la barba, por lo menos gruesos y poblados bigotes como algo generalizado.
Nuestros gobernadores
Una excepción a la costumbre fue el pulcro doctor Salustiano Zavalía, nuestro constituyente de 1853: hombre de irreprochable elegancia, nunca usó barba sino patilla. Respecto al pelo, los hombres lo llevaban con frecuencia bastante largo, como las famosas melenas de Bartolomé Mitre, Lucio V. Mansilla, Carlos Guido y Spano, Leandro Alem, Nicolás Levalle y tantos otros.
Barbas bien anchas y tupidas tuvieron varios gobernadores de Tucumán desde mediados del siglo XIX, según los retratos que de ellos se conservan: José María del Campo, Octavio Luna, Tiburcio Padilla, Miguel M. Nougués.
Menos largas pero muy pobladas, eran las que gastaban Benjamín Paz, Lídoro J. Quinteros, Wenceslao Posse, Silvano Bores, por ejemplo. Largas y delgadas eran las barbas de los gobernadores Santiago Gallo, Uladislao Frías y Lucas Córdoba. En tanto don Juan Posse, que en su juventud llevaba melena y barba larga -como aparece en fotos de Paganelli- lucía, cuando gobernador, unas recias patillas, de las llamadas "boca de hacha", que se unían con el bigote.
En la Casa Rosada
De los presidentes constitucionales argentinos, Bartolomé Mitre, Nicolás Avellaneda, Julio A. Roca, Miguel Juárez Celman, Luis Sáenz Peña, José Evaristo Uriburu, usaron barba. Lucieron bigotes de diverso tamaño, Carlos Pellegrini, Roque Sáenz Peña, Victorino de la Plaza, Agustín P. Justo, Ramón S. Castillo y Raúl Alfonsín. No tuvieron barba ni bigote Justo José de Urquiza, Santiago Derqui, Domingo Faustino Sarmiento, Hipólito Yrigoyen, Marcelo T. de Alvear, Roberto M. Ortiz, Juan Domingo Perón y ninguno de los que siguieron a este, con la solitaria excepción citada del doctor Alfonsín. Es sabido que las grandes patillas resucitaron -brevemente- con Carlos Saúl Menem.
Al comenzar el siglo XX, las barbas empezaron a desaparecer velozmente, y ya resultaban muy raras al finalizar los años 1910. El bigote era, en cambio, cosa común. Algunos de grandes dimensiones y con las puntas torcidas hacia arriba, como el de don Paulino Rodríguez Marquina, el destacado estadígrafo de Tucumán.
Para mantenerlo en formas, los coquetos apelaban a la denominada "bigotera", tira de gamuza que calzaban sobre el bigote antes de acostarse a dormir, a fin de que los pelos mantuvieran su forma.
Dicen que los proxenetas usaban el rostro afeitado, sin bigote alguno: de allí que el lunfardo de los años 1920 los denominara "caralisas".