Con los pies en 2013 y la cabeza en 2015

Largaron. Los amigos, los parientes, los compromisos, las órdenes se alinearon y llenaron el escaparate electoral. Tanto opositores como oficialistas tienen una sola meta con caminos que se bifurcan: 1) conseguir más votos que la última vez -en eso corren con ventajas hasta los más pequeños opositores: el desgaste de la ambición sempiterna se va notando-. 2) Mantener las bancas o, al menos, ganar una más. En esta compiten el alperovichismo, que con tres escaños se conforma, y la UCR, que con una intentará salvar la ropa. Ambos caminos conducen a 2015, cuando casi todos los cargos ejecutivos de la República Argentina estarán en juego.

Salvo algunos opositores que han delineado unas cuantas ideas políticas, hasta ahora todo ha sido danza de nombres y de intereses particulares. Todo parece reducirse al antagonismo de unos versus los otros.

La democracia no ha sido concebida en esos términos. Ella invita a la discusión sana, al debate profundo y constructivo. Propone las diferencias que convergen en la productividad y en el bien común.

Los tiempos que quedan hasta el 11 de agosto, hasta el 27 de octubre y hasta 2015 son de los ciudadanos. Ellos deben, ahora, decidir quiénes serán sus representantes. Son ellos los que tienen en sus manos las posibilidades de acallar las quejas que después los aturden. Es el momento de darle calidad a las instituciones. Los electores no sólo tienen que decidir nombres, sino también la forma de la democracia que quieren para los años subsiguientes: con o sin testimoniales, con o sin cupos femeninos convertidos en cupos maritales, con o sin debates. Los argentinos se convierten ahora en orfebres de sus futuros.

Mientras tanto, inevitablemente, los políticos comienzan a hacer cuentas porque la plata es tanto o más fuerte que la militancia y las propuestas suelen ceder ante las agresiones y las denuncias personales.

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