A los 11 años sueña con ser piloto y toma vuelos para foguearse en el cielo

Elías Igovich tiene claro que su futuro está en las nubes. Por eso, cada tanto, concurre al Aero Club Tucumán donde días atrás hizo su cuarto ascenso de bautismo. Una pasión que comparte con Javier Glasberg que, a los 24 años, acumula 2.000 horas de vuelo.

EL BAUTISMO ESPERADO. Elías se sube al Piper Cherokee del Aero Club que lo llevará en su cuarto vuelo rasante por Horco Molle y Yerba Buena. LA GACETA / FOTOS DE DIEGO ARAOZ EL BAUTISMO ESPERADO. Elías se sube al Piper Cherokee del Aero Club que lo llevará en su cuarto vuelo rasante por Horco Molle y Yerba Buena. LA GACETA / FOTOS DE DIEGO ARAOZ
Fueron inútiles todos los argumentos para persuadirlo de que mantuviera los pies en la Tierra: Elías Igovich sólo quiere volar. No le atraen el fútbol ni las carreras. Lo único que lo apasiona es subirse a un avión. A los nueve años decidió que quería ser piloto y ahora, a los 11, está a punto de subirse a un Piper Cherokee para concretar su cuarto vuelo de bautismo.

Es sábado por la tarde y el sol -cortés y discreto- derrama su embrujo por todo el descampado. Ni una sola nube se atreve a opacar esta inmejorable postal invernal. En el Aero Club Tucumán, ubicado en Horco Molle (Yerba Buena), la actividad es incesante. Los aviones despegan a intervalos regulares y, hacia el lado derecho de la pista, los aeromodelistas hacen volar sus aviones y helicópteros a escala con tal pericia que hasta parecen irreales. Es una tarde perfecta. Perfecta para volar y también para disfrutar desde abajo, tomando un mate o tal vez un café fuerte con unas gotas de ron.

Elías, que está acompañado por su madre, tiene claro que quiere subirse al Cherokee. "Es que ya volé en los otros y ahora me gustaría conocer cómo es volar en este", declara. Su madre lo mira con resignación. Ya está acostumbrada a tanto entusiasmo. Y cuenta que en su casa Elías se la pasa operando un simulador de vuelo que le regalaron para menguar un poco tanta pasión. Sin embargo, su interés por los aviones sigue creciendo. A tal punto que el año pasado se animó a hacer su primer vuelo de bautismo. "Esa vez estaba un poco nervioso. Me dieron náuseas, pero me recuperé enseguida. La sensación de volar es maravillosa", se excusa. Y mientras habla se le iluminan los ojos como si fueran enormes zafiros. Casi podría decirse que le crecen alas.

Mientras tanto, en la pista, el Cherokee está listo para el vuelo. El piloto, Javier Glasberg, será el encargado de llevar a Elías en un vuelo rasante por Yerba Buena y Horco Molle. La invitación se hace extensiva también a LA GACETA. "Vamos a hacer algo rápido para que puedan captar fotos desde arriba", dice el piloto. La idea es seductora y muy precisa: hacer fotos. Un alivio para el que escribe estas líneas que, sin disimulo, se hace a un lado para que sea el fotógrafo quien represente al diario. Se sabe: el miedo es natural en aquel que es prudente.

Ya dentro de la cabina, Elías se siente como un pez arco iris en el arrecife. Es su lugar, dirá más tarde. Y, sin una pizca de temor, se deja fotografiar junto al piloto antes de iniciar el viaje. El avión es uno de los seis que integra la flota del Aero Club Tucumán y se usa generalmente para los vuelos de bautismo. "Es uno de los más prácticos", comenta el piloto. Y es cierto. Casi sin demora, el avión sube y se pierde hacia el oriente con tanta serenidad que hasta se diría que está hecho de madera balsa. En Tierra, la madre de Elías sigue expectante la nave. De a poco se va acostumbrando a esto. Elías es el menor de sus hijos, pero el único que tiene esta pasión por las alturas. "Vamos a ver si le dura. Él quiere ser piloto a toda costa, pero para hacer el curso tiene que tener 16 años. Todavía faltan cinco", dice. Por eso, aún no se han asociado al club. "Siempre venimos aquí no sólo porque a Elías le gustan los aviones. Este es un lugar ideal para disfrutar en familia", agrega.

Una pasión
Quince minutos más tarde, justo cuando el sol se pierde detrás del cerro San Javier, el Cherokee aparece por el oeste y aterriza en la pista de césped; suave y prudente, tan rápido como había partido. Elías, emerge de la cabina exhultante, como si hubiera visto una revelación. "Estuvo bueno", dijo escuetamente cuando se reunió con su madre. Tal vez pudo ser el frío, pero en los ojos de Elías se adivinaba un par de lágrimas. En cambio Javier, el piloto, fue más expresivo: "todos se portaron muy bien. Elías estaba muy entusiasmado. ¡Hasta quería tomar el comando!".

El piloto, de 24 años, comprende el entusiasmo del niño. Como Elías, Javier también fue un apasionado de los aviones desde muy pequeño. Comenzó jugando con simuladores de vuelo, hasta que cumplió los 16 años y ocho meses que requiere la normativa vigente. Pidió el permiso por escrito de sus padres y tomó el curso de piloto en el Aero Club en el que ahora es instructor. Hoy Javier, con casi 2.000 horas de vuelo, trabaja como gerente de operaciones y piloto en una empresa aérea privada. "Paradójicamente yo aprendí primero a manejar un avión, antes que a conducir el auto", cuenta. Y es que Javier y Elías no pueden contentarse con vivir a rastras, después de conocer la dicha de los cielos. Eso se llama pasión.

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