Por Carlos Páez de la Torre H
31 Julio 2013
JOSÉ IGNACIO ARÁOZ Y CÓRDOBA. El vicerrector del Nacional aparece al centro. A la derecha, el profesor Ruperto Fotheringham, en esta foto de la década de 1870. LA GACETA / ARCHIVO
En 1870, el vicerrector del Colegio Nacional de Tucumán, José Ignacio Aráoz y Córdoba (1836-1902) expuso, en una carta tipo dirigida a varios gobernadores y dirigentes argentinos, sus ideas sobre educación.
Consideraba que la juventud debía aspirar "a saber algo más que las primeras letras". Así se suprimiría el "monopolio intelectual" que ejercen actualmente ciertos personajes, "sin otro título que el manejo del 'ergo' y 'distingo' sacado a tirones de la Universidad".
Al cambio necesario, entendía, "sólo puede darlo la difusión de la enseñanza superior; pero por desgracia en este sentido todavía estamos en plena antigüedad, mejor dicho en plena colonia". Tenemos instituciones modelo, "pero cuyo cumplimiento está confiado a un pueblo que en su mayor parte se mece todavía en la cuna de la civilización".
Los establecimientos de instrucción superior, para educar a los futuros legisladores y magistrados, se hallan instalados "en el Litoral y en el Centro, es decir a distancias inmensas del Norte y del Oeste, hermosas porciones de la República, con una población de seiscientos mil habitantes".
Esos pobladores, salvo "una milésima parte", no tienen medios para trasladarse a aquellos centros. Y tampoco es justo que, los pocos que pueden, estén obligados "en cada generación, a emprender esa especie de romería". No hallaba justo "ese eterno monopolio que el Centro y el Mediodía están haciendo de la juventud de la república".
Pensaba que había que atacar ese cuadro. Proponía empezar por Tucumán, provincia de cuatrocientos mil habitantes, estableciendo en su Colegio Nacional aulas de instrucción superior.
Consideraba que la juventud debía aspirar "a saber algo más que las primeras letras". Así se suprimiría el "monopolio intelectual" que ejercen actualmente ciertos personajes, "sin otro título que el manejo del 'ergo' y 'distingo' sacado a tirones de la Universidad".
Al cambio necesario, entendía, "sólo puede darlo la difusión de la enseñanza superior; pero por desgracia en este sentido todavía estamos en plena antigüedad, mejor dicho en plena colonia". Tenemos instituciones modelo, "pero cuyo cumplimiento está confiado a un pueblo que en su mayor parte se mece todavía en la cuna de la civilización".
Los establecimientos de instrucción superior, para educar a los futuros legisladores y magistrados, se hallan instalados "en el Litoral y en el Centro, es decir a distancias inmensas del Norte y del Oeste, hermosas porciones de la República, con una población de seiscientos mil habitantes".
Esos pobladores, salvo "una milésima parte", no tienen medios para trasladarse a aquellos centros. Y tampoco es justo que, los pocos que pueden, estén obligados "en cada generación, a emprender esa especie de romería". No hallaba justo "ese eterno monopolio que el Centro y el Mediodía están haciendo de la juventud de la república".
Pensaba que había que atacar ese cuadro. Proponía empezar por Tucumán, provincia de cuatrocientos mil habitantes, estableciendo en su Colegio Nacional aulas de instrucción superior.