"Uno rara vez está, a los 40, en el sitio en que se imaginaba a los 20"

El escritor español, flamante ganador del Premio Alfaguara de novela 2013 con La invención del amor, dialogó con LA GACETA Literaria acerca de los riesgos que se corren en la vida, en general, y en la literatura que él escribe, en particular. "La crisis empieza porque te das cuenta de que te equivocaste y no cambias", concluye.NOVELA LA INVENCIÓN DEL AMOR JOSÉ OVEJERO (Alfaguara - Buenos Aires)

04 Agosto 2013

Por Alejandro Duchini - Para LA GACETA - Buenos Aires

"Este premio es una tranquilidad económica porque la crisis en España pega fuerte: los anticipos son menores, las conferencias las pagan cada vez menos, si es que las pagan. Y veía que no podía vivir de la escritura. Ahora sí. Es un respiro de años, de tres o cuatro años. No lo sé. Y desde lo literario, me da la posibilidad de viajar por toda América para presentar el libro", comenta José Ovejero. Lo dice desde las oficinas que la editorial Alfaguara tiene en Retiro, en pleno Buenos Aires. Pasó varios días en esta ciudad, donde vino a presentar el trabajo. Se trata de una historia que comienza con un llamado telefónico en plena madrugada. Samuel, el protagonista, sabe que a esas horas sólo puede ser una mala noticia. Pero no lo es. Se trata de un error. Alguien lo confunde y le cuenta que ha muerto una mujer. Esa muerte lo irá llevando por otra vida a través de una identidad inventada. Abrirá su mundo y así, su forma de verlo.

- ¿Qué te pasa al ver gente, por ejemplo en una calle, leyendo aquello que escribiste?

- Es extraño, tanto como que me escriba alguien para decirme que mi libro fue importante para él. Uno cuando escribe no piensa en la humanidad sino que lo hace porque se divierte, porque le gusta. Es una sensación casi de embarazo: sentir que en el fondo no es tan importante lo que se hace.

- Leí un autorretrato tuyo en el que decís que "siempre que soy de verdad feliz tengo veinticinco años". ¿Qué te pasó a esa edad?

- Me fui de España, de repente. Dejé mis estudios como egiptólogo y me fui a vivir con mi mujer y sus hijas a Alemania. Ella era alemana. La acababa de conocer en Alemania, a donde había ido un par de meses. Volví a España, pensé que no tenía sentido quedarme, y me fui. Dejé todo, me fui y cambié completamente el guión.

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- ¿Costó?

- Fue facilísimo tomar el valor para cambiar. Facilísimo. Quedarme resignado nunca ha sido lo mío. En mi vida hay varios quiebres de este tipo. He sido funcionario de la OEA y lo dejé porque me aburría. Y la gente me decía "no puedes dejar un salario". Pero sí. Conformarme nunca ha sido mi fuerte.

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- ¿Desde cuándo sos escritor?

- Ya cuando trabajaba como traductor simultáneo y en los ratos libres me dedicaba a escribir. Un día trabajaba mucho, otro poco. Pero siempre supe que quería ser escritor. Sólo que era sensato y no podía pretender vivir de la escritura. Entonces hacía otros trabajos pero pensaba que era escritor. Si me preguntaban, decía que era escritor. Aunque no hubiese publicado. En los hechos enviaba mis libros a editoriales que no me respondían. Lo típico cuando no conoces a nadie. Empecé a publicar tarde, a los 35. Ahora la escritura es mi forma de vida. Pero no es algo que me plantee como definitivo. Puedo vivir de esto sin hacer cosas que no tenga ganas, como escribir artículos semanales o cuentos por encargo. Si veo, y con la crisis en España es posible, que no puedo seguir viviendo de esto, volveré a ser intérprete, trabajaré como free lance, pero no me dedicaré a escribir una columna semanal durante un año porque no se me ocurren cosas. No tengo suficientes opiniones sobre la realidad. Haré otras cosas. No sé.

- ¿Es cierto que escribís de pie y con capucha?

- Sí. Puse mi computadora en una especie de tarima para tenerla a mi altura. Si estoy sentado me siento atado a la silla. De pie, te mueves. Cuando escribo de verdad, está muy bien estar de pie. Y la capucha te aísla. Pero ahora me mudé a Madrid y deberé prescindir de la capucha, por el calor. Además, vivo en un ático, como Samuel.

- La invención del amor habla de los 40. ¿Por qué?

- Me parece una edad muy interesante. A los 45, 38, me refiero. A esa edad, por lo que he visto, por los amigos, por mí mismo, a menudo ya tienes un trabajo, una especie de camino, más o menos ves hacia dónde vas. Y por lo general, a donde vas no es a donde querías ir. Uno rara vez está a los 40 en el sitio en que se imaginaba a los 20 o 25. Te preguntas entonces si te has equivocado. La respuesta a menudo es que sí. Y uno puede equivocarse y cambiar. Pero la crisis empieza porque te das cuenta de que te equivocaste y no cambias. Porque tienes tu seguridad, tus rutinas, las expectativas de los demás a tu alrededor, utilizas a tu familia, dices que tienes hijos. Es una edad en la que cristalizan las contradicciones. Mi hija mayor me dijo algo inteligente a mis 40: "No me vayas a decir dentro de 20 años que has seguido así para pagarme la Universidad. Porque para pagarla veré cómo me las arreglo". No tiene sentido tener un padre infeliz, que dé seguridad. Posiblemente prefiera la inseguridad a un padre infeliz. Además es una carga injusta, la de tu propia infelicidad.

- Hay momentos del relato en los que se nota cierta nostalgia, melancolía. ¿A qué se debe?

- Hay algo triste, pero también es triste morirse, aunque inevitable. Las cosas son como son. No existe la perfecta comunión. Estaría bien que exista, pero no existe. Refiero a esa soledad de la parte de cada uno que es absolutamente incomunicable. Ahí estás solo, te jodiste. ¿Que sería más agradable otra cosa? Sí, pero las cosas son como son. Es algo que siempre me ha gustado, tanto en la literatura como en la vida: no conformarme, pero sí aceptar los límites. Puedo arriesgar muchas cosas, pero al final soy una persona limitada y el mundo es limitado. Es fundamental reconocer las diferencias entre las limitaciones reales y las que uno se autoimpone. Es fundamental para vivir de una manera razonable, sensata, inteligente. Es difícil, claro. Porque tendemos a culpar a lo que nos rodea de nuestros propios miedos, como esos maridos que echan a culpa a su mujer de no poder vivir tal o cual cosa. No, la decisión es de uno.

- Justamente, el protagonista de tu novela intenta hacerse cargo de esas responsabilidades.

- Samuel dice algo interesante: a partir de los 40 uno no tiene padres. Lo que quiere decir es que hay un momento en que uno debe asumir la responsabilidad de lo que es y dejar de echar la culpa a lo que le hicieron los padres, al trauma infantil. Una cosa es reconocer que eres quien eres porque has tenido ciertos padres, porque has vivido en cierto ambiente, y otra cosa es pasarte la vida echando la culpa a ellos. Las cosas son como son y vives con ellas. A partir de cierto momento la vida es tu responsabilidad. Saber quiénes eran tus padres es bueno para saber por qué eres como eres, pero no para estar siempre recriminándoles ni haciéndoles responsables de tu vida. De la misma manera que cuando tienes hijos también descubres que hay cosas que no sabes, que no puedes hacer, y que en cierto sentido todos los padres le joden la vida a sus hijos. Es inevitable. La única manera de crecer es separarte de tus padres. Pero una vez que pasó el proceso de separación no puedes seguir pegado a ellos por la culpa. Eso es lo que viene a decir Samuel.

© LA GACETA

PERFIL

Nacido en Madrid en 1958, José Ovejero escribió poesía, cuento, novela, ensayo, libros de viajes y de teatro. Algunas de sus obras son Qué raros son los hombres (cuentos), Añoranza del héroe (novela), Los políticos (teatro) y China para hipocondríacos (viajes). "Julio Cortázar fue mi primer modelo de escritor. Hasta tal punto que lo imitaba. Y me impuse no volver a leerlo hasta que no tuviese una voz propia. Estuve diez años así", le dice a este diario cuando recuerda a sus autores favoritos. Actualmente vive en Madrid.

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